La fruta del dragón

La filosofía de Platón era eminentemente política, ya que consideraba a esta como la cumbre de la existencia individual. Nunca fue defensor de la muchedumbre. Al contrario, desconfiaba de ella.

Dice mi tía Filotea que “las cosas donde participan muchos solo pueden procesarse con acuerdos, lo demás son imposiciones, donde alguna de las partes pierde, queda dolida y tarde o temprano buscará romper el juego político”. La negociación en tiempos de la “guanábana” funcionaba por el bien de la democracia, pero en algún momento perdimos el camino, la brújula se mojó y se instauró el chantaje político electoral como instrumento y método de procesar las contradicciones.

Platón narra por medio de un mito el surgimiento de los diálogos en la política y la labor de esta. Se trata del mito de Prometeo. Este era el titán amigo de los hombres, quien viendo las continuas batallas y luchas fratricidas entre la dirigencia política que perjudicaba al pueblo, decidió robar el fuego a los dioses y entregárselo a los hombres como herramienta para la convivencia. El fuego es precisamente la luz de la política, el arte del gobierno en la sociedad.

El maestro griego consideraba que “sin política no era posible la convivencia social entre los hombres, porque esta hacía posible lo que aparentemente no lo era: el gobierno y la paz, imponiendo el orden en la poli por medio de la ley justa”. Por eso, la filosofía de Platón era eminentemente política, ya que consideraba a esta como la cumbre de la existencia individual. Nunca fue defensor de la muchedumbre. Al contrario, desconfiaba de ella.

Platón consideraba que la democracia, por un lado, suponía la puesta en escena de la mayor libertad de cada uno para escoger su forma de vida y la igualdad de todos en materia jurídica y política. Al mismo tiempo, como el pueblo siempre adolece de ignorancia o falta de preparación, ocurre habitualmente que la democracia termina por encumbrar a tiranos: “De la extrema libertad surge la mayor esclavitud”, escribe el griego en su obra La República.

En plena decadencia de la democracia griega, el salto de talanquera era muy común, y en aquellos tiempos se hablaba, por ejemplo, de la pitahaya o fruta del dragón, especie producida por un cactus que cuenta con excelentes propiedades medicinales y alimenticias. La metáfora de la política con el cactus no la entendía la tía Filotea, hasta que le expliqué que esa fruta es roja por fuera, pero su carne es blanca.

Platón, en otro de sus diálogos conocido como El político (o del Reinado), escribe: “Nada más ha sido tan desprestigiado en la sociedad actual, como la imagen del político y, sorprendentemente, estos son los que gobiernan los países y aprueban las leyes. Sin embargo, no podemos caer en la falacia de la generalización apresurada y decir que todos los políticos son malos, en efecto, debe haber algunos que contribuyen al mejoramiento de la vida humana”. En este libro, se juzga la acción política y se arrojan las directrices de cómo debe ser el político.

Platón explica que el mando o poder político necesita de un tipo especializado de conocimiento. Señalaba que el político era quien poseía ese conocimiento para gobernar correcta y justamente, además de representar los mejores intereses de sus ciudadanos. El diálogo muestra que los políticos deben estar gobernados por este conocimiento. Este llamado estaba dirigido contra quienes gobernaban en Grecia en esa época, de los cuales decía: “Aquellos que dan la apariencia de poseer ese conocimiento, pero en realidad solo son imitadores”.

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Fuente: http://revistasic.gumilla.org

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