El historietista argentino y su muy célebre y entrañable personaje revelan un carácter rebelde y antiautoritario, a la vez que incansable defensor de los pobres y los olvidados.
Cuando el 30 de septiembre falleció a los 88 años el gran dibujante e historietista argentino Joaquín Lavado, Quino, comenzaron a llenarse las redes sociales de “homenajes”, casi todos con su dibujo más conocido y admirado, el de la niña contestona e inquieta Mafalda.
El más difundido mostraba a una Mafalda indignada que gritaba: “¡Paren el mundo, que me quiero bajar!”.
En otro, una Mafalda tomada de la mano de su padre y mirando al océano Atlántico en una de sus vacaciones en Mar del Plata, opinaba que había que tirar a todos los políticos al mar.
La muerte de Quino sirvió para la creación de “Mafaldas particulares”, en las que cada tuitero de ocasión colocara al lado del dibujo toda clase de improperios hacia sus enemigos. He visto, de parte de “mafaldistas” argentinos, versiones en las que la niña ataca al actual gobierno peronista y su vicepresidenta Cristina Kirchner, o al gobierno anterior del conservador Mauricio Macri. Hay Mafaldas de derecha, contra la falta de libertades en Cuba o Venezuela, y Mafaldas de izquierda, contra el gobierno de los ricos y los contubernios entre empresarios y gobernantes. Y después están las Mafaldas de cuyos “globitos” brotan frases de poster new age o autoayuda: “En la vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias”. “¿No sería mejor el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?”… Ninguna de estas frases es de Quino. Lo lamento si alguno de ustedes repitió una o dos.
Y también lamento informarles que este falso mafaldismo no es un fenómeno nuevo. Hace tiempo que pululan por las redes los falsos poemas de Borges lamentándose de haber leído demasiados libros, en vez de tomar más helados de frutilla bajo el sol del verano; falsos párrafos de García Márquez alegrándose de haber vivido una vida plena; y falsos versos de Benedetti alentando a sus lectores a no rendirse.
Poner frases engañosas en la boca de Mafalda es más efectivo. Al colocar el dibujo de la “verdadera” Mafalda al lado de la frase mentirosa, esta parece cierta, e incluso parece más cierta que las verdades incómodas de la verdadera: ahora dice lo que nosotros pensamos. ¡Qué alegría encontrarse con que odia al político que nosotros odiamos!
Pero Mafalda nunca odió a este o a aquel. Trataba con desdén la política, y con pena a sus creyentes; sentía angustia por el mundo; sentía dolor por la falta de vida de su mamá y por los temores de gris burócrata de su papá; se sentía cercana y entendía la fascinación de Felipe por las historietas y su aversión a los deberes, el gusto de Susanita por las costumbres de la burguesía a la que siempre miraría desde abajo, y de Manolito por los lujos de Rockefeller, a quien siempre admiraría desde su puesto en el almacén de su papá.
LA MIRADA DEL NIÑO CREATIVO
Mafalda los escuchaba a todos, por todos sentía una humana piedad. En un mundo de rencores y cerrazones, fue lo más parecido que se creó en América Latina a un personaje que represente la filosofía de una democracia vivible.
Pero no era ninguna conformista. Tal vez su política se acerque más a su amiga revolucionaria, Libertad. Mafalda pensaba lo mismo que su amiga, pero con menos estridencia. Sabía que el bastón del policía era “el palito de abollar ideologías” y que, cuando en una pared encontraba la pintada “¡Basta de censu…”, probablemente no era que al rebelde se le acabó “la pintu…”, sino que le cayeron encima a abollarle la ideología.
Una vez le preguntaron a Quino en una entrevista por qué no siguió con la Mafalda adolescente. “En los setenta se hubiera convertido en una desaparecida”, dijo.
Pero Mafalda (y Quino, su padre) nunca fueron partidarios ni fanáticos de líderes y partidos, sino de principios e ideales. Los de abajo, los obligados a obedecer, los rebeldes aplastados. Y sobre todo el feminismo, que en los años de la tira cómica (se publicó de 1964 a 1973) era una idea revolucionaria.
Mafalda le pregunta a su mamá: “¿Qué te gustaría ser, si vivieras?”. La mamá está fregando, cocinando, con el bebé Guille en brazos, y pone tal cara de terror al entender la cruel verdad de su hija, que a todos los que vimos esa tira en la infancia no se nos quitará jamás de la cabeza.
Quino publicó una docena de libros después de Mafalda, y en ellos hay historias en uno, dos o tres dibujos que no dejan dudas sobre el espíritu rebelde, antiautoritario, defensor de los pobres y olvidados. Y nunca perdió la mirada tan madura del niño creativo.
El arte le sirvió muchas veces para mostrar su visión del mundo. En una casa donde todo es cuadrado, el padre recrimina al niño que dibuja círculos. Una señora de la burguesía intelectual le pide a la sirvienta que limpie el living lleno de platos y vasos sucios y colillas de cigarros. En la pared, una gran reproducción del Gernika de Picasso. Cuando la señora vuelve, la limpieza fue tan exhaustiva que en el Gernika, las mujeres, el toro y el caballo posan sonrientes en un cuarto pulcro.
Entre las muchas cosas que admirar y querer de Quino está su fidelidad a la independencia artística tan duramente conseguida y a la pequeña e igual de fervorosa editorial De la Flor, de su amigo Daniel Divisky, con quienes publicó toda su obra y que hoy, tras su fallecimiento, ve un florecer de impresiones de la joya de tapa dura Todo Mafalda.
Contó en una vieja entrevista televisiva que su personaje inmortal nació, sin embargo, no de una inspiración artística sino de un encargo publicitario que no llegó a fructificar. La marca de electrodomésticos Mansfield quería una tira cómica en la que una familia de clase media vivía su vida y, como quien no quiere la cosa, cada vez que aparecía un electrodoméstico se veía que era de la marca patrocinadora. El nombre de la niña protagonista debía hacer pensar en la marca, y Quino recordó haber visto una película con un personaje llamado Mafalda.
Pero la empresa no aprobó la campaña, y el autor tiempo después volvió a su personaje para crear la familia arquetípica de esos tiempos y de esos barrios porteños de estricta clase media urbana. Cada detalle de Mafalda es a la vez preciso en su exacta adscripción a la época y el sitio, y tal vez por eso mismo, universal.
Con la muerte de Quino, cada diario y revista de España y Latinoamérica rindió su despedida elogiosa, pero también medios en países y para públicos alejados de su obra aprovecharon el momento para explicar por qué Mafalda es importante.
The Economist empieza así su homenaje, llamado La niña que odiaba la sopa: “Mafalda fue más política que Peanuts y más moderna que Astérix, pero no menos famosa que sus rivales. Joaquín Lavado, quien la dibujó con el nombre de Quino, que usaba desde la infancia, publicó sus tiras en toda América Latina y el sur de Europa. Fue traducida a 26 idiomas y se sigue republicando hoy”.
La revista inglesa destaca su puesto a la vanguardia de la sátira política y la defensa de la libertad y la democracia en tiempos de censura y represión.
Pero una de las características de Mafalda que la hace tan actual siempre es su comprensión de que lo viejo y lo nuevo, lo tradicional y lo rompedor, cambian de formas, pero no de sentido. Hasta su gusto por los pelilargos Beatles, que fue un grito de rebeldía en época de gomina y corbata, es puesto en contexto en un sabio intercambio entre Mafalda y su papá. El papá no entiende que su hija escuche a esos jóvenes estridentes, pero de pronto recuerda que su padre tampoco entendía que él escuchara veinte años antes al entonces moderno Bing Crosby.
¿Qué escucharían hoy los hijos de Mafalda?
SIN CONSEJOS AL LECTOR
Hay en Mafalda, como en la deslumbrante serie de dibujos de Quino recogidos en libros como A mí no me grite, Humano se nace y Potentes, prepotentes e impotentes, una profunda creencia en la inteligencia y la bondad de la humanidad en su conjunto y de sus lectores en particular, y una aguda seriedad bajo la superficie del chiste. Algo que suele faltar en las falsas citas.
En un nivel superficial, es fácil descubrir un falso Mafalda: no está escrito con la caligrafía redonda, cálida y cuidada de Quino, sino en frías letras de imprenta o con escritura falsamente aniñada. Un verdadero “quinista” reconoce la letra de su héroe a la primera.
Pero en el fondo, no hace falta ese detalle formal: Mafalda nunca le da consejos al lector, como sí hacen los gurús de la autoayuda y el new age.
Y no quiere bajarse del mundo. Ella para siempre querrá cambiarlo. MSJ
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 694, noviembre de 2020.