El Papa aboga por “una Iglesia sin fronteras, que sabe tomar de la mano para levantar, no para condenar”

“Somos pobres, pero capaces de enriquecer a muchos. No tenemos nada, pero poseemos todo. Nuestro ‘todo’ es el Evangelio”.

Tras los rigores del “ferragosto” del julio romano, Francisco reanudó las audiencias públicas de los miércoles, esta vez en el Aula Pablo VI. Y lo hizo repasando el pasaje de los hechos de los Apóstoles en el que Pedro y Juan sanan a un paralítico. “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy. En el nombre de Jesucristo el Nazareno, te digo levántate y anda”.

Un lenguaje de signos, como el propio Evangelio. Así lo resaltó Bergoglio en su alocución, la 280 desde que es Papa, en las audiencias de los miércoles. En esta ocasión, rodeado de miles de personas, de todo signo y condición: desde novios a indígenas venidos de la Amazonía.

“El Evangelio nos habla de acciones concretas, no solo de la palabra”, comenzó Francisco. “Sucede que los apóstoles interceden, y Cristo actúa, confirmando la palabra con los signos que la acompañan”. Y es que, continuó, “los milagros son una manifestación de la divinidad de Jesús”.

PERSISTE EL PARADIGMA DE LA EXCLUSIÓN

Este es el primer milagro de los apóstoles, con “una clara finalidad misionera”, pues se revela en la figura de un paralítico de nacimiento, que estaba a la puerta del templo, sin entrar. “¿Por qué?”, se preguntó el Papa. “Porque la ley mosaica impedía ofrecer sacrificios a quien tuviera una discapacidad física, como consecuencia de alguna culpa”, tal y como sucedió en el caso de la curación, por parte de Jesús, del ciego de nacimiento. “Según esa mentalidad, siempre había una culpa detrás de una discapacidad. Ese paradigma de exclusión persiste”, lamentó.

Sin embargo, cuando llegan Pedro y Juan, “se inicia un juego de miradas”. “Los apóstoles establecen una relación, porque es el modo en que Dios quiere mostrarse, siempre en el diálogo, desde el corazón, a través de un encuentro real”, destacó Bergoglio.

Especialmente, en el templo, que “además de centro religioso, era lugar de intercambio financiero. Muchas veces los profetas, y Jesús mismo, se habían enfadado… Yo mismo pienso en esto cuando voy a alguna parroquia que piensa que es primero los dineros que los sacramentos… ¡Pobres!”, improvisó el Papa.

UNA IMAGEN DE LA IGLESIA DE JESÚS

“Aquel mendigo no encuentra dinero, pero sí al nombre que salva al hombre. Jesucristo el Nazareno”, recordó. Y, como hiciera Jesús, “Pedro toca a este enfermo, lo toma de la mano y lo levanta, en un gesto que es una imagen de resurrección”, y una visión de Iglesia.

¿Cuál? “Una Iglesia que no cierra los ojos, sabe mirar a la cara, para crear relaciones significativas”. En este pasaje, añadió Francisco, “aparece el rostro de una Iglesia sin fronteras, que se siente madre de todos, que sabe tomar de la mano para levantar, no para condenar”.

“Jesús siempre tiende la mano, siempre trata de levantar, de hacer que la gente se cure, que sea feliz, que encuentre a Dios”, señaló el Papa.

“Se trata del arte del acompañamiento, que se caracteriza por la delicadeza por la que se acerca a la tierra sagrada del otro, siguiendo el camino de la proximidad, con una llamada respetuosa y llena de compasión”.

Y así, “sana, libera, da ánimos… esto hacen los dos apóstoles: lo miran, tienden la mano, lo hacen levantar y lo curan. Así hace Jesús con todos nosotros, pensemos en esto cuando estemos en un momento malo, de pecado o tristeza. Está Jesús: tomemos su mano y dejémonos levantar por él”.

“Somos pobres, pero capaces de enriquecer a muchos. No tenemos nada, pero poseemos todo. Nuestro ‘todo’ es el Evangelio”, concluyó el Papa, quien animó a preguntarnos “cada uno de nosotros, ¿qué poseemos? ¿Cuál es nuestra riqueza, cuál nuestro tesoro?”.

“No nos olvidemos: la mano tendida siempre para ayudar a levantarse al otro, que es la mano de Jesús. Que a través de nuestra mano ayude a levantarse a los demás”.

SALUDO EN CASTELLANO

Queridos hermanos:

La primera curación que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles es la de un hombre paralítico de nacimiento que pedía limosna en la puerta del Templo llamada Hermosa. Pedro y Juan se dirigen allí a rezar hacia las 3 de la tarde: es la misma hora en que se ofrecía el sacrificio, y en la que Cristo murió en la Cruz. Al ver al paralítico, los apóstoles lo miran y le piden que él a su vez los mire, creando así una relación, un encuentro real entre personas, que es donde a Dios le gusta manifestarse. A continuación, Pedro le dice: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y camina», y tomándolo de la mano lo levantó.

El mendigo no obtuvo dinero, sino que recibió el Nombre que salva: Jesús de Nazaret. Aquí vemos el retrato de una Iglesia que mira al que está en dificultad para crear relaciones significativas, puentes de amistad y solidaridad. Es el rostro de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos, y que vive el arte del acompañamiento que se caracteriza por la delicadeza con que se acerca a la tierra sagrada del otro; así nuestro caminar tendrá el ritmo sanador de la projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.

Pedro y Juan nos enseñan a no poner la confianza en los medios, que siempre serán útiles, sino en la verdadera riqueza que es la relación con Cristo resucitado.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina. En particular a la Hermandad Nuestro Padre Jesús Hospitalario, de Ciempozuelos, acompañados de su obispo Mons. Ginés García Beltrán. Pidamos al Señor que nunca olvidemos que la verdadera riqueza de nuestra vida está en su amor infinito, y que nos esforcemos en compartirlo también con los demás. Que Dios los bendiga.

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Fuente: www.religiondigital.org

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