“Fue como ver un fantasma en mitad de la noche”. En febrero de 1943 el pueblo alemán recibió un duro golpe de realidad. La Wehrmacht iba encadenando una derrota tras otra. Tras el mazazo que supuso a finales de año la derrota en El Alamein, Alemania vio semanas después cómo todo el VI Ejército se derrumbaba ante los soviéticos en Stalingrado. La URSS no solo frenaba a la Wehrmacht sino que contraatacaba a toda velocidad. De pronto “el Reich que duraría mil años” corría peligro de acabar siendo un montón de cenizas y escombros.
Dicen que los animales salvajes son muy agresivos cuando su vida corre peligro. Los dirigentes nazis empezaron a darse cuenta de que la situación se les iba de las manos. Por tanto, el 18 de febrero, el ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels pronunció en el Sportpalast de Berlín uno de los discursos más terroríficos de su carrera. Ante una multitud enfervorizada, ajena a toda realidad, y retransmitido por radio a todo el país, Goebbels, un maniático atormentado desde la infancia, proclamaba la “Guerra Total”. Todo el Reich trabajaría hasta la victoria final sobre el enemigo judío y bolchevique. A millones de alemanes se les heló la sangre al oír “¿quieres la guerra más total y radical que cualquier cosa que podamos concebir hoy en día?”. La voz de Goebbels, histérica de odio y violencia, sentenció a millones de personas: “¡Ahora, pueblo! ¡Levántate, asalta, arrasa!”.
La Historia del siglo XX está llena de episodios de este tipo. No solo fue cosa de Hitler: en Rumania, semanas antes de ser asesinado, Nicolai Ceaucescu ordenó varias matanzas en la Navidad de 1989. Igual sucedió con Gadaffi en Libia o Mubarak en Egipto. La URSS se despidió con masacres en Bakú, Vilna y Kazajistán. Stalin es un triste ejemplo de violencia de este tipo: las peores depuraciones políticas —con encarcelamientos y asesinatos en masa— sucedieron cuando el dictador veía peligrar su poder o su hegemonía política.
No solo fue cosa de Hitler: en Rumania, semanas antes de ser asesinado, Nicolai Ceaucescu ordenó varias matanzas en la Navidad de 1989. Igual sucedió con Gadaffi en Libia o Mubarak en Egipto. La URSS se despidió con masacres en Bakú, Vilna y Kazajistán. Stalin es un triste ejemplo de violencia de este tipo.
Hace unos días Vladímir Putin ordenó la movilización de 130.000 personas para hacer frente al “enemigo fascista ucraniano”. A Putin, la operación militar especial —otro eufemismo más— parece que también se le ha ido de las manos. En el momento que se escribe este texto, miles de rusos —en particular pertenecientes a etnias minoritarias y procedentes de las partes más pobres del país—, están siendo llamados a filas para luchar en una guerra injusta contra un país vecino y hermano.
No queremos caer en el pesimismo. No todo es oscuridad, guerra y violencia. No será la Guerra Total la que acabará ganando, sino la verdad total —la que anunció el Señor— junto a la esperanza, la que acabará imponiéndose. Verdad y esperanza para una humanidad que, a pesar y gracias a su historia, acabará viviendo en paz.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.