Ante el proceso de resistencias significativas que se viven en diferentes países del continente desde los últimos meses de 2019, ofrecemos una síntesis de la reciente entrevista al politólogo mexicano, co-creador del método educativo Aprendizaje Servicio Situado, y actualmente director del Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad Iberoamericana de Puebla, Juan Luis Hernández Avendaño.
¿Cómo ve usted actualmente la democracia en Latinoamérica?
La democracia latinoamericana vive horas bajas en convicciones y apropiación de valores democráticos. Latino barómetro es un ejercicio que desde hace 23 años mide la percepción de la democracia en nuestra región y su última medición, en 2018, arroja que solo el 48% de los entrevistados de América Latina apoya la democracia. Un porcentaje que ha venido disminuyendo en la segunda década del siglo XXI.
El régimen democrático, es decir, el ecosistema que reúne instituciones, reglas del juego, acción colectiva, ejercicio de ciudadanía, movilizaciones, estilos y formas de gobierno electo, está enfrentando dos condiciones que definen a América Latina: la más violenta y la más desigual del mundo. No podemos hablar solo de democracia, cuenta el ánimo y la percepción de los latinoamericanos en otros ámbitos de la vida, sobre todo, en aquellos que tienen que ver con su bolsillo o su seguridad cotidiana.
Siendo la región más violenta, el lugar en el mundo donde más se mata y con índices de impunidad bastantes grandes y la más desigual, el lugar donde pocos tienen mucho y muchos tienen poco y donde las élites concentran a veces el 90% de la riqueza de un país, la democracia se convirtió en variable dependiente y no en independiente. Me explico, la democracia está siendo apoyada por cada vez menos latinoamericanos convencidos de que lo más importante para ellos es que no los vayan a secuestrar, a asesinar, a extorsionar, a atentar contra su familia. Y si ese latinoamericano aprecia que haya un partido o un político que promete trabajar por la seguridad de los ciudadanos, aunque ello suponga terminar con algunas libertades, está demostrado que el apoyo social se inclina por más seguridad, aunque eso suponga sacrificar algo de la democracia.
En este ejemplo, la democracia se convierte en una variable dependiente. La democracia es afectada por la inseguridad y la violencia irracional y estúpida que vivimos en el continente. ¿Pero qué pasa si la democracia se convierte en variable independiente? El ejemplo sería el siguiente: la democracia y las mediaciones democráticas serían el camino para pacificar un país o una sociedad, para enfrentar la violencia. Y eso nos llevaría a pensar en democratizar las policías, sobre todo los policías locales. Nos llevaría a hacerlos más próximos, con una visión de seguridad humana que tiene en el centro la defensa de los derechos humanos.
De la misma manera con la desigualdad, la democracia debería ser el mecanismo que sirve para cerrar las brechas salariales, acotar las políticas fiscales que privilegian a los sectores adinerados, para dinamizar políticas públicas de gobiernos locales de inclusión. En este sentido, la democracia sería una variable independiente. Es decir, sería la herramienta social y política para enfrentar la violencia y la desigualdad. Y en cambio no sería castigada ni sacrificada por ser violenta e injusta.
—¿Es posible afirmar que vivimos un momento de desilusión con respecto a la democracia y a los políticos? En caso afirmativo, ¿qué cosas propiciarían que se revirtiera este cuadro?
Revertir una tendencia no es fácil, pero la historia de la humanidad se ha construido a partir de sueños, utopías y resistencias. La desilusión frente a la democracia, debe enfrentarse con educación, sea formal o popular. Una educación que sostenga que la base de la democracia es la participación de la gente, la corresponsabilidad con los asuntos del barrio, de la ciudad, del entorno donde se vive.
La desilusión con respecto a la democracia, la política y los políticos es mundial. Le llamamos “desafección”, apatía e indiferencia sobre lo que implica la vida pública. Pero esa desilusión tiene dos explicaciones. Por un lado, las élites políticas muchas veces en el mundo se fueron constituyendo en el gobierno de los peores, políticos ignorantes, amantes de la riqueza y tiranos. De esta manera, se contagia una perversión de la vida política. Ensucia y desprestigia a la propia palabra ‘política’ y envía el mensaje a la sociedad y a los ciudadanos de que a la política solo puede llegar quien es corrupto.
Por otro lado, los ciudadanos también suelen desilusionarse de la política y de la democracia porque tuvieron experiencias negativas de participación, porque fueron censurados, perseguidos, manipulados o, incluso, porque perdieron dinero de su propio bolsillo por apoyar ciertas causas perdidas. Estas experiencias hacen que los ciudadanos se cansen y crean que la democracia y la política no son para ellos.
—¿De qué manera se pueden favorecer procesos de afirmación democrática?
Creo en la formación de la mentalidad. Para que haya democracia necesitamos demócratas. Y para que haya creencias que apoyen la democracia necesitamos una educación en praxis democrática. Afortunadamente en todo el continente latinoamericano hay muchas experiencias de democracia a las que llamaremos “nuevas democracias”. Esas nuevas democracias están siendo construidas de abajo hacia arriba, o de manera horizontal van de un lado a otro, dinamizando nuevas ideas para una convivencia social que gane en bienestar y en buen vivir. La idea entonces es apoyar hoy a esas nuevas democracias, que surgen con las ciudadanías activas, no son solo de izquierda o de derecha, son ciudadanías hartas, cansadas, insatisfechas y están diciendo que es necesario cambiar, es necesario desestructurar hegemonías, es necesario escuchar al ciudadano. Se trata de comprender sus reclamos, los políticos han olvidado que su mayor gestión es estar al servicio de los pueblos.
* Artículo publicado en la edición Nº 616 de la revista Ciudad Nueva.
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Fuente: Universidad Iberoamericana de Puebla / https://ciudadnueva.com.ar