La pelota contra el piso

El fútbol puede ofrecer múltiples analogías referidas a nuestra sociedad y a nuestra esencia humana, algunas de las cuales resultan de especial inspiración en los tiempos que corren(*).

El deporte de elite, transmitido masivamente a nivel planetario, siempre se ofrece como pretexto para buscar analogías con otras dimensiones de la persona, la sociedad y la cultura. Son tantas las variables que se entrecruzan en los grandes torneos deportivos internacionales, que es imposible ofrecer en un juicio único y conciso una apreciación que sea completa y ecuánime de lo que el deporte de alta competición puede significar. Así como fácilmente se pueden encontrar fuentes de inspiración para vidas mejores o para el desarrollo moral, asimismo es innecesario esforzarse para hallar rasgos incluso aterradores de modos degradantes o corrompidos de la condición humana. Por eso, y parafraseando al Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas —quien, queriendo escribir un libro bien estructurado, solo consiguió plasmar un “álbum de bosquejos mal dibujados”—, esta columna ofrece no una tesis bien hilada, sino un conjunto heterogéneo de observaciones de significados ambivalentes.

LA ROJA DE TODOS

Para quienes hemos crecido bajo la doctrina del “triunfo moral”, viendo por décadas que la única expectativa de los equipos de fútbol chileno en el extranjero era perder por poco o, Dios mediante, empatar a cero, lo que ha hecho la selección chilena de fútbol en los diez años transcurridos desde que Marcelo Bielsa se hizo cargo de ella en agosto de 2007, constituye un enorme salto de calidad. En este decenio, Chile derrotó por primera vez en un partido oficial a Argentina en 2008; ha clasificado a dos mundiales consecutivos —y con chances reales de estirar esa cifra a tres—; ha derrotado a selecciones de primer nivel mundial, como España, Brasil o Inglaterra, y ha conquistado en años seguidos dos torneos de América después de un siglo sin haberlos ganado nunca. Lo más impactante de esta transformación no radica en las destrezas futbolísticas —que también hay— sino en el inmenso cambio de actitud. Cualquiera que pueda revisar las imágenes del infausto partido en el Maracaná en 1989 —ese que terminó en el escándalo del fraude perpetrado por jugadores chilenos simulando una agresión, lo que nos valió las penas del infierno dictadas por un organismo no menos corrupto que aquel procedimiento antideportivo—, pues bien, quien compare aquel partido con Brasil con la final del 2 de julio último contra Alemania podrá constatar una diferencia inconmensurable: en 1989, a nuestros jugadores le quemaba la pelota en los pies, apenas si podían dar tres toques seguidos antes de, literalmente, devolverla al rival. Hoy en día, la selección de Chile sale resueltamente a agobiar a sus rivales desde el primer minuto, quienes quiera que sean, en cualquier cancha del mundo y con el mismo desparpajo. El primer tiempo con Alemania —como ya se dijo, desde la perspectiva de quien se educó en la escuela de “perder por poco”—, fue asombroso por la disposición de nuestro equipo a forzar al rival a cometer errores, a no esperarlo ni darle tregua. Esa actitud de nuestros deportistas de competir de igual a igual en el exterior es síntoma de un cambio muy de fondo, en cuyos orígenes y proyecciones valdría la pena indagar más, y que encuentra otros grandes ejemplos en atletas como Tomás González, Natalia Ducco o, más lejos en el tiempo, en el doble oro olímpico del tenis chileno en Atenas 2004, remontando un resultado muy adverso o el agotamiento físico. O también en el triatleta Cristián Bustos, sobreviviente incluso a un atropello en plena competencia que pudo costarle la pérdida de un brazo, pese a lo cual retornó a la elite de su disciplina tiempo más tarde.

En los días previos a la final de Rusia, circuló en Facebook un texto muy inspirado que merecería ser citado in extenso. Desgraciadamente, lo vimos copiado por alguien que lo copió de alguien y ya no constaba la identidad de su autor original, a quien habría que hacer justicia. Dice el texto: “Me gustaría que la selección fuese algún día campeona del mundo; pero más me gustaría que Chile fuese como la selección”. Y pasa a detallar todas las virtudes que este grupo de jugadores encierra, tanto en sus historias personales como en su desempeño como equipo. El texto es admirable, pero si vamos a aprovechar esta primavera futbolística que nos han dado nuestros jugadores, entonces tenemos que mirar agradecidos no solo todo lo que se progresó sino también todo lo que falta. Por ejemplo —y no crea el lector que solapadamente se intenta realizar una versión de otro deporte nacional esta vez desgraciado, el chaqueteo— en esta campaña Chile jugó cinco partidos y solo ganó uno; marcó en promedio menos de un gol por partido; nuestro equipo era el de mayor promedio de edad de la Copa de Confederaciones y son varios quienes advierten su preocupación sobre si habrá un recambio a la altura de esta generación que se hace veterana; en las dos finales en que se venció a Argentina no marcó ni un solo gol, etc. Decir estas cosas no es para echar pelo en la sopa, sino para mirar con serenidad y realismo el calado de nuestros progresos y de lo que aún nos falta por mejorar. Y eso es extrapolable a nosotros como país. Cuando se habla tanto de la “generación dorada”, como si quisiera decirse con eso que después de esta pareciera que ya no habrá otra, ¿no suena parecido a nuestra endémica propensión a apostar todas nuestras posibilidades de desarrollo nacional a la exportación de commodities, o a que China nos compre cobre lo más caro posible, eximiéndonos de nuestro deber de agregar valor a nuestros productos y educar a nuestra población para que ella misma sea nuestra principal fuente de generación de riqueza, no solo económica sino, además y sobre todo, cultural, cívica y espiritual? ¿Dependeremos, en el fútbol, en el tenis o en el triatlón, de una afortunada conjunción de casualidades que, de tanto en tanto, nos brinde algunos jugadores muy talentosos, sin haber hecho nada o algo para merecerlos, a través de una cultura del deporte que alcance a la población en su conjunto y que vaya garantizando la perpetuación de los logros de generaciones anteriores, no solo en el fútbol?

ESTRELLATO, CIVISMO Y COSMOPOLITISMO

Por otra parte, se mira a veces a los ídolos del deporte como ejemplos extrapolables a otros ámbitos de la vida. Pero, en ese caso, lo importante sería que ellos representaran un ideal de reconocimiento del mérito en condiciones de igualdad de ciudadanía, y no que pasaran a formar parte de una minoría que ostenta privilegios que siempre serán irritantes(1). Por eso, nuestros jugadores, ejemplares en el esfuerzo, tendrían que serlo también dentro de la cancha en el fair play —los de futbolista y proctólogo son oficios incompatibles en una misma persona durante un partido, por ejemplo— y fuera de ella, pagando íntegramente sus impuestos(2) y respetando las reglas del tránsito que a todos nos obligan por igual. El recordado episodio de Arturo Vidal en pleno desarrollo de la Copa América de 2015 puso en evidencia esta tensión. Luego de chocar su auto manejando bajo los efectos del alcohol, quiso oponer resistencia a la detención invocando las prerrogativas del privilegio, señalándole al carabinero: “Espósame, pero te vas a cagar a todo Chile…”. El modesto funcionario policial, por su parte, representando el ethos republicano de igualdad ante la ley y el rigorismo kantiano del fiat justitia, ruat caelum (que en una traducción libre vendría a ser “que se haga la justicia, aunque los argentinos nos llenen el saco de goles”), le respondió también en la bella lengua de Cervantes: “Si la cagó la cagó, caballero”(3). El entrenador Sampaoli, bajo un aluvión de críticas, recibió a Vidal como al hijo pródigo. Pero he ahí el dilema, porque, aunque nadie podía admitirlo en forma abierta, secretamente la doble moral del “país deportivo” recuperaba el aliento ya que, efectivamente, Vidal fue entonces uno de los valores sobresalientes del equipo que ganó su primer título. Su marginación del cuadro titular era un precio que muy pocos estaban dispuestos a admitir de buena gana(4). No se pide de Mozart que sea un santo, pero sí que, fuera del ámbito de su genialidad, mantenga un comportamiento como el que se deben unos a otros quienes se reconocen como ciudadanos libres e iguales. Y si los hinchas desean hacer una excepción con sus ídolos deportivos, ¿por qué no aprovechar el impulso para pensar en serio sobre las posibilidades de la pena como instancia de rehabilitación y reinserción del infractor, como fue ese mismo caso de Vidal, quien finalmente fue sancionado con la realización de diversas actividades en beneficio de niños de escuelas vulnerables y de menores infractores de ley, aparte de ofrecer disculpas públicas a Carabineros?

Un par de palabras sobre la “Marea Roja”: Ya en Francia ’98 impresionó ver a un grupo tan numeroso de viajeros apoyando a la selección, y eso se ha repetido el día que Marcelo Ríos alcanzó el n° 1 del ranking, derrotando a Andre Agassi en Key Biskayne en 1998, en el bronce olímpico del 2000 en Australia, o en los mundiales de Sudáfrica y Brasil. De este significativo cambio sociocultural tenemos pocas orientaciones sobre su significado y proyección. Pero hay que poner un punto de preocupación sobre el lenguaje chovinista con que, desde los medios de comunicación hacia abajo, se publicita la participación de nuestro equipo y que lleva a que el hooligan que, por desgracia, todos tenemos agazapado dentro nuestro aflore en incidentes y riñas protagonizadas por nuestros compatriotas en otros países(5). Ojalá la Marea Roja fuera un grupo que aprovechara la gran oportunidad que implica salir del país y tomar distancia de él para aprender lo positivo de otras sociedades, y cultivar un espíritu cosmopolita y de fraternidad gracias a la espléndida oportunidad que ofrece el deporte de élite cuando se compite en él sin histeria, con caballerosidad y buen humor. En una época en que viajar al extranjero era algo verdaderamente inusual entre nosotros, Renato González, “Mister Huifa”, aprovechaba de hacer reportajes para la revista Estadio en los que destacaba el patrimonio cultural de las ciudades europeas por las que ocasionalmente transitaban deportistas chilenos, poniéndolo al alcance de los lectores que probablemente nunca tendrían oportunidad de visitarlos personalmente, en una alianza entre deporte y cultura que hoy es infrecuente. La Marea Roja podría tomar el relevo del recordado periodista y escritor.

APASIONAMIENTO Y JUSTICIA

Otra de las postales ambivalentes de la Copa Confederaciones fue el empleo del videoarbitraje (video assistant referee, VAR). Por años, desde que la televisión permite la repetición de jugadas polémicas filmadas desde distintos ángulos y a diferentes velocidades, el público y la prensa deportiva han clamado por el apoyo tecnológico que evite errores arbitrales que condicionen que los resultados de los partidos terminen siendo injustos. Sin ir más lejos, la reciente eliminación del Bayern Munich de Arturo Vidal en Champions se produjo luego de que la televisión evidenció que el propio Vidal fue expulsado erróneamente y que Real Madrid convirtiera no uno sino dos goles en off side. Sin embargo, el debut de Chile con Camerún suscitó una reacción muy adversa ante el uso del VAR, llegándose al extremo de decir que eso estaba matando al fútbol, o que tener que esperar algunos segundos para celebrar un gol era estresante para los jugadores —¡como si recibir un gol ilegítimo no lo fuera!—, etc. En esta voltereta de la prensa y los hinchas hay algo parecido al doble vínculo, no hay forma alguna de darle en el gusto a la exigente parcialidad en una estructura lingüística contradictoria. La cuestión es tan sencilla como crear un hábito, superando deficiencias de toda marcha blanca, y observando el ejemplo de tantos otros deportes que emplean apoyo tecnológico, como el básquetbol, el fútbol americano, el tenis, o el atletismo, sin desmedro del espectáculo. Se trata de una discusión ociosa mirada en el largo plazo. Por otra parte, da que pensar que todo el apoyo de la televisión no haya servido para educar al espectador —y al comentarista— para entender las dificultades que supone arbitrar un partido, no solo porque el ojo humano no puede garantizar certeza en situaciones límite —se pide al guardalíneas el imposible de mirar dos puntos de la cancha al mismo tiempo con los jugadores y la pelota en movimiento para decidir si hay un off side— sino porque el reglamento del fútbol deja al criterio del árbitro algunas evaluaciones y decisiones que ni el propio apoyo tecnológico puede resolver. Por ejemplo, la amonestación a un jugador procede, entre otras circunstancias, cuando hay una “infracción reiterada de las reglas del juego”. Sin embargo, el propio reglamento declara que “no hay un número de infracciones ni otro tipo de indicación específica sobre lo que implica ‘infrigir reiteradamente’”(6). En esto solo cabe aceptar el criterio arbitral, que no puede ser exacto y que reproduce la condición trágica de toda administración de justicia que, en el mejor de los casos, seguirá siendo lo que Rawls llama una justicia procesal imperfecta, y no infalible(7). Desgraciadamente, la discusión de las jugadas polémicas deja de manifiesto que los críticos, de hecho, no tienen dominio del reglamento y que muchas de sus críticas responden a una comprensión de reglas aprendidas de oídas y sin respaldo de su texto explícito.

El apoyo tecnológico, con sus posibles incomodidades, es ineludible toda vez que es una época ya lejana en el tiempo aquella en que los jugadores aceptaban —las manos juntas detrás de la espalda, la cabeza gacha— la autoridad del árbitro, ejercida paternal y flemáticamente por jueces como el viñamarino Carlos Robles —despedido con antorchas y pañuelos blancos por el público en su último partido arbitrando un Everton-Wanderers en 1975(8)— o el limeño Joaquín Hinostroza Bellmont, auténtico ídolo de la afición chalaca en los años cincuenta y sesenta: ¡O tempora, o mores!

“OJALÁ FUÉRAMOS COMO LA SELECCIÓN…”

Decíamos más arriba que circuló en Facebook un texto cuya autoría ha ido quedando en la penumbra en cada nueva reproducción que algún lector hace de él en su propio muro. En ese texto se decía que ojalá nuestro país se pareciera a la selección, y lo decía en cuestiones como estas: “…un lugar donde personas provenientes de estratos económicos tan distintos como un Fuenzalida y un Sánchez son pares… un lugar donde el hijo de una madre soltera, como Vidal, pudo doblarle la mano al destino… un lugar donde un extranjero como el Tucu Hernández abraza este país como a su patria sin discriminaciones de por medio… un lugar donde el hijo de un haitiano y una mapuche como Beausejour es admirado y motivo de orgullo para todos… un lugar donde colocolinos, chunchos y de la Católica vibran, se respetan y trabajan juntos… un lugar donde nortinos, del centro y sureños dan alegrías a un país completo…” …y todavía podría agregarse a la lista que Beausejour demostró interés cívico para formar parte del grupo de observadores ciudadanos en el proceso de la discusión sobre nuestra Constitución política; que Sánchez o Vidal no se olvidan de su origen y regresan periódicamente a compartir lo que han conseguido con aquellos a quienes deben sus primeros pasos porque se saben herederos; que muchos de estos jugadores, buenos pero no brillantes, han dado ejemplo de lo que es trabajar colectivamente, domesticar los egos, brindarse apoyo mutuo y solidaridad para que el conjunto prospere porque en el fútbol nadie gana jugando solo, pero unidos se puede ser temibles haciendo de esta “la selección más bella del mundo”(9); que los logros en el deporte se renuevan sobre la base del esfuerzo que da lo mejor de sí y no del “achanchamiento” que supone dormirse en los laureles o vivir de las esclerotizadas rentas de algún pasado glorioso pero ya ido; que es muy aleccionador que inmigrantes haitianos frente al televisor se alegren con los logros de la selección de Chile porque se sienten compatriotas, aunque nosotros aún los miremos con recelo o construyamos estereotipos negativos a su respecto… Por todos estos rasgos y tantos otros que de verdad conmueven por su preciosa chispeza, ojalá esta selección siga siendo ejemplo y tenga recambio por muchas generaciones. ¡Amén! MSJ

(*) La causa eficiente de este texto se encuentra en comentarios de Sergio Micco y el P. Fernando Montes a propósito de la participación de Chile en la reciente Copa de Confederaciones. Aunque los yerros de este texto solo son responsabilidad de su autor, los méritos, si los hay, se deben a esos comentarios. Dejo mi constancia de mi agradecimiento a cada uno.
(1) Una discusión sobre la hipotética responsabilidad moral y pedagógica de los deportistas que son figuras mediáticas, se puede encontrar en Raúl Francisco Sebastián Solanes, La ética del deporte en el contexto actual de la filosofía, desde la aportación de la modernidad crítica. Universidad de Valencia, 2013, pp. 291 a 296.
(2) Francisco de Ferari y Pablo Maino, “Y yo qué sé… Sólo me dedico a jugar fútbol”. Revista Mensaje n° 660, junio de 2017, pp. 26 a 29.
(3) “Vidal encaró a Carabineros en su detención: ‘Espósame, pero te vay a cagar a todo Chile’”, El Mercurio 17 de junio de 2015.
(4) En efecto, Vidal fue considerado el mejor jugador del partido en tres de los seis partidos jugados por Chile, incluyendo la final con Argentina, y fue el segundo goleador de la selección chilena, a continuación de Eduardo Vargas. Ver https://es.wikipedia.org/wiki/Copa_Am%C3%A9rica_2015
(5) “Otro escándalo de la ‘Marea Roja’ en Rusia: Pelea entre chilenos dejó dos apuñalados”, Deportes 13, 27 de junio de 2017, http://www.t13.cl/noticia/deportes13/seleccion-chilena/otro-escandalo-marea-roja-rusia-pelea-chilenos-dejo-dos-apunalados
(6) The International Football Association Board, Reglas de juego 2017/18, Regla 12, Faltas y conducta incorrecta.
(7) John Rawls, Teoría de la justicia, FCE, México, 2003. § 14, pp. 88.
(8) “Deportista del ayer: Carlos Robles Robles”, El Mercurio de Valparaíso, 27 de mayo de 2002.
(9) “Pourquoi le Chili est la plus belle selection du monde?”, por Arthur Jeanne. So Foot.com, 2 de julio de 2017. http://www.sofoot.com/pourquoi-le-chili-est-la-plus-belle-selection-dumonde-444987.html

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Fuente: Artículo publicado en el n° 661 de Revista Mensaje, agosto de 2017.

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