Editorial Revista Mensaje N° 705. «Repensar el Estado y la gobernabilidad»

Cuando se recupera el respeto, renace también la esperanza y es posible un diálogo de calidad, las instituciones se fortalecen, se hacen confiables y el país puede progresar.

Después de las elecciones del pasado 21 de noviembre, y en medio de la campaña para la segunda vuelta de la elección presidencial, se han captado estrategias políticas reactivas. Dado que los dos candidatos que irán a segunda vuelta están ubicados hacia los extremos del espectro político, se han visto ambos en la necesidad de moderar sus posiciones para captar tanto el centro político del país como esa gran cantidad de votantes indecisos que han ido expresando, de diversas formas, su incertidumbre. Esto genera grandes preguntas respecto de su credibilidad y de la convicción con que abrazan sus nuevas propuestas. La capacidad de renunciar a lo deseable, para acoger lo posible, forma parte de la política. Allí se juega, en buena medida, la astucia de un gobernante. Sin embargo, en el contexto de una nueva etapa de campaña llama mucho la atención la manera como una propuesta programática puede transformarse en una suerte de commodity, fácilmente transferible de un candidato a otro a la hora de negociar apoyos.

En el plano legislativo, la elección de un parlamento prácticamente empatado entre derecha e izquierda genera un escenario novedoso y no menos inquietante. ¿Por qué? Primero, si alguien pensaba que la aprobación al proceso constituyente con un 80% implicaba que la ciudadanía se volcaba hacia fuerzas políticas de izquierda, con esta elección eso es ahora incierto. Ese 80% solo indicaba, al parecer, la necesidad de un nuevo proyecto constitucional y no tanto su signo político. Segundo, vinculado a lo anterior, surge la pregunta por la relación que tendrá la Convención con el Congreso y si esta elección moderará el contenido del proyecto constitucional para que sea aprobado. Y, tercero, el nuevo Congreso obligará necesariamente a que el futuro presidente plantee proyectos más moderados, a riesgo de que no pueda ejecutar ninguna iniciativa durante su mandato.

Al mismo tiempo, la alta votación del candidato Parisi, cuya campaña fue virtual, con acciones y propuestas difícilmente encasillables en el clivaje político tradicional, genera también preguntas sobre las causas y motivaciones que hacen decantarse a los votantes por una opción u otra.

Por último, no hay que olvidar que acudió a votar solamente el 47,34% del padrón. Esto, sumado a lo anterior, obliga a que el próximo Presidente se plantee seriamente cómo gobernar con este Congreso y con esta apatía en la población. Y, al mismo tiempo, exige a los propios congresistas revisar cuál será su actitud: ¿se dedicarán a obstruir simplemente lo que venga de la vereda opuesta o se pondrán a disposición de llegar a acuerdos de largo plazo?

DESAFÍOS A LA GOBERNABILIDAD Y PROPUESTAS DE FUTURO

Mientras está sucediendo lo anterior, la Convención Constituyente continúa su trabajo. Consideramos que ella debe tomar la contingencia como un dato relevante, sobre todo por los síntomas que muestra nuestro Estado y sistema político. Ella debe mirar la tendencia y los signos de preocupación, precisamente porque tiene la oportunidad de corregirlos desde su base.

El primer problema evidente es la pobre participación política. Esto es consecuencia de años de debilitamiento y de desprestigio sistemático de la discusión pública. Las instancias de participación ciudadana fueron socavadas y las organizaciones comunitarias, vistas con sospecha. Para recuperar calidad y legitimidad en las decisiones y acciones del Estado, es imprescindible recuperar la participación, generando mayores espacios de decisión en la base social, en las juntas de vecinos y en las asociaciones locales. Es ahí donde se fragua la argumentación, el liderazgo, la capacidad de decidir y la responsabilidad por el futuro común. Pero es necesario que las decisiones a ese nivel tengan relevancia y poder reales.

Un segundo problema es la falta de renovación de los partidos políticos. Entre los jóvenes existe un interés muy bajo por participar en la política partidista, pero esto no implica que carezcan de motivación por el cambio social. Al menos, se vislumbran dos elementos importantes que afectan la renovación: el primero es la falta de formación de los jóvenes, donde puedan aproximarse en profundidad a las fuentes doctrinales de los partidos, enfrentar y discutir las preguntas fundamentales en torno a la justicia social, la libertad, la democracia, la igualdad o la comunidad. En este punto, los colegios y programas educativos debieran jugar un rol fundamental que hoy no están teniendo, lo que genera apatía social y sujetos que no se sienten parte de la sociedad ni les parece interesar. El segundo elemento dice relación con la relevancia que estos mismos grupos de jóvenes pudieran tener en las estructuras del partido, donde se les permita y aliente a progresar en responsabilidad y a participar de las decisiones o acciones colectivas. Faltando cualquiera de estos dos elementos, la renovación será imposible.

El tercer problema tiene relación con la geografía. Actualmente se ven problemas muy territorializados: migración en el norte, violencia en la llamada “macro zona sur”, narcotráfico en diversas zonas urbanas. Cuando los partidos políticos toman una bandera respecto de dichas problemáticas que tienen características muy locales, se tiende a producir una separación entre ese territorio en específico y el resto del país que no padece esa situación. Es compleja una campaña que tiene ribetes tan territoriales porque, al fin y al cabo, el presidente debe serlo para todo el país. La pregunta más de fondo es cómo el país, en su totalidad, se hace cargo y asume un problema que es eminentemente local y donde dichas situaciones locales difíciles se asumen, de algún modo, como partes integrantes del todo. Esa es, nos parece, la dificultad mayor de las llamadas “zonas de sacrificio”, donde la población local se ve muy afectada y el resto del país aparece bastante indiferente. A los habitantes de esos lugares no se les reconoce que, de algún modo, el sacrificio que hacen está muy por debajo de lo justo y el resto del país no debería descansar en beneficiarse de esa injusticia. Sin duda, requerimos descentralización, pero acompañarla de unidad y solidaridad social.

El cuarto problema, quizá el más grave y transversal de todos, es la falta de profundidad en el discurso político. Esta situación atraviesa la crisis de los partidos políticos, las actuales campañas, y la pobre formación de la juventud. Cuando las posturas políticas no son capaces de superar los eslóganes del marketing, se producen varios resultados: el encasillamiento de los rivales políticos, la excesiva simplificación de problemas complejos, la falta de coherencia en las propuestas de política pública que se hacen al país, entre otros. Un discurso político comprende, entre otras cosas, una jerarquización de valores centrales para un colectivo de personas y un modo de comprender lo ya señalado: la libertad, la justicia social, la comunidad, la democracia y la igualdad política. Contar con declaraciones de ese tipo permite comprender que en una opción política se juegan muchos valores que están en conflicto y que frecuentemente son difíciles de armonizar. Hacerse conscientes de ello permite entrar en los problemas en profundidad, sabiendo que en el fondo de las decisiones hay opciones éticas y se privilegian algunos valores o grupos, pudiendo favorecer otros. De la mano con ello, las caricaturas sobre el rival también se evitan, ya que la complejidad permite validar las opciones y perspectivas de los competidores. Finalmente, un discurso profundo que se hace público da sustento ideológico y fundamento a las propuestas, haciendo que un partido sea más coherente a lo largo del tiempo, que los ciudadanos sepan también a qué atenerse a la hora de votar y que las afiliaciones sean menos líquidas al no estar sujetas a “ofertones de campaña”.

Finalmente, un último problema tiene que ver con las formas. Hoy se ha perdido el respeto en, al menos, dos sentidos: uno, es a las reglas de organización que nos hemos dado como país y el otro es el trato que se da a los adversarios. Es muy valorable que Chile haya decidido cambiar sus reglas dentro de un marco de legalidad vigente. Por eso tenemos que celebrar el cauce institucional que ha tomado el país, como signo de civilidad. Pero otra cara del respeto es el trato que se dan los adversarios. Esto deja mucho que desear tanto al interior del Congreso, como desde ese poder hacia otros poderes del Estado, entre partidos políticos, o hacia las Fuerzas Armadas y de Orden. La Convención Constituyente ha recuperado mucho de ese respeto, ahora deberá recuperarlo el Congreso, los partidos y el Gobierno. No se trata de no denunciar delitos ni de evitar la discusión de ideas. Cuando quienes llevan la vida política del Estado se permiten faltar el respeto entre personas o entre poderes, no se percatan de que son las instituciones las que se mellan y, tarde o temprano, ese desprestigio se vuelve contra ellos mismos. En este punto es muy relevante que los tres poderes del Estado faciliten que la Convención haga un buen trabajo. Sería muy dañino para la democracia percibir que un mal proyecto de Constitución fue permitido o provocado por el Estado mismo. Cuando se recupera el respeto, renace también la esperanza y es posible un diálogo de calidad, las instituciones se fortalecen, se hacen confiables y el país puede progresar. MSJ

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Fuente: Editorial de Revista Mensaje N° 705, diciembre de 2021.

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