Allí la Iglesia se abrió más hacia las zonas de frontera, como desea el Papa Francisco.
Hace 50 años se reunieron en Medellín, Colombia, obispos de América Latina, asamblea inaugurada por Pablo VI, evento considerado un nuevo Pentecostés. En el primero, narrado en los Hechos, la Iglesia se abrió a los de afuera, al comienzo en sentido geográfico, a los peregrinos que había en Jerusalén, y después, en sentido cultural, mediante el apóstol Pablo, que llevó el Evangelio a los no judíos. Y en Medellín la Iglesia se abrió más hacia las zonas de frontera, como desea el Papa Francisco. En el primer Pentecostés estaban los discípulos reunidos en torno a María, la madre de Jesús. Y América Latina está sembrada de santuarios de la Virgen.
La fe de los católicos se manifiesta por lo general en la “religiosidad” popular, más precisamente en la “piedad” popular. Los sociólogos nos explican los movimientos de la religiosidad, sin pronunciarse sobre su valor. Con todo, ante hechos que ofenden la dignidad humana, como sería el “lavado de cerebro” logrado por determinadas creencias, incluso en el catolicismo, no se limitan a presentarlos, sino que pasan a denunciarlos. La piedad popular es la misma religiosidad, pero orientada por la luz de la fe, gracias a la acción de los obispos, los teólogos y los laicos preparados.
INTERROGANTES DE LA PIEDAD POPULAR
Ciertos aspectos de nuestra religiosidad popular han sido evaluados en forma discordante. La historia de la Difunta Correa nos dice que en la provincia de San Juan, antes de 1850, un hombre fue reclutado por la fuerza para el ejército. Su mujer, Deolinda Correa, desesperada por verlo irse, tomó su bebé en brazos y siguió las huellas de la columna militar. Murió en el desierto y, cuando la encontraron, vieron que el bebé estaba vivo, tomando el pecho de su madre. Según otro relato, ella se hizo una herida para que el hijo bebiera su sangre. El simbolismo religioso de esta tradición es admirable. La Difunta sigue a su marido a través del desierto y da su vida para salvar al bebé.
El caso del “gauchito Gil” es más controvertido. Nació este personaje en la provincia de Corrientes alrededor de 1840 y fue asesinado en 1878, un 8 de enero, fecha en la que es venerado por multitudes. Peleó en la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay. Al regresar fue reclutado para una guerra civil correntina y desertó, lo que constituía un delito, por lo cual fue capturado y degollado. Antes de morir le dijo a su verdugo que debía rezar por la vida de su hijo. Al volver este a su casa, encontró a su hijo casi agonizando. Le rezó a Gil y el pequeño sanó milagrosamente, por lo cual los vecinos construyeron allí un santuario. Otra versión refiere que Gil era un cuatrero que robaba ganado. La imagen negativa lo muestra como un desertor y un cuatrero. La positiva, en cambio, como un “objetor de conciencia” para no luchar en la guerra civil y un benefactor de los pobres, con ganado ajeno.
El obispo Ricardo Faifer, de Goya, en cuya jurisdicción se encuentra el sepulcro, sorprendió a algunos cuando visitó el santuario del “Gauchito”, en 2012, cuyo culto fue rechazado por la Iglesia durante mucho tiempo. Afirmó que percibimos en esta devoción el culto a los muertos de la tradición campesina. Prescindió de las controversias históricas sobre su vida, pero recordó que ya debe estar en el cielo, intercediendo por nosotros, como todos los bienaventurados. Para acompañar a los que peregrinan a la “Cruz Gil”, destinó sacerdotes que escucharan a los fieles y les administraran los sacramentos. Pero algunos, incluso sacerdotes, encontraron reparos en el paso siguiente. El obispo bendijo la piedra fundamental de un templo en memoria de la Cruz. Como todos se refieren a la “Cruz del gauchito Gil”, esa iglesia terminará siendo la del gauchito. Esto nos muestra la dificultad para convertir la religiosidad en piedad popular de acuerdo a los criterios de la Iglesia, asumiendo riesgos adecuados.
LIBERACIÓN AUTÉNTICA
En la época de Medellín surgió la Teología de la Liberación, impulsada por católicos y protestantes, principalmente en Brasil. El sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez es uno de sus representantes más destacados. Consideran que el Evangelio exige la opción preferencial por los pobres. Siempre existió esa opción. Como decía san Vicente de Paúl: “Solo podremos entrar al cielo sobre los hombros de los pobres”. Pero esta Teología recurre a las ciencias humanas y sociales para establecer las formas en que debe realizarse la opción. Otra característica es que, para liberarse de la pobreza, hay que liberarse de los opresores, lo que implica un enfrentamiento pacífico y en algún caso violento.
A eso se sumó el recrudecimiento de las guerrillas. El “Che” Guevara fue muerto en Bolivia en 1967, un año antes de Medellín. Unos pocos de esta Teología se excedieron, dando prioridad a lo social y político sobre lo religioso. Juan Pablo II consideró necesario establecer criterios y promulgó dos documentos; en el primero señalaba los aspectos negativos y, en el segundo, dos años después, los positivos. La imagen resultante, por no haber salido juntos, fue que la Iglesia condenaba la Teología de la Liberación, lo que no es correcto. En la Argentina surgió una variante de esta corriente, llamada Teología del pueblo, que no parte tanto de lo social como de lo cultural. Los pobres tienen su cultura, su modo de actuar, que nos resulta más evidente en los pueblos originarios. Hasta no sintonizar con su mentalidad no podremos ayudarlos a salir de la pobreza y liberarse de la opresión.
Con la renovación de Medellín se extendió el método de “Ver, Juzgar, Obrar”. Lo tradicional era comenzar por el “Juzgar”, exponiendo el juicio de la Iglesia sobre un tema determinado y después “Ver” si la realidad respondía a ese ideal. El Concilio Vaticano II invierte el orden, sobre todo con la Gaudium et spes. Comienza observando la situación del hombre en el mundo de hoy, sus desequilibrios, aspiraciones e interrogantes más profundos. A partir de allí se construyen las respuestas de la Iglesia, procurando mejorar la situación de las personas y las comunidades. El Papa Francisco sigue este método, invitando a acompañar a las personas. Casos debatidos fueron los de los divorciados y vueltos a casar y los matrimonios gays, a los que debemos ayudar para que su caminar, como el nuestro, se oriente siempre hacia el amor auténtico. Por esta actitud abierta, Francisco es criticado por algunos teólogos y cardenales que añoran la posición más rigorista de los Papas anteriores.
MÁRTIRES CUESTIONADOS
En el medio siglo desde Medellín hemos recibido el testimonio de muchos mártires, como el arzobispo Romero, asesinado en El Salvador en 1980 y canonizado el 14 de octubre último. Fue un defensor de los pobres y de los Derechos Humanos en general. En la Argentina aguardamos la beatificación de monseñor Enrique Angelelli, obispo de la Rioja, muerto en 1976. No todos están de acuerdo con esta promoción. Unos dicen que no fue mártir, sino que murió en un accidente, como lo estableció entonces el Poder Judicial. Pero hace cuatro años un Tribunal llegó a la conclusión opuesta. Sin embargo, la Iglesia no depende de un juez para hablar de martirio. Angelelli era acosado, venía de sepultar a otros que podrían ser beatificados con él y se le ofreció ir un tiempo a Roma como consultor de alguna comisión. Pero el pastor se negó a abandonar el rebaño buscando su seguridad.
Otros se escandalizan ante la posible beatificación porque lo consideran un subversivo. En un editorial del diario La Nación, del 30 de julio del presente año, aparecía en una foto celebrando misa y detrás un cartel que decía Montoneros. “Aun si hipotéticamente fuera un asesinato —leemos en el editorial— Angelelli no hubiera sido mártir por defender la fe. El obispo riojano tenía una activa y probada vinculación con la organización terrorista Montoneros. (…) Nunca se debe proponer un modelo violento y sectario”. Sin embargo, Angelelli era un hombre pacífico. Conocía a algunos montoneros, pero no los apoyaba. Algo similar ocurrió con el padre Carlos Mujica, ametrallado al salir de una iglesia, en 1974. Cuando fue secuestrado el ex presidente Aramburu, en 1970, le pidieron que hablara por radio a los montoneros para que lo dejaran en libertad, pero el Gobierno militar no se lo permitió, sabiendo que recibiría una dura crítica del popular sacerdote. Por desgracia, no pocos religiosos y laicos fueron acusados de fomentar la violencia cuando, en realidad, defendían a los más pobres, con actitudes firmes que podían dejar la impresión de violentas.
El Concilio abrió una etapa de continuo desarrollo eclesial. Volvemos hoy al Vaticano II y aún no hemos obtenido todos los frutos que se podrían esperar. Por eso no parece necesario, de momento, un nuevo Concilio. Medellín, en cambio, inició una gran renovación, pero no nos conformamos con retornar a él. Continuamos abriendo horizontes. Con la idea de celebrar una Asamblea episcopal cada diez años, la siguiente se tuvo en Puebla, de México, en 1979. Allí se desarrolló el encuentro de la fe con las culturas. Algunos temían que el tema de la cultura desplazara el de la justicia social cuando era un profundizar la solidaridad con los pobres. La Asamblea siguiente fue en Santo Domingo, República Dominicana, en 1992, coincidiendo con el 5º centenario de la evangelización de América. Entre sus opciones pastorales estaba la vivencia de una Iglesia sacramento de comunión, con sus diversos ministerios y carismas, comprometida con el servicio de la paz y la justicia. Por último, tenemos la Asamblea de Aparecida, Brasil, en 2007. El principal redactor del documento fue el cardenal Bergoglio, acompañado por dos teólogos argentinos, Carlos Galli y el actual arzobispo de La Plata, Víctor Fernández. Allí se recogió la tradición de las Asambleas anteriores y se profundizó la dimensión de la piedad popular. Percibimos que continúa la peregrinación iniciada en Medellín, liderada hoy por Francisco.
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Fuente: www.revistacriterio.com.ar