Revista Mensaje N° 695: «Obispos en tiempos de pandemia»

Mientras se vislumbraba una tregua con el COVID-19 durante septiembre, Julio Larrondo asumió como obispo auxiliar en Santiago y Ricardo Morales como titular en Copiapó. Ambos de bajo perfil, tienen claro que la Iglesia se hace de manera sinodal.

Escuchar, no separarse del pueblo de Dios, sino reparar, son algunas de las directrices que han tomado estos dos obispos que asumieron sus cargos en tiempos de pandemia. A ambos les corresponde un papel en la tarea de renovar el episcopado chileno y avanzar junto a una Iglesia que camina en sectores empobrecidos, donde a la crisis sanitaria y económica se suma la precariedad permanente de la vida.

BUSCAR LA FRATERNIDAD EN SANTIAGO

El 19 de mayo el sacerdote Julio Larrondo recibió una llamada de la Santa Sede, preguntándole si aceptaba ser obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago. Estaba en la casa de la Parroquia de Lourdes, comuna de La Cisterna, donde reside desde que es vicario de la Zona Sur de la capital. Su primera reacción fue de sorpresa: “No me lo imaginé, tampoco lo buscaba, pensaba que era algo que estaba lejos de mí”, explica. Y su respuesta fue un sí, porque “la vocación que recibí es un regalo de Dios, por lo tanto, regalo de la Iglesia. Siempre he tenido la disponibilidad para estar al servicio de la Iglesia en lo que me pueda pedir y en lo que yo pueda responder”.

Sabe que el episcopado genera desconfianza entre las personas, pero siente que esta es una oportunidad para seguir encarnando el llamado del Papa a ser pastor con olor a oveja. “Me trae muy cerca la memoria de don Enrique Alvear”, dice y recuerda que vivió siete años en la Parroquia San Luis Beltrán, en Pudahuel, donde descansan los restos del quien fuera llamado el obispo de los pobres (ahí mismo le tocó recibir al papa Francisco, cuando este hizo una breve parada para rezar en esa tumba, en la primera actividad de su visita a Chile en enero de 2018).

—¿No le da temor que sus nuevas responsabilidades lo alejen de la gente?

Espero que no que no me aleje del almuerzo y el tecito que compartía con las familias. Por eso le pedí al Arzobispo que me dejara seguir viviendo en esta, la parroquia de Lourdes. Como vicario de la Zona Sur, opté por vivir en esta parroquia, porque eso me mantiene conectado y cerca de la gente.

—¿Cuáles son sus principales desafíos?

Trabajar con esperanzas concretas y quiero que este trabajo sea en comunión con toda la gente. Es una buena oportunidad para construir la Iglesia que el Papa ha estado pidiendo, que yo también sueño: una Iglesia donde podamos compartir las responsabilidades. No se trata de mandar a alguien, sino de ponernos al servicio en los distintos ministerios. Me trae recuerdos del Concilio Vaticano II y de las distintas asambleas latinoamericanas que nos han enfatizado el llamado a que el laicado y toda la Iglesia se pongan al servicio, especialmente, de los más pobres.

—¿Cómo concretar esa sinodalidad?

Abriendo espacios de participación para un laicado maduro, como dijo el Papa en esa “Carta al pueblo de Dios que peregrina en Chile” de mayo de 2018. Hace unas semanas acabamos de escuchar a jóvenes, hombres y mujeres, a adultos, en una escucha de lo que piensan de la Iglesia, porque estamos en la etapa de configurar algunas líneas pastorales. También escuchamos a sacerdotes, religiosas y religiosos. El Papa sacó hace unos días un video sobre cómo incorporar a la mujer en la Iglesia en instancias de mayor responsabilidad y en Santiago se ha hecho: la canciller y la vice canciller son mujeres. La encargada de la Delegación Episcopal para la Verdad y la Paz es mujer. Yo sueño con que esto se mantenga y podamos abrir espacios para tomar en común decisiones.

—¿Cuáles son los criterios para definir cuándo el laicado es maduro?

En primer lugar, lo es cuando tiene una buena formación, que no significa solo bíblica, teológica, espiritual, sino también una que le signifique capacidad de hacer planteamientos, aunque tenga el obispo al frente. Un laico maduro es capaz de dialogar de igual a igual y no obedecer solamente, sino capaz de exponer ideas y temas, y que se comprometa en la construcción de la realidad del país.

—¿Cuál es su postura frente a los alejados de la fe?

No estamos para esperar que lleguen, sino para salir, y eso implica ir a los que están más alejados de la Iglesia por diferentes motivos. La pandemia ha sido una oportunidad para dialogar con juntas de vecinos, clubes deportivos y con instancias sociales no confesionales y que no comparten nuestra fe. No queremos que se conviertan a nosotros. En eso me hace sentido lo que acaba de expresar el Papa en la encíclica Fratelli Tutti, respecto de buscar la fraternidad mucho más allá de lo que se pueda tener como pensamiento, opción de vida o política.

EN ATACAMA: PRIMERO HUMANO, DESPUÉS CRISTIANO

Ricardo Morales asumió como obispo el 12 de septiembre en la catedral de Copiapó. Lo primero que hizo fue visitar a los 25 sacerdotes diocesanos y religiosos de su obispado. Lo mismo hizo con las 56 religiosas pertenecientes a distintas comunidades en su zona. “Creo que el mensaje cristiano pasa por la humanidad y la humanidad es reconocernos hermanos, discípulos de un mismo Señor que implica seguirlo juntos. No soy más, ni tengo más dignidad que ningún hermano en la Iglesia. Tengo una misión específica, la sé bien, pero entiendo que el ser obispo hoy es ser hermano. Me había reunido con sacerdotes y religiosas por plataformas virtuales, pero no es lo mismo sentarse a la mesa y compartir el pan, una taza de té… Primero humano, después cristiano”. Dice que se ha encontrado con una Iglesia de profundo compromiso social y con mucha formación pastoral. Cuenta que le tocó profundamente el testimonio de las carmelitas misioneras que están al lado de los más pobres de los pobres, al trabajar con los migrantes excluidos de una toma de terreno en Copiapó.

Debido a la pandemia no se ha podido reunir aún con laicos en asambleas, “pero también he podido percibir en ellos un profundo compromiso social. Hay un gran espíritu de servicio hoy en los comedores, en las ollas comunes”. Por otra parte, también ha visto “laicos bien formados y empoderados, y eso es muy bonito. Ciertamente hay mucho que caminar, pero es lo que he podido percibir en los primeros encuentros”.

—Asumida su misión en pandemia, ¿de qué manera ella desafía a la Iglesia chilena?

A comprender que tenemos que renovar nuestro compromiso con los que están sufriendo hoy. Eso significa volver a mirar una realidad que no desconocíamos, pero que ahora nos coloca en una dimensión distinta porque el índice de desempleo alcanza los dos dígitos. Vemos que se ha vuelto más precaria la vida de muchas personas y eso nos interpela a ser una respuesta no solo en la línea asistencial –sería transformarnos en una ONG– sino a experimentar la vulnerabilidad, pues todos estamos amenazados por un virus. Una mirada solidaria de la sociedad implica no mirarnos como competidores, sino que debemos vernos en la misma barca, como dijo el papa Francisco en esa reflexión en la Plaza de San Pedro vacía. La pandemia nos coloca en la necesidad de ser espacio para la fraternidad, para construir una sociedad más inclusiva donde seamos capaces de acoger las diferencias, a quien piensa distinto y de sentir que no somos consumidores, sino hermanos.

—¿Cuáles son los cambios estructurales y metodológicos para enfrentar estos desafíos?

En la diócesis vendrán las instancias de compartirlos con laicos, sacerdotes y religiosas. Me gustaría seguir dando protagonismo a las mujeres, a las religiosas y a los laicos. Creo que la Iglesia es femenina y tenemos que ser capaces de reconocer ese signo de los tiempos, que es la reivindicación femenina.

—¿De qué manera quiere incluir lo femenino?

Una manera son las estructuras que el derecho canónico da. Por mi parte, estoy en el ejercicio de escucharlas, buscando hacerlo de manera acogedora e inclusiva. Espero tener presente su voz antes de tomar decisiones. Hay instancias como las asambleas diocesanas y los sínodos: por ahí tenemos que caminar como Iglesia de Atacama, porque el último sínodo lo hizo monseñor Fernando Ariztía, si mal no recuerdo. Aparte de esas instancias eclesiales, en el día a día es necesario ir escuchando y entender el ejercicio del poder en la Iglesia no como piramidal, sino fortalecer una eclesiología donde se tengan más voces. Eso es fundamental.

LA REPARACIÓN ANTE LOS ABUSOS

—¿Cómo pretenden contribuir a la reparación de personas abusadas por clérigos?

J.L: Quisiera ser enfático al decir que el abuso contra menores es un delito y no tienen cabida en la Iglesia. No he tenido contacto con casos, pero uno va conociendo a través de lo que va leyendo que el camino de la reparación que realiza una víctima a veces suele ser largo, doloroso y solitario. Diría que la persona que ha sufrido ese abuso debe ser escuchada y, en primer lugar, tenemos que decirle que le creemos, que lo reconocemos, y desde ahí iniciar el proceso de reparación. En ese sentido creo que lo que ha ido haciendo el Arzobispado de Santiago, crear la instancia de Verdad y Paz, ha ido contribuyendo mucho a acompañar a las víctimas y a la reparación, que es muy dolorosa.

R.M: Hay que seguir fortaleciendo instancias de formación y prevención, sobre todo de los laicos y agentes pastorales, para que ellos visibilicen el riesgo. Don Gaspar Quintana (anterior obispo de Copiapó) enfrentó situaciones muy complejas, fue muy valiente y quiero reconocer su labor. Acá existe un consejo de prevención que conformó monseñor Celestino Aós. Es un muy buen grupo y hay que seguir fortaleciéndolo, por lo que pedí que participen más mujeres, sicólogas, abogadas y religiosas. El decreto de formación señala que el consejo tiene que estar informado de todas las situaciones de abuso, y pretendo cumplirlo al pie de la letra. El teólogo Carlos Schickendantz dice algo muy importante: tenemos que limitar el poder que depende de una sola persona, porque se pueden dar arbitrariedades. Si limitamos ese poder, tenemos más posibilidades de evitar situaciones como las que hemos vivido en Chile y otras partes del mundo. Por ejemplo, si hay un tema de abuso de menores, hoy necesariamente se debe enviar a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Mi experiencia en otros servicios en Puerto Montt y en mi comunidad mercedaria ha sido que cada víctima es única. Para una, la reparación puede ser la escucha, llorar juntos; para otra, que se haga público y que se diga que lo que aconteció fue verdad; para otra, que el sacerdote no ejerza más el ministerio… Cada víctima es única y eso hay que entenderlo con mucha humildad.

Tenemos que seguir en el camino que nos indica el papa Francisco, escuchando a las víctimas, acogiéndolas, poniéndonos en el lugar de ellas, tocando las llagas, el dolor, no es otro el camino. MSJ

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Fuente: Entrevista publicada en Revista Mensaje N° 695, diciembre de 2020.

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