La historia de Aamira, quien huyó de Sudán y hoy profesora en el campo de refugiados de Gendrassa, en Maban, Sudán del Sur.
Cuando sonaron los primeros disparos, Aamira* dormía con sus hijos; el silencio de aquella noche sudanesa se rompió con el estallido de la guerra.
“Le pregunté a mi marido qué estaba pasando y él me dijo que yo tenía que despertar a los niños porque estábamos en peligro. Recuerdo que los escondí debajo de la cama y fui a ver a mi padre, que me pidió que tomara a los niños y huyera. Aquel día escapé sin nada, salvo la ropa que llevábamos puesta”, cuenta.
Aamira huyó de Sudán desde el estado del Nilo Azul en 2012, el año en que comenzó la guerra civil en el país. Once años después, los recuerdos de aquel viaje siguen vivos en su memoria.
“Pasamos la noche en un valle cercano y, por la mañana, empezamos a caminar hacia dónde se dirigían otras personas. Mi hermano había intentado volver para tomar algo de ropa y comida que habíamos dejado en casa, pero no había forma de llegar debido a los disparos. Todas las carreteras habían sido bloqueadas y había muchos saqueos y matanzas”.
Pasó días en el monte sin comida, agua ni medicinas antes de llegar al campo de refugiados de Maban, en Sudán del Sur, donde ahora vive con su familia.
Allí Aamira empezó a construir una nueva vida, persiguiendo su sueño: ser maestra. Se inscribió en un programa de formación de maestros de cuatro años dirigido por el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS). Obtuvo un certificado en educación en la Universidad de Juba y ahora enseña en dos escuelas de primaria en el campamento de refugiados de Gendrassa.
“Para mí, la educación lo es todo. Viví en primera persona el sufrimiento de tener que abandonar la escuela porque me obligaron a casarme cuando era niña”. A pesar de las dificultades de enseñar y estudiar para una madre y una mujer que trabaja en un campo de refugiados, Aamira aceptó el reto de llevar su testimonio a otras niñas y mujeres refugiadas.
“Para mí, la educación lo es todo. Viví en primera persona el sufrimiento de tener que abandonar la escuela porque me obligaron a casarme cuando era niña”.
“Es importante que las niñas y mujeres refugiadas estudien y lleguen a secundaria. Luego, si quieren casarse, deben tener la oportunidad de elegirlo cuando sean mayores. Si quieren estudiar y tienen la oportunidad de hacerlo, deben continuar y añadir nuevos conocimientos a los que ya han adquirido”, concluyó.
* Se ha cambiado el nombre para proteger la identidad de la persona.
* Esta historia fue publicada originalmente por el JRS Eastern Africa.
Fuente: https://jrs.net/es / Imagen: Servicio Jesuita a Refugiados.