Kathya Araujo: «La idea clásica de comunidad ya no sirve»

La directora del Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), conversó con Mensaje con motivo de los 70 años de la revista. “Muchas veces las autoridades han hecho un ejercicio de su autoridad que se aleja de lo aceptable, lo considerado digno o lo justificado, en lo que atañe a las tareas sociales”, expresa.

Usted ha estudiado el tema de la autoridad. En Chile pareciera que algunos le temen y otros la requieren. ¿Por qué ocurre esto?

Distinguiría el fenómeno de la “autoridad” del tema de “las autoridades”. El primero es el que ocurre cuando estoy en una sala de clases, en una conversación con mis hijos o en una actividad de la cual soy responsable y me corresponde coordinar. Incluso, cuando estoy en la calle debo detenerme por un semáforo en rojo. El fenómeno de la autoridad está permanentemente en juego en la vida social. Si no estuviera, muchas tareas no se cumplirían.

El fenómeno de base implica que uno acata la influencia de otro sobre la propia conducta o acepta su mando; tal mecanismo permite gestionar las asimetrías de poder. Y eso, por supuesto, pacífica las relaciones. Hay allí un tipo de articulación y gestión que evita que las situaciones sean abandonadas al que ejerza fuerza sobre otro. Estoy hablando de asimetrías de poder que son necesarias en la sociedad para, por ejemplo, que tus hijos aprendan, que haya transmisión intergeneracional y logren espacio voces dotadas que permitan coordinaciones a gran escala y reacciones ordenadas. Cuando hay una gran catástrofe, se necesita el ejercicio de la autoridad porque permite articular esfuerzos y organizar. Es, también, la autoridad de decirle a un hijo de 12 años que no puede salir a las tres de la mañana porque su integridad está amenazada. Todo esto es muy distinto a asumir que el más fuerte es el que gana.

Lamentablemente, muchas veces las autoridades han hecho un ejercicio de su autoridad que se aleja de lo aceptable, lo considerado digno o lo justificado, en lo que atañe a las tareas sociales. Y ese ejercicio ha servido como instrumento de dominación.

Pensando en el estallido social, algunas personas decían que faltaba autoridad, que se produjo un descontrol. ¿Coincide con eso o considera, más bien, que fue miedo lo que se produjo en esa época?

Desde hace ya un buen tiempo se están recomponiendo las formas que a nosotros nos parecen justificadas, dignas y aceptables del ejercicio de la autoridad. Observamos un desfase entre las maneras tradicionales de ejercer autoridad —muy autoritarias, en el caso de nuestro país— y las nuevas exigencias, las nuevas expectativas relacionales que están removiendo la configuración. Cuando hoy uno dice “falta autoridad”, está diciendo que hay un problema porque estaría faltando esa autoridad tradicional, que las personas llaman autoridad autoritaria, que es inapelable, que siempre tiene la fuerza detrás. En ese sentido, me parece que algunos reclamaban para que esa autoridad autoritaria volviera.

Sin embargo, también era evidente que, en ese tiempo, la figura presidencial ya había perdido la capacidad de incidencia en los actos, las opiniones o en las conductas. El fenómeno de autoridad se da cuando alguien es capaz de orientar las conductas o los juicios del otro, sin que el otro, pudiendo hacerlo, se oponga. Y el Presidente no estaba siendo capaz de impactar en las orientaciones, las conductas o en los juicios de las personas, como pudo ocurrir en otros tiempos con otras autoridades. En Chile, en octubre de 2019 hubo un momento de desobediencia social, como ha ocurrido en otros momentos excepcionales de la historia. En este caso, se sumó que hace tiempo se estaba recomponiendo la noción de autoridad.

Siempre son momentos excepcionales, porque la desobediencia no puede durar para siempre en una sociedad que debe encontrar maneras de seguir cumpliendo con sus tareas sociales. Octubre fue traumático porque se interrumpieron dinámicas sociales, y además se sumó el hecho de que el propio ejercicio de la autoridad se estaba recomponiendo y las formas antiguas de ejercer la autoridad ya no nos estaban sirviendo como antes.

¿Cómo ve el Chile del futuro? ¿Cómo se va a desarrollar esta autoridad de aquí en adelante?

Los procesos sociales son largos y se cristalizan de diversos modos. Sin embargo, la cuestión de la autoridad está en un marco más general de algo que nos está ocurriendo desde hace décadas y de manera cada vez más intensa, que es que los principios o las lógicas con las cuales organizamos nuestras relaciones se comenzaron a poner en cuestión, a debilitarse en su fuerza y eficiencia y perdieron capacidad de ser autojustificadas. Y esto no solo tiene que ver con la autoridad, sino con cuáles son las reglas de cortesía, qué es la civilidad, cómo se configuran nuestras relaciones. Eso está en camino de recomposición, sin que hayamos encontrado la salida y por eso tenemos una sociedad tan irritada: no solo irritada por las élites, también contra el personal de salud o los micro conflictos que hay en la calle, en el supermercado, o cuando se llama a algún servicio…, nuestro mundo está lleno de micro conflictos.

¿Por qué hay esa irritación?

Primero, la irritación se da cuando ciertos principios de la lógica de las relaciones no son claros y cada vez que hay un encuentro con algún otro, se entra a una disputa. Y en eso todos creen tener la razón. Me gusta el ejemplo de algo que observé: en la calle alguien empujó a una persona y trastabilló. Y en vez de decirle perdón, le dijo: ‘¡Qué haces metiéndote en la mitad de mi camino!’. Y la otra persona quedó tan sorprendida que se paralizó.

Algo se perdió y no sabemos cómo organizar las relaciones, cuáles son las lógicas que tenemos que obedecer, cuáles son los principios que debemos respetar, cuáles son los criterios a partir de los cuales organizamos nuestros vínculos. Uno entendía que debía dejar pasar a una persona y, sobre todo si era menor, tenía que tener cuidado con el adulto. Pero eso no funciona más, porque hemos perdido pequeñas brújulas que teníamos. Por eso, cada situación es vivida como una situación de disputa, que se tiene que resolver en sí misma, y eso es muy irritante.

Y agotador.

Hemos visto en las investigaciones que la gente se quiere ir a vivir al sur, por lo agotada que está, y no solo por el neoliberalismo, que es una exigencia muy dura para la vida, sino porque las relaciones, las interacciones sociales, se han vuelto irritantes debido a que hay mucha incertidumbre. Si te disculpas, te gritan, y entonces, sales y atacas para ver qué pasa con la situación. Con el ejemplo simple que he narrado, quiero decir que esto afecta a todo, a las instituciones, a las relaciones de los individuos con las instituciones. Toca el corazón de nuestra vida social. Y la cuestión de la autoridad es esencial. Tenemos que entender y aceptar formas de autoridad que nos parezcan dignas, justificadas para el mundo que nosotros pensamos que debemos tener, un mundo más horizontal, con mucho más respeto de uno a otro. Puede que tengamos esos ideales, pero después vamos y empujamos en la calle o en el metro. Tenemos que tener a la vista esa tensión para buscar un camino mejor. Muchas de nuestras tareas futuras requerirán de la autoridad, aunque no de la manera anterior, cuando lo esencial era la amenaza de la fuerza o cuando alguien “debía” hacer caso, dando lo mismo si entendía o no.

No insistamos en que la autoridad es dominación. Eso hace imposible nuestra vida social, la hace cada vez más difícil. Hannah Arendt decía que la autoridad no argumenta, pero hoy en día la autoridad sí tiene que argumentar, es otra forma de comprenderla. Las autoridades actuales deben estar abiertas a preguntas, a no exigir una obediencia maquinal.

Por lo demás, la autoridad no es solo de quien la ejerce, es dual, es relacional. Como tenemos una historia de autoridad autoritaria, también tenemos obediencias no conciliadas, obediencias que al final encuentran su momento de venganza a la hora de almuerzo en la oficina (se ríe). La no conciliación ha dado lugar a una cultura de no conciliación, que es gravísima. En el NUMAAP hemos encontrado que las personas tienden a pensar que obedecer es humillarse, y eso es un problema grandísimo, pues la sociedad requiere que en algún momento tú acates, incluso cuando haya un gran terremoto o pandemia.

Lograr una sociedad más justa, más satisfactoria y con no tanto agotamiento es necesario para que tengamos sociedades que puedan, por ejemplo, enfrentar los daños del cambio climático: requerimos entender que ciertas asimetrías tienen que ser toleradas y que no se quedarán para siempre, sino solo lo que dure la tarea social.

El tema del maltrato también es algo que usted ha estudiado. ¿Cómo superar esas conductas arraigadas que afectan la convivencia?

Cuando investigué ese tema, observé formas de abuso. Pueden darse por parte de las empresas, pero hay también un sentimiento de trato no digno, el que se vive como una experiencia permanente en los sectores de menores recursos. En mi libro Habitar lo social (2009), una de las cosas que más me impresionó era ese sentimiento presente en los sectores populares de ser borrados como sujetos. Se sentían maltratados en el hospital o en distintos lugares, mientras observaban los privilegios de algunos, etc. De hecho, hay gente que piensa que naturalmente es superior y trata al otro desde esa superioridad. Está, por ejemplo, el maltrato del médico que trata a la persona como si fuera un menor de edad que no entiende.

Desde antes y, sobre todo, después de octubre, uno observa la mayor exigencia de muchas personas de ser bien tratadas, como un igual. Estamos en ese camino en el que tenemos que recomponer nuestras relaciones y revertir cuatro lógicas que han sido muy erosivas para la sociedad: la lógica de las jerarquías naturalizadas, o sea, la superioridad natural de unos sobre otros; la lógica de los privilegios, de los pitutos; la lógica del autoritarismo, esta forma autoritaria de la autoridad; y, por último, la lógica que he llamado “la confrontación de poderes”, la idea súper extendida de que las situaciones se resuelvan en relación al monto de poder que tú puedes movilizar y hacérselo sentir al otro. Ese es un mecanismo que se usa permanente. Un ejemplo de esto está en cuando la gente se conoce y pregunta en qué colegio estudiaste o si eres de los Pérez de Talca. O también se da en los sectores más pobres, pues si te ven y no eres de ahí, se genera un sentimiento de amenaza y hostilidad (porque no eres de ahí). Es como si las relaciones sociales fueran confrontaciones de poder explícito. En todas las sociedades hay poder, pero aquí en Chile hay algo de poder explícito que es distinto. Esas cuatro lógicas vamos a tener que revertirlas. Desde el año 2000 están presentes esas prácticas de horizontalidad, que ahora se han politizado. La disputa no puede ser acción-reacción, tenemos que construir algo distinto, pero en eso nos estamos demorando.

En 2019 vivimos de modo político y afrontamos, como una exigencia muy fuerte, la necesidad de que algunas lógicas dejen de funcionar. Si no es así, nos encontraremos en la incertidumbre y seguirán repitiéndose las confrontaciones.

¿Se siente optimista con respecto al futuro de Chile?

Creo que vienen tiempos muy difíciles. Vamos a enfrentar desafíos también muy difíciles relacionados con las situaciones más duras para una sociedad, como la carestía. Eso produce una enorme fricción. Pienso en problemas con el agua, o de espacio, o en los grandes temas medioambientales. Lo que ocurra nos va a llevar a renuncias, a cambios, a transformaciones de vida. Este no es un país rico ni que pueda repartir de una manera en que todos cumplamos los sueños que hemos soñado. Y, para que sea más justo, muchos vamos a tener que renunciar a lo que teníamos y otros tendrán que asumir que no van a tener todo lo que esperan. Esos ajustes en los modos de vida estarán motivados no solo por una gran crisis económica, sino también por lo ambiental. Las grandes transformaciones políticas que el país aparentemente quiere hacer son duras porque confrontan formas que hay que liquidificar para que se vuelvan a constituir. Esa liquidificación produce incertidumbre. Genera miedo y el miedo muchas veces produce respuestas violentas.

Creo que la sociedad está en recomposición y ha aprendido mucho de sí misma, ha ganado en capacidad de reflexión. Además, hay un gran sector con una enorme sensatez.

Lo que agrega más dificultad a este proceso es que nos hemos ido volviendo una sociedad fragmentada. Me gusta la imagen del archipiélago: todos cerca, pero islas. Podemos ser generosos, solidarios, con los que están en nuestra isla, pero estamos a la defensiva o incluso indiferentes. Es un proceso de desapego en este archipiélago, que pone en cuestión el bien común.

¿Y no tenemos que ser una comunidad?

No, en el sentido de lo que entendíamos antes como una comunidad, en la que todos pensamos lo mismo y compartimos los mismos valores y referencias. Hoy la sociedad es muy plural y debemos resolver qué es lo común, y a través de lo común, producir solidaridad. Como la sociedad se volvió más plural, la idea clásica de comunidad ya no sirve. Hay que buscar algo que nos permita generar complicidades mínimas a partir de una idea de lo común, pero no a partir de la similitud. Hoy la similitud es un mal ingrediente para la construcción de lo común.

Por último, ¿qué pensadores cree usted que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad hoy?

Más que nombres en concreto, porque serían muchos, me parece que existen algunos ámbitos de debate que son indispensables para la humanidad hoy. Voy a mencionar tres.

El primero es sobre la democracia y, en general, sobre los regímenes políticos para sociedades como las nuestras. Hay un enorme debate que toca no solo el problema de qué democracia debemos asumir, sino también la defensa de la misma ante el avance de los autoritarismos políticos. Aquí hay un conjunto interesante y variado de autores a los que me parece hay que leer sin hacer salvedades ideológicas. En segundo lugar, una discusión central corresponde al daño ambiental y sus consecuencias. En este campo, que es inmenso, las reflexiones sobre ética individual y crisis medioambiental son extremadamente importantes. Finalmente, otro campo de interés es la moralidad ordinaria de las personas en el mundo de hoy. Quizás es menos “glamoroso” y parezca menos urgente, pero es una discusión esencial. MSJ

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Kathya Araujo. Doctora en Estudios Americanos por la U. de Santiago de Chile y licenciada en Psicología con mención en Psicología Clínica por la U. Católica del Perú. Es directora del Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP) e investigadora de la Esfera Familia y del Área Teoría y Política del mismo centro. Asimismo, es profesora e investigadora del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la U. de Santiago de Chile.

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