Esperanza

Cultivar la virtud de la esperanza, como toda praxis verdaderamente cristiana no es una búsqueda de superación personal, sino un camino que se abre siempre al servicio a los demás.

“Verde que te quiero verde, / verde viento, verdes ramas. […]. ¡Cuántas veces te esperó! / ¡Cuántas veces te esperara” (F. García Lorca) ¿Qué es la esperanza, sino el verde de la confianza en una nueva primavera para los campos o el ancla que sostiene la certeza de una respuesta frente a toda zozobra? Los dos símbolos, el verde y el ancla, expresan con claridad el significado de la esperanza: la virtud teologal de la confianza en la promesa de plenitud que nos ha hecho Dios (cf. CCE 1817). Pues, la esperanza sostiene nuestra disposición al bien, especialmente, cuando el horizonte se oscurece, cuando el camino se tuerce o la senda desaparece.

¿Qué es la esperanza, sino el verde de la confianza en una nueva primavera para los campos o el ancla que sostiene la certeza de una respuesta frente a toda zozobra?

En esa oscuridad, el creyente escucha una vez más “no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios” (Is 41, 10). La esperanza no es obviar las dificultades o enmascararlas bajo falsas seguridades. Al contrario, la esperanza es la valentía de enfrentar la adversidad con la confianza puesta en la fidelidad de Dios a su promesa. La esperanza, es el “por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5, 5) de Pedro a Jesús o el “es el Señor” (Jn 21, 7) de Juan, es decir, abrir el corazón al Espíritu para reconocer a Dios en nuestra vida, para confiar en la fidelidad de su Palabra.

Cultivar la virtud de la esperanza, como toda praxis verdaderamente cristiana no es una búsqueda de superación personal, sino un camino que se abre siempre al servicio a los demás. Vivir la esperanza, ordenar la vida hacia el Reino y el encuentro con Dios, supone siempre iluminar la vida de los demás para caminar con ellos hacia esa misma felicidad. Mirar el mundo con esperanza es contagiar de sentido la vida a todos los que nos rodean, descubriendo en ella la fuente de nuestra alegría (cf. Rom 12, 12).

Quizás por eso, María tiene en tantos lugares nombre de Esperanza, una advocación vinculada a las iglesias próximas a las puertas de las murallas. Porque ella, ante un camino incierto, confío su vida en la verdad de la promesa de Dios, dejando así que el Reino se hiciera presente en el mundo.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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