La profecía de Lampedusa

Hace nueve años, Francisco visitó Lampedusa, la isla que simboliza el drama de los migrantes en el Mediterráneo. En aquel memorable primer viaje del Pontificado, el Papa insistió en la cuestión decisiva de la fraternidad. Una advertencia que hoy parece aún más urgente en un mundo desfigurado por las guerras, mientras luchamos por superar la crisis pandémica.

Hay acontecimientos en este Pontificado, decisiones tomadas por Francisco que, con el paso de los años, adquieren cada vez más fuerza y una dimensión que, en algunos casos, no es exagerado calificar de profética. El 8 de julio de hace nueve años, pocos meses después del inicio de su ministerio petrino, realizó su primer viaje apostólico, dirigiéndose a Lampedusa. Un viaje que fue también un mensaje porque en esas pocas horas pasadas en la isla que simboliza el drama de los migrantes en el Mediterráneo, Francisco testimonió con gestos y signos lo que entiende por “Iglesia en salida”. Y mostró por qué es necesario partir, concreta y no metafóricamente, de las “periferias existenciales” si queremos construir un mundo más justo y solidario, una humanidad reconciliada consigo misma.

De aquella visita aún llevamos el recuerdo imborrable de algunas imágenes: el Papa celebrando la misa en un altar hecho con barcas de migrantes, la corona de flores lanzada al mar desde una embarcación, el abrazo con los jóvenes que sobrevivieron a esos viajes llamados de la esperanza, pero que tantas veces, por desgracia, se convierten en viajes de la desesperación. Así pues, el núcleo de la visita fue claramente la situación de los inmigrantes. Sin embargo, en esa ocasión, Francisco pronunció una homilía que amplió su mirada, pasando de esa isla y de lo que significaba en ese momento. Una homilía que hoy llama la atención releer (y más aún volver a escuchar) a la luz de lo que está ocurriendo en los últimos meses en Ucrania bajo el ataque de Rusia, así como en todos los rincones más o menos remotos de la Tierra donde las guerras desatan —liberan de sus cadenas— ese “espíritu cainista de matar, en lugar del espíritu de paz”.

En esa homilía, el Papa ofreció su meditación personal sobre el diálogo que el Señor mantiene con Caín inmediatamente después de matar a su hermano Abel. Dios hace la pregunta que hoy y siempre debe resonar como una advertencia para cada uno de nosotros: “Caín, ¿dónde está tu hermano?”. Seis veces repite Francisco esa pregunta punzante: “¿Dónde está tu hermano?”. Tu hermano emigrante, tu hermano postrado por la pobreza, tu hermano aplastado por la guerra. En los años transcurridos desde aquel viaje, el Pontífice ha vuelto en numerosas ocasiones a la antinomia decisiva hermandad-fraticidio. El 13 de febrero de 2017, en una misa en la Casa Santa Marta, hablando una vez más de Caín y Abel, pronunció fuertes palabras de condena para quienes deciden que “un pedazo de tierra es más importante que el vínculo de la hermandad”. Francisco advirtió a los poderosos de la tierra que se atreven a decir: “Me importa este pedazo de tierra, este otro, si la bomba cae y mata a doscientos niños, no es mi culpa: es la culpa de la bomba”.

El Papa de la Fratelli Tutti, Declaración de Abu Dhabi sobre la fraternidad, el Obispo de Roma que tomó el nombre de hermano Francisco, advierte que esta misma lucha entre la fraternidad y el fratricidio es el tema de los temas de nuestro tiempo. A medida que pasan los años, ve trágicamente cómo se va definiendo el sombrío contorno de lo que él llamaría “la Tercera Guerra Mundial en pedazos”. Y qué es esto sino también un “Fratricidio mundial en pedazos”, pues toda guerra lleva en sí misma precisamente esa raíz maligna que impulsa a Caín a matar a su hermano y luego a responder despectivamente a Dios que le pregunta al respecto: “¿Soy yo el guardián de mi hermano?”.

En la Statio Orbis del 27 de marzo de 2020, en la vacía Plaza de San Pedro, el Papa afirmó que, con la tormenta de la pandemia, “se ha vuelto a descubrir esa bendita pertenencia común de la que no podemos escapar: la pertenencia como hermanos”. Impresiona yuxtaponer estas palabras con las, amargas y angustiadas, que pronunció en el Urbi et Orbi de este año en Semana Santa. “Era el momento de salir juntos del túnel de la mano” —subrayó, refiriéndose a Covid 19—, “aunando nuestras fuerzas y recursos. Y en cambio estamos mostrando que en nosotros todavía no está el espíritu de Jesús, todavía está el espíritu de Caín, que mira a Abel no como un hermano, sino como un rival, y piensa en cómo eliminarlo».

Francisco ha dicho en repetidas ocasiones que de las crisis se sale mejor o peor, nunca igual. Hoy en día, la humanidad se enfrenta a una de las crisis más profundas y con más niveles que jamás haya tenido que afrontar. Para salir mejor parados, por tanto, debemos invertir el rumbo, nos exhorta el Papa, alejándonos del poderoso imán de Caín y orientando la brújula de nuestras vidas decididamente hacia la estrella polar de la fraternidad.


Fuente: www.vaticannews.va

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