Revista Mensaje N° 695: «Tiempo de espera y deseo de conocer más internamente al Señor»

Hagamos camino juntos en este Adviento, busquemos adquirir una actitud de apertura frente al misterio de la encarnación de Dios, dejemos espacio en nuestra agenda para el silencio y el encuentro.

Vivimos tiempos en que esperar nos cuesta mucho. Deseamos que todo pase, y que pase rápidamente. La pandemia nos ha desafiado y movilizado, entre tantos otros aspectos, a saber esperar. Con actitud paciente y vigilante. Pacientes frente a la ciencia que desarrolla la vacuna; pacientes frente a las autoridades para que transmitan mayor esperanza y seguridad a la población… Vigilantes en el autocuidado, en el bienestar personal, familiar y comunitario para poder sobrevivir al virus. Vigilantes a lo que vivimos, experimentamos internamente emociones, inseguridades, vulnerabilidad a los cambios que nos ha provocado el encierro: el cambio de hábitos, de trabajo, de relaciones, en lo económico… etc. La desestabilización de lo que ya conocíamos, para confiar y mantener la esperanza de que podemos fortalecernos con cada vivencia.

Entramos en el tiempo de Adviento, tiempo que litúrgicamente nos invita a la espera. Cuando en estos meses nos hemos sentido en la sala de espera de algún programa online, sentíamos angustia, impaciencia, porque el anfitrión no nos daba acceso. Hemos reconocido movimientos internos que pensábamos tener ordenados. La espera nos provoca, nos desestabiliza. No podemos controlarlo todo. Debemos decidir qué hacer en ella. Y muchas veces, en este espacio, entre el esperar y ser recibido, se hace un vacío que puede tener sentido según cómo lo vivamos. Lo más común es que nos pongamos inquietos, angustiados. El secreto para muchos está en vivir plenamente el momento, soltando la atención y tensión sobre nuestro ego, que busca y desea respuestas inmediatas, para centrarnos en la confianza.

UNA ESCUCHA PLENA

Es en estos momentos que descubrimos dónde está puesta nuestra confianza. Puedo vivir la espera con desesperanza o con serenidad y humildad, abriéndome para recibir a El que viene y, para esto, necesitamos desprendimiento para escuchar lo que pasa dentro y fuera de nosotros. Se trata de una escucha plena, sin poseer nada ni a nadie, dejando que todo sea tal como es.

En la Espera del tiempo de Adviento estamos invitados a la serenidad, a la confianza, a la escucha, y a la solidaridad hacia al otro; no hacernos sordos a la llamada que Dios nos hace en este exacto momento, que tiene una dimensión personal y otra comunitaria.

El papa Francisco nos dice: “Es un tiempo para caminar e ir al encuentro del Señor; es decir, un tiempo para no estar parados”(1). Vivir un encuentro con Dios que me busca, a veces puede desestabilizarme porque “Él desea darse plenamente a cada uno. Nos hace caminar para crecer en conocimiento de nosotros mismos, nos humaniza y nos abre a la posibilidad de conocer, enamorarnos, seguir y adquirir el modo de proceder del Dios Encarnado entre nosotros. Un Dios que viene enseñándonos la humildad y el completo abajamiento de su condición de Dios”.

La venida de Dios —en Jesús de Nazaret— nos ofrece exactamente una relación interpersonal con alguien que ha nacido de mujer y ha crecido como uno de nosotros, ha caminado por nuestras calles, ha buscado hacer la voluntad del Padre en su existencia, ha amado hasta el extremo de dar su vida… Este es el Dios que deseamos. El cristianismo no es solo una serie de afirmaciones teológicas (sobre quién es Dios), unida a una serie de mandamientos morales y a un complejo número de celebraciones litúrgicas, sino un encuentro con este Dios hombre y un sí a Su amor que mueve el nuestro.

“El Señor os haga crecer y sobreabundar en el amor entre ustedes y hacia todos”, nos dice San Pablo. No solo “entre nosotros” (familiares, amigos, los cristianos) sino que, para distinguirnos, como dice también Pablo, “hacia todos”, de cualquier raza o religión, nadie queda excluido, tal como ha sido el amor universal de Jesús (Marko Ivan Rupnik S.J.).

En este tiempo, permitamos que Dios nos encuentre, así como pudo encontrar a Nuestra Señora. A Ella le pedimos nos enseñe, como buena madre que es, a tener el corazón abierto, disponible para descentrarnos de nosotros mismos y abrirnos al querer de Dios. Que Ella nos ponga nuevamente en camino con su Hijo, siendo prestos y diligentes para hacer su voluntad.

La palabra “adviento” habla de la venida hacia nosotros del Señor Jesús, la encarnación realizada a 2020 años y la venida futura, la definitiva, al final de los tiempos. Hacer memoria de estas dos venidas nos moviliza a reconocer las manifestaciones de Dios en lo cotidiano, en los acontecimientos que llenan cualquiera de nuestros días, mantener la espera, la vigilancia, buscando lo esencial con una nueva mirada puesta sobre Él, que se encarna y le devuelve, así, al ser humano su dignidad.

UNA ACTITUD DE APERTURA

Hagamos camino juntos en este Adviento. Busquemos adquirir una actitud de apertura frente al misterio de la encarnación de Dios. Dejemos espacio en nuestra agenda para el silencio y el encuentro, dándonos la posibilidad de “vivenciar un Dios todo solidaridad: solidaridad en su mirada hacia el mundo al cual tanto ama, solidaridad intratrinitaria, inmanente, ya que la encarnación es determinación de las tres personas divinas, solidaridad ad extra, con el mundo, por cuanto el misterio de la encarnación es obra solidaria del Padre que envía, del Hijo, que es enviado, y del Espíritu, que realiza la encarnación en María. Y la encarnación, desde la parte humana, también es misterio de solidaridad, porque en un espacio poco aparente, insignificante, se halla María, ‘dichosa porque ha creído’, a través de cuyo ‘sí’ llega al mundo aquel que llevará a culminación el reino que no tendrá fin” (Joseph Rambla S.J., Ejercicios Espirituales. Una relectura del texto (III)).

Con la Santísima Trinidad, pongámonos en contemplación de la humanidad y del mundo, permitiendo que Dios nos haga conocedores de su querer para nosotros hoy, y capaces de una respuesta comprometida. MSJ

(1) Homilía en Casa Santa Marta, noviembre de 2016.

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Fuente: Reflexión publicada en Revista Mensaje N° 695, diciembre de 2020.

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