Esperando al Papa Francisco

Si los creyentes no tomamos en serio los gestos y acciones del Papa para transformarlos en una elocuencia real de nuestra vida, aparece con fuerza la sensación de incoherencia. Tal vez la mejor bienvenida sea tener el valor de ponernos en salida hacia las nuevas periferias para que, como Jesús, seamos capaces de itinerar hacia las periferias existenciales a fin de rendirlas más humanas.

Hace treinta años Chile recibió por primera vez a un Papa, cuando Juan Pablo II estuvo seis días en territorio nacional, visitando ocho ciudades. Entre el 15 y el 18 de enero próximo, el papa Francisco hará la segunda visita pontificia a nuestro país, viniendo a Santiago, Temuco e Iquique.

Es preciso situar esta visita pontificia en un contexto totalmente distinto a la de la primera. El actual Pontífice se encontrará con un escenario en nada comparable con el del año 1987 desde un punto de vista político, económico, social y eclesial.

Esta visita ha suscitado críticas, comenzando por la discusión sobre su costo, algo impensable en la preparación de la llegada de Juan Pablo II. Además, la credibilidad de la institución de la Iglesia católica y su postura en ciertos temas son cuestionadas por un número significativo de ciudadanos. En otras palabras, el papa Francisco aterrizará en un ambiente agitado.

Lamentablemente, esto podría desvirtuar el significado más profundo de su visita. La misión del Papa en la Iglesia —más allá de lo jurídico, que lo establece como cabeza del colegio episcopal y jefe del Estado del Vaticano— consiste en anunciar la Buena Noticia del amor incondicional de Dios hacia la humanidad, en su conjunto y en su individualidad. Así, el primer significado de su visita es pastoral: viene a confirmar en la fe a los que desean ser discípulos de Jesús el Cristo, y a dialogar con personas de otras religiones y pensamientos para reflexionar sobre el sentido más profundo de la vida e ir construyendo un mundo donde todo ciudadano tenga un lugar digno.

Nuestra revista ha dedicado este número a profundizar sobre temas reiterados en el pontificado de Francisco, los que están en la agenda nacional y constituyen un desafío para nuestro país. Los ofrecemos teniendo a la vista que, como miembros de nuestra Iglesia, estamos invitados a avanzar en gestos, y que estos sean elocuentes y transparentes del Evangelio. No se trata de reducirlos a una suerte de actitud publicitaria, sino de asumir aquellos que se hagan cargo de las profundas transformaciones sociales expresadas en las palabras del Papa. Vale la pena preguntarse si, como Iglesia y como país hemos escuchado suficientemente la importancia que tiene la luz de la fe para informar no solamente el compartimiento individual de las personas; si hemos oído con prontitud la disposición para acoger a quienes, aún separados, desean comulgar; si el proyecto económico del país está centrado en un respeto por la casa común, comprendiendo el mundo como la creación de Dios para todos y para la vida futura, y no como una mera fuente de recursos.

Su mirada del mundo también lo ha llevado a ser exigente con la vida interior de la Iglesia. A comienzos de su pontificado, el papa Francisco conformó una comisión para reorganizar la Curia del Vaticano. Uno de sus integrantes, el cardenal Francisco Javier Errázuriz, explica en nuestras páginas la finalidad y los avances de esa instancia.

La visita papal tiene un profundo sentido espiritual, pues puede ayudar en el crecimiento de la vida de fe en nuestra sociedad. Es la oportunidad de escuchar la palabra de un reconocido líder que ha impactado con su sencillez, sus gestos significativos, sus frases inspiradoras y su cercanía a la gente, junto con su claro anuncio de un Dios como Padre misericordioso que invita a la conversión del corazón para servir a la humanidad.

Entonces, la actitud fundamental de preparación para su visita es la de disponerse a escucharlo. Y, para un católico, él es el Vicario de Cristo, un privilegiado representante humano de Dios en la historia humana. Obviamente, como persona puede equivocarse y, de hecho, una y otra vez el mismo papa Francisco ha declarado abiertamente su condición de pecador; pero en la fe se cree que tiene la asistencia privilegiada del Espíritu para iluminarlo y fortalecerlo en su misión, y, de hecho, de manera reiterada ha pedido que oren por él.

Si los creyentes no tomamos en serio los gestos y acciones del Papa para transformarlos en una elocuencia real de nuestra vida, aparece con fuerza la sensación de incoherencia. Tal vez la mejor bienvenida sea tener el valor de ponernos en salida hacia las nuevas periferias para que, como Jesús, seamos capaces de itinerar hacia las periferias existenciales a fin de rendirlas más humanas.

Bienvenido, papa Francisco. MSJ

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Fuente: editorial Revista Mensaje n° 665, diciembre de 2017.

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