Las ventanas indiscretas también son nuestras aliadas para conocer a quienes nos rodean y sabernos interdependientes, necesitados del otro.
Un buen amigo me mandaba el otro día su peculiar visión sobre nuestras relaciones de vecindad ahora, comparándolas con las que tenía aquel fotógrafo confinado por una pierna rota en el clásico de Hitchcock.
Y es que ahora todos nos parecemos un poco a James Stewart. Sin más contacto externo que salir a la ventana, hemos pasado de mirar a observar. Con todo lo bueno y lo malo que eso nos está regalando. Vemos policías de balcón, dispuestos a ser jueces y verdugos de los que pasan bajo su mirador, acusándoles de no ser tan buenos como ellos, que se quedan en casa. Y a la vez, sin casi pausa, vemos —oímos— el estruendo de las 20:00 hrs., que homenajea a todos aquellos que siguen batiendo el cobre en primera línea, sin mirar horarios ni medir cansancios. Nos llegan videos y fotos de sanitarios, trabajadores de supermercados que son acosados por el miedo de sus vecinos al contagio y a un mismo tiempo, cientos de iniciativas de acompañamiento a los mayores y solos, de ayuda mutua, de hacer la compra para otros o preocuparse de qué tal están. De balcón a balcón celebramos cumpleaños de los más pequeños y contamos las veces que pasa la vecina con el perro, para estar prontos al reproche si consideramos que se ha pasado.
Vivimos entre esos blancos y negros de iniciativas que mueven nuestro más sincero reconocimiento y a la vez nos hacen negar con la cabeza diciéndonos «así no». Y en medio de estas contradicciones, grandes y pequeñas, seguimos, sin embargo, encontrando espacio para que crezca la fraternidad, el cuidado mutuo, la atención por otros. Sea para bien o para mal, hemos descubierto en nuestras veloces ciudades que no estamos solos, que, aunque rara vez hayamos hablado con ellos o ni siquiera conozcamos bien sus nombres, tenemos vecinos. Gente cercana sin la que nuestra vida no sería igual, no funcionaría como lo ha venido haciendo. Gente invisible en muchas ocasiones, sí. Pero que vive con nosotros y a la que irremediablemente estamos unidos.
Quizás sea ese el gran descubrimiento de estos días. Sabernos dependientes, interconectados a gente completamente desconocida pero que es más que un paisaje a nuestro alrededor. Somos parte de un solo ecosistema en el que el desequilibrio de alguna de las partes da al traste con las demás. En el que sin ayuda mutua difícilmente podremos sobrevivir.
Nos observamos más, es cierto. Pero las ventanas indiscretas también son nuestras aliadas para conocer a quienes nos rodean y sabernos interdependientes, necesitados del otro. No solo de la persona querida, también de toda una multitud de desconocidos que forman, aun sin que lo supiéramos, parte inevitable de nuestra vida y de los que dependemos para que el «todo saldrá bien» pase de lema a realidad.
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Fuente: https://pastoralsj.org