Kenia: el viaje de una joven refugiada a la Casa Presidencial

Que haya un solo niño o niña sin escuela ya es excesivo. El potencial de un niño que se desperdicia es una pérdida que la humanidad simple y llanamente no puede permitirse.

“Solo quiero que mis padres se sientan orgullosos”, dice la joven Tikikil, dándonos una idea de qué motiva a esta alumna de primer año de secundaria. Sus logros son, de hecho, impresionantes. En la mitad de su primer año de secundaria, ya formaba parte de un pequeño grupo de alumnas invitadas a la Casa Presidencial, en Nairobi, para asistir a un taller de tres días (del 3 al 6 de octubre de 2017) como parte del Plan de Incentivos para Estudiantes (PURES, por sus siglas en inglés), un proyecto de orientación para estudiantes brillantes patrocinado por el Presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, y la Primera Dama, Margaret Kenyatta. Según el sitio web oficial del gobierno de Kenia, el proyecto fue “iniciado por el presidente para motivar a los alumnos a trabajar duro en sus estudios e inculcarles un sentido de disciplina, dirección y patriotismo”.

Las autoridades de su escuela, Facing Mount Girls Secondary School, presentaron sus excelentes resultados académicos, sus muchos talentos y sus habilidades para el liderazgo, como la razón por la que fue elegida como una de las tres únicas estudiantes para representar a la escuela.

Tikikil es una de las beneficiarias del programa educativo del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Nairobi, un proyecto urbano. El programa colabora con el pago de tasas académicas, uniformes, asistencia médica, ayuda material y los artículos necesarios para la inscripción en base a lo que pide la institución para seleccionar a las beneficiarias necesitadas. El programa cubre todo el espectro educativo: desde la enseñanza preescolar hasta el nivel universitario. Sin embargo, como la educación primaria se considera gratuita en Kenia, no se ofrece ninguna asistencia directa en este nivel. En cambio, el JRS involucra a las instituciones para garanticen que las niñas y niños refugiados accedan a los servicios educativos sin restricciones. Actualmente, el programa apoya a cuarenta niñas y niños de secundaria y once estudiantes universitarios. Otros 45 estudiantes más están becados para realizar diversas formaciones profesionales.

Tikikil llegó a Kenia con su familia, en 2013, huyendo de la persecución en su país natal, Etiopía. “Hablaba muy poco inglés y nada de kiswahili”, dice en perfecto inglés, recordando cuando llegó por primera vez a Kenia. De hecho, ella también actúa como supervisora de idioma en la escuela, cuya función es asegurar que todos hablen inglés dentro de las instalaciones escolares. A pesar de sus resultados ejemplares de hoy, al principio no fue fácil. Cuando llegó por primera vez a Kenia, tuvo que repetir el 6° grado, y en su propio examen de admisión su rendimiento en el certificado de educación primaria de Kenia fue insuficiente. “Mi padre estaba frustrado y me prometí a mí misma que eso no volvería a suceder”, dice la única hija de un padre fotógrafo profesional y una madre ama de casa. No hay duda de su resolutividad, y con una mirada firme y la perseverancia de la juventud, su marcha hacia el éxito ha sido imparable, una valoración que comparte la directora de la escuela.

Sin embargo, su aptitud académica solo explica una parte de la buena posición de Tikikil en su escuela. La directora la describió como talentosa, extravertida y dotada de un gran sentido del deber. Ella es muy activa dentro de la comunidad escolar, como lo demuestra su participación en varios clubes. Como miembro del club de periodismo de la escuela, recopila información de artículos de periódicos y revistas sobre temas de interés general y los comparte con el resto. También es miembro del club de la Cruz Roja. Una de sus pasiones es el medio ambiente, lo que explica su predilección por la geografía por encima de otras materias que se imparten en la escuela, aunque no tiene dificultades con ninguna de las demás. Ella sueña en convertirse en una científica ambiental algún día y contribuir a la lucha contra el cambio climático.

Si la historia de Tikikil nos da motivos para regocijarnos, es exactamente porque así debe ser. Es más, esta debería ser la historia de cada niña y cada niño del mundo, incluidos los refugiados. Que haya un solo niño o niña sin escuela ya es excesivo. El potencial de un niño que se desperdicia es una pérdida que la humanidad simple y llanamente no puede permitirse.

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Fuente: http://es.jrs.net

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