Narrativas de esperanza a la luz de la promesa del Dios que viene

La Navidad tiene una potencia de imaginación de los tiempos nuevos porque es el Mesías-Jesús el que nace para trastocar nuestras formas de pensar a Dios y, en ellas, abrir un surco de esperanza.

La época del Adviento y de la Navidad nos ponen en la perspectiva de mirar lo que ha sido nuestro de trabajo, nuestro año de idas y vueltas y cuáles son las miradas de futuro que nos acompañarán para lo que viene. Pero, ¿qué celebramos los cristianos y cristianas en la Navidad? ¿Es solo hacer un recuerdo de un acontecimiento del pasado?, o ¿es solo caer en la lógica de la deuda en la que el sistema capitalista nos induce a entrar? ¿Son otras las respuestas? La fe cristiana reconoce en la experiencia de la Navidad el acontecimiento más paradójico, el escándalo total, la reinversión de la historia: el Dios eterno se ha hecho niño recién nacido, se ha dado a cada hombre y mujer en la vulnerabilidad de un cuerpo necesitado de leche materna, de calor paterno, de cuidados y atenciones.

Pero aquí encontramos un primer “problema”. El teólogo español Martín Descalzo, en su obra Vida y Misterio de Jesús de Nazaret, dice que hemos convertido la Navidad en una fiesta de confitería, muy rosa, muy edulcorada y que, por ello, le hemos quitado la fuerza y potencia subversiva que posee. La mirada edulcorada hace referencia a una forma de mirar, entender y decir el mundo y sus entuertos desde la ingenuidad de los procesos desconectados los unos de los otros, en los afanes acomodaticios de que todo calce, en las miradas poco realistas de que las situaciones que transitamos son más cuestiones desconectadas de nosotros. Caer en estas miradas fáciles es muy sencillo. Pero, ¿es el alumbramiento de la Palabra una realidad rosa y acaramelada?

Si miramos con detención, el nacimiento de una creatura es la irrupción de la novedad. Hannah Arendt dirá que la natalidad es la imagen del comienzo de un nuevo proyecto político. Gastón Bachelard hablará de los imaginarios infantiles para mostrar la revolución de los conocimientos y de las formas de entender la realidad. Los libros proféticos, por ejemplo, el de Isaías, nos muestran que los niños y la infancia son espacios de intervención divina, de la emergencia de nuevos relatos y de nuevas prácticas humanas. Por ello, para Isaías el comienzo de los tiempos futuros está marcado por la imagen del niño que pastorea a toda la creación (Cf. Is 9).

Si miramos con detención, el nacimiento de una creatura es la irrupción de la novedad.

La Navidad tiene una potencia de imaginación de los tiempos nuevos porque es el Mesías-Jesús el que nace para trastocar nuestras formas de pensar a Dios y, en ellas, abrir un surco de esperanza. A la Navidad entramos a través de la lógica de la “descoincidencia”, utilizando la feliz categoría del francés Francois Jullien. Este concepto expresa que existen espacios vitales en donde rompemos con los parámetros de normalización en los cuales caemos a causa de la normalización que el sistema en el que nos encontramos nos ofrece. Coincidir es encerrar la imaginación, es mirar ingenuamente el mundo, es no dejarnos trastocar por el mensaje de novedad del Dios de la Navidad. Descoincidir es entrar en la i-lógica de la Navidad, en su otra “versión”, que es la versión del Evangelio, la de Jesús, Hijo de María, Hijo de Dios.

Por tanto, ¿es posible pensar la Navidad desde las actuales condiciones en las que nos encontramos? Pandemia, voces de guerra, recesiones económicas, violencias políticas y culturales, indolencias ante los sufrimientos humanos. ¿Es posible vivir ahí la Navidad? ¿Es posible encontrar narrativas de esperanza en medio de las narrativas marcadas tan fuertemente por las catástrofes?

Quisiera pedir la ayuda teórica del jesuita francés Michel de Certeau a propósito de la emergencia de los nuevos lenguajes o narrativas a modo de resistencia contra estas voces de la catástrofe. El lenguaje para De Certeau tiene la particularidad de abrir un espacio o de ampliar los límites. En sus palabras, “el relato tiene para empezar una función de autorización o, más exactamente, de fundación”. La emergencia del relato constituye una de las prácticas señaladas de las operaciones lingüísticas y políticas y, desde ellas, de la configuración o más bien de la re-configuración de los sujetos en la práctica de las enunciaciones. Por ello el francés comenta que esa fundación es el rol básico del relato: “Abre un teatro de legitimidad para acciones efectivas. Crea un campo que autoriza prácticas sociales arriesgadas y contingentes”. Poner en riesgo la contingencia, abrir espacios para una teología contingente, en diálogo con el presente, con nuestro presente en donde se vive el riesgo. ¡Navidad en medio del riesgo! ¡Porque Dios en Navidad se arriesgó!

En Navidad aparece un nuevo relato, una luz nueva ha brillado sobre el país de la oscuridad (Cf. Is 9,2). Las narrativas de desesperanza en Navidad se resisten desde los microrrelatos, desde las historias personales y familiares por donde se enuncia la acción del Dios de la vida. Por ello aparece nuevamente el carácter de novedad de este tipo de relato más vinculado con el psicoanálisis, con los tránsitos cotidianos, con las formas simbólicas y con las otras razones: la poética, la del imaginario, la corporal. Navidad es la fiesta de la Palabra, del Dios-Palabra que se ha hecho ser humano, palabra frágil, corporal, carnal, hermana, arriesgada. Navidad y sus relatos de esperanza.


Imagen: Pexels.

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