Nuestro mapa de creencias

Si el Dios en quien se ha puesto nuestra creencia es un Dios peregrino, nuestro mapa creyente debe acompasarse a ese mismo peregrinaje, de ese itinerario que es tanto personal como comunitario.

La propuesta de este artículo tiene que ver con presentar, profundizar e invitar a los lectores a trabajar en torno a lo que se denomina el “mapa de creencias”. El enfoque de este tema será realizar una lectura a las propuestas del jesuita francés Michel de Certeau (1925-1986) quien, a lo largo de su trabajo teórico abordó la cuestión de cómo la vida humana es capaz de articular, narrar y vivir la cuestión de la creencia. Para Michel de Certeau, la creencia tiene un trasfondo de vida cotidiana. Esto se puede ver con claridad en su obra La invención de lo cotidiano(1). En este libro De Certeau indica que la creencia se puede comprender como la participación de los sujetos en una proposición, en un decir, en una palabra compartida. La creencia, con ello, es un acto de enunciar y de tener algo, por cierto (De Certeau 1996). Con ello aparece una cuestión relevante: el protagonismo del sujeto en su proceso de creencia, tanto en la identificación de sus hitos y momentos fundamentales, así como también en la vinculación con la comunidad social, política o eclesial con la cual comparte su decir.

Otra perspectiva de Michel de Certeau es llamativa. El pensador francés indica que la creencia en cuanto forma de vinculación tiene que ver con el reconocimiento de que existe alguien que nos “precede”, con alguien que está delante de nosotros. Desde esta idea podemos recordar, por ejemplo, cómo en los evangelios de la Resurrección se indica recurrentemente que Jesús Resucitado “precede” a la comunidad en Galilea (Mt 28,5-10). Con Galilea la comunidad ha de volver a sus orígenes. Sigamos esta pista. La vivencia creyente de la comunidad cristiana está vinculada con una historia y con un camino que se recorre, diríamos con la toma de conciencia de un mapa que se ha transitado. En Galilea, a orillas del lago, comenzó el anuncio de las buenas noticias (Mc 1,14-15). En Galilea fue anunciado el Reino con obras y palabras. Desde Galilea el grupo de Jesús salió hacia Jerusalén, hacia la cruz y la pascua. Con estos tránsitos Jesús y la comunidad construyen su propio mapa de creencias en base a una enunciación común: la cercanía amorosa de Dios, enunciación que tiene hitos fundacionales, tiene crisis y aperturas hacia lo nuevo.

De lo anterior pueden surgir algunas claves que nos pueden ayudar a entender nuestro propio mapa creyente. En primer lugar, la consideración de que la cartografía o mapa de creencias trabaja o se construye a partir de imágenes, símbolos, rostros y palabras. A través de estas imágenes podemos vincularnos con la comunidad y con Dios. Recordemos que para De Certeau lo creyente es la vivencia de un decir común. Con esto expresamos nuestra necesidad de imágenes para materializar lo que está más allá de nuestras posibilidades, es decir, el Misterio de Dios. Lluís Duch (2017) llama a estas palabras o discursos como lo teodidáctico, es decir, aquellas palabras que hablan de Dios, que enseñan sobre Dios, que muestran o indican a Dios. Cuando relatamos nuestra experiencia creyente apelamos a esta “teodidáctica”, a esta forma de vincularnos con el fundamento de nuestra creencia a través de imágenes, metáforas y palabras. El mapa o la cartografía de creencias, y desde esta perspectiva, se puede comprender como un conjunto de imágenes o un trabajo en conjunto con imágenes.

La cartografía o mapa de creencias trabaja o se construye a partir de imágenes, símbolos, rostros y palabras.

En segundo lugar, la cuestión de cómo esas palabras y discursos ayudan a que podamos comprender cómo nuestra biografía es lugar sagrado, lugar de Dios. Dios no habla fuera de nuestra historia, de nuestro cuerpo o de nuestros tránsitos cotidianos. Dios está en nuestras tramas. Por ello la relación con la divinidad tiene que ver con lo que Lluís Duch (2017) llama la “evidencia cultural”, es decir, comprender cómo nuestra biografía es, también, una biografía religiosa o una biografía de oraciones o una biografía de creencias.

Michel de Certeau, en un libro profundo y poético titulado La debilidad de creer (2006), trabaja está vinculación de lo biográfico con la experiencia de la creencia. Hablando de la oración y de la plegaria, De Certeau indica: “La oración organiza tales espacios con los gestos que dan sus dimensiones a un lugar y una orientación religiosa al hombre. Amueblan dichos espacios con objetos aparte, bendecidos y consagrados, que deletrean su silencio y se convierten en el lenguaje de sus intenciones. También podría decirse que, en la oración, los sentimientos también constituyen una topografía” (De Certeau 2006). Esta idea de “amoblar” o de habitar tiene una materialidad que nos puede ayudar a entender nuestro propio mapa creyente: ¿cómo hemos amoblado nuestro espacio creyente, tanto físico como espiritual?, ¿quiénes nos han ayudado a habitar nuestro mapa creyente?, ¿cómo vivimos el espacio de silencio y de lenguaje como enunciación de lo sagrado? Estas y otras preguntas tienen que ver con el tomar conciencia de la topografía creyente que nos es propia.

En otro momento Michel de Certeau escribe: “Pero de las palabras a los gestos se opera un pasaje tan necesario como de un gesto a otro: todos son momentos en el itinerario donde se suceden encuentros y desposesiones. Para no ser mágico, el gesto solicita la palabra, que lo convierte en un llamado o en una recolección (…) así pues el orante marcha hacia Dios. Con el pobre equipaje de sus gestos y sus palabras, prosigue su peregrinaje” (De Certeau 2006). En esta perspectiva el autor sostiene que la cuestión de la creencia no se reduce a un acto mágico, sino que tiene que ver incluso con la posibilidad de la desposesión o de la crisis. Pareciera que lo mágico tendría que ver con el cumplimiento casi instantáneo de todos nuestros deseos. En cambio, el itinerario creyente es más bien un “pobre” peregrinar, un ir y venir más cotidiano que extraordinario.

El mapa de creencias, nuestro itinerario creyente, nuestra vinculación enunciativa con la comunidad, la toma de conciencia de lo sagrado en nuestra vida, pueden ser ideas y formas de vivir nuestro cristianismo desde una lógica más imaginativa, más abierta, más extática que estática. Si el Dios en quien se ha puesto nuestra creencia es un Dios peregrino, nuestro mapa creyente debe acompasarse a ese mismo peregrinaje, de ese itinerario que es tanto personal como comunitario.

(1) Sigo aquí la edición realizada por la Universidad Iberoamericana de México en 1996.


Imagen: Pexels.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0