Revista Mensaje N° 697: «La ‘infodemia’ del Covid»

Las desinformaciones sobre las vacunas, al igual que en otros temas, tiene efectos nocivos en la medida que aumentan las dudas de las personas sobre si vacunarse.

Al igual que en las guerras, en las pandemias una de las primeras víctimas es la verdad. En tiempos inciertos, a la ciencia le corresponde esclarecer el panorama. En las últimas décadas, sin embargo, la credibilidad de las certezas científicas ha declinado. El vertiginoso auge de las empresas de relaciones públicas, alimentadas por formidables lobbies, ha contribuido a crear una realidad alternativa. Así, el tabaco mata, pero no a todos y además aporta con altos impuestos. Las petroleras contaminan y contribuyen de manera decisiva al calentamiento global, pero advierten que hay que ser prudente antes de acusarlas. Podría haber otras causas del fenómeno, aunque no podamos identificarlas. Grandes presupuestos son destinados a suprimir o relativizar estudios científicos. Y es que hoy, frente a una pandemia que ya deja 2,6 millones de muertos y que ha enfermado a 120 millones, hay grandes núcleos que niegan la existencia o la peligrosidad del Covid-19. En todo el mundo hay sectores que minimizan, desde palacios presidenciales a redes sociales, la gravedad del mal que golpea a todos los rincones del mundo. En Estados Unidos el grueso del Partido Republicano entiende la crisis sanitaria como un tema de enfoque político. Otro tanto ocurre con diversos regímenes, entre los que destaca el actual gobierno brasileño.

A medida que pasen los años, el “19” tras un guion, que marca la irrupción del virus, es un recordatorio de la longevidad del flagelo. La detección del mal a finales de 2019 es uno de los pocos datos que no está en discusión. Pero sobre su origen, lugar de aparición, características de la patología y, sobre todo, las formas de combatirlo abundan narrativas dispares que además varían de país en país. Las divergencias en la interpretación de la naturaleza del Covid-19, así como sus alcances, están condicionadas por el color del cristal político, cultural y social de los analistas.

Desde que irrumpió la pandemia, fue tal el cúmulo de versiones sobre sus orígenes —muchas sin fundamento—, que fue acuñada la denominación de “infodemia”. Así se llamó a las informaciones falsas relativas al mal. Algunos denunciaban que el virus fue producto de experimentaciones en el Instituto de Virología de Wuhan, uno de los principales centros de investigación de China, algo que dio pie para que el entonces presidente Donald Trump denunciase los estragos causados por el “virus chino”. El director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos matizó, señalando que el virus no era el resultado de manipulación genética, pero que pudo escapar del laboratorio e infectar algunos animales. En contrapartida, China, en marzo de 2020, replicó por boca de Zhao Lijian, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores, que podría “ser el ejército de Estados Unidos” el que trajo el virus a China. Ello, según Zhao, ocurrió en la segunda mitad de octubre 2019 cuando unos trescientos uniformados estadunidenses participaron en los VII Juegos Militares Mundiales realizados en Wuhan, donde estalló la pandemia. La versión, que circuló en redes sociales chinas, señalaba que uniformados estadounidenses trajeron el virus.

Las especulaciones fueron descartadas por una delegación de científicos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que visitó Wuhan en enero/febrero 2021. Peter Ben Embarek, jefe de la partida de expertos, concluyó que era “altamente improbable” que el virus proviniera de una fuga del mentado laboratorio. Los científicos de la OMS apuntaron a la zoonosis, la transmisión de un virus a través de un ser viviente a la especie humana. A la cabeza de los sospechosos figuran murciélagos y pangolines. Tal idea fue reforzada por un grupo de veintisiete científicos, de diferentes países, que publicaron una carta en la revista científica británica The Lancet. Allí rechazan las teorías conspirativas del origen artificial del virus y reiteran que los estudios “concluyen abrumadoramente que este coronavirus se originó en la vida silvestre”.

UN PREMIO NOBEL Y BILL GATES

A finales de abril circularon numerosos correos en redes sociales que citaban al japonés Tasaku Honjo, premio Nobel de Medicina 2018, declarando que el virus era una creación de laboratorio. La fuente —siempre es clave identificar de dónde proviene la información–— era una cuenta apócrifa de Twitter que suplantaba a Honjo. En ella, él habría señalado a medios de comunicación que “basado en todo mi conocimiento e investigación hasta la fecha, puedo decir esto con el cien por ciento de confianza de que este Corona no es natural” (sic). Confrontado con sus supuestos dichos, Honjo emitió una declaración publicada por la Universidad de Kioto, Japón, en la que aclaró: “Me apena enormemente que mi nombre y el de la Universidad de Kioto fueran utilizados para difundir acusaciones falsas y desinformación”.

Por su parte, Bill Gates uno de los hombres más ricos del mundo, fundador de Microsoft, es blanco frecuente de campañas de intoxicación informativa. Uno de los correos lo vinculaba con el origen del virus, afirmando que Gates era el propietario de la patente del brote del coronavirus iniciado en China. También se lo acusó de haber creado el Covid-19 con el propósito de insertar microchips por la vía de la vacuna para así controlar a la población. Otra variante de desinformación explotó en Twitter por la vía del cantante español Miguel Bosé. En una serie de tuits, aseguró que la fundación Bill & Melinda Gates había sido expulsada de la India. Y que financia vacunas con microchips que son operados desde redes de internet ultraveloces 5G.

Uno de los líderes en materia de estas teorías conspirativas delirantes es Thomas Cowan, un médico californiano a quien le fue suspendida su licencia para ejercer. Su tesis es que los virus “se manifiestan cuando la célula está envenenada”. En realidad, se trataría de un “exosoma que se activa por la contaminación electromagnética”. A su juicio, la red 5G envenena a los humanos. Wuhan, el epicentro inicial de la pandemia, sería la primera ciudad con cobertura total 5G, lo que lleva a a Cowan a formularse la pregunta retórica: “¿Dónde se encuentra la primera ciudad del mundo totalmente cubierta por el 5G? (…) Exacto: ¡En Wuhan!”. Es la recurrida técnica para embaucar que sobre premisas falsas pide al oyente que saque sus propias conclusiones. No es cierto que Wuhan es la capital del 5G. Es solo una de las dieciocho ciudades piloto en que la tecnología está en vías de ser instalada, faltando aún para una plena cobertura. Las falsedades sobre el supuesto peligro para la salud de la tecnología 5G han tenido impacto en el mundo. En Gran Bretaña, técnicos de empresas de comunicaciones han sufrido intimidaciones. Antenas de transmisiones han sido quemadas o destruidas. La desinformación alcanzó tal nivel que Youtube prohibió los videos con afirmaciones sobre la relación entre la 5G y el Covid-19. Es útil tener presente que la tecnología 5G no está operativa en América Latina. En ningún lugar hay evidencia que vincule la pandemia con las señales de 5G. Pero no fue una sorpresa cuando se detectaron vínculos entre promotores de estas falsedades y los militantes de movimiento antivacunas (antivaxx, en el mundo anglosajón).

CURAS Y REMEDIOS

Si algo abunda es la desinformación sobre curas y remedios para sanar o prevenir el mal. Algunos son productos naturales e inofensivos, como el consejo clásico de hacer gárgaras con salmuera. O recurrir a los productos típicos de ciertos países, como tomar mate caliente o infusiones con hojas de neem en Ecuador y Colombia, o en Bolivia la eterna hoja de coca. Pero también han circulado recetas nocivas para la salud. Es el caso del dióxido de cloro, promovido como supuesta solución en varios países. En la Argentina, la conductora Viviana Canosa lo presentó y consumió ante las cámaras de televisión abierta. La evidencia científica muestra que el consumo de esta bebida no cura este nuevo coronavirus y puede ser muy perjudicial para la salud, llevando a desenlaces fatales en algunos casos. Otros medicamentos que no curan el Covid y pueden dañar la salud son el remdevisir y la azitromicina. El más polémico es la hidroxicloroquina, recomendada desde las sedes de gobierno por el presidente brasileño Jair Bolsonaro y, en su momento, por Donald Trump desde la Casa Blanca. Diversos estudios concluyeron que tomar hidroxicloroquina no es una cura efectiva.

Mascarillas, pruebas PCR y termómetros infrarrojos han sido objetados a través de redes sociales. Campañas de desinformación aseguraban que las mascarillas o barbijos causan hipoxia (déficit de oxígeno) e hipercapnia (exceso de dióxido de carbono (CO2) en la sangre arterial. Una de las difusoras de esta desinformación es la doctora Judy Mikovits, activista estadounidense contra la vacunación. Planea también que “el nuevo coronavirus no es natural”, que “los coronavirus no viven en superficies más de una hora” y que “las vacunas han matado a millones de personas”.

Al igual que en el uso de mascarillas, hay mensajes que ponen en duda la eficacia de las pruebas PCR y aseguran que pueden causar daño. Uno de los grandes difusores de esta desinformación fue un grupo de médicos, autodenominados “Médicos por la verdad”, que realizaron una rueda de prensa en Madrid, donde afirmaron que el científico que inventó estas pruebas aseveró que no sirven y que dan muchos falsos positivos. También se aseguró que los termómetros infrarrojos (utilizados para medir la temperatura de forma rápida) pueden dañar la retina y las neuronas.

En lo que toca a las vacunas, cunde la confusión. Después de más de un año de distanciamiento social, la luz al final del túnel sigue distante. En primer lugar, la producción de las dosis es fue más lenta que lo presupuestado. Es muy frecuente que se subestimen las dificultades logísticas. Tampoco ayudaron las vacilaciones de muchos gobiernos en colocar sus respectivas órdenes. Desde un comienzo de la campaña de inmunización, en varios países surgieron variadas desinformaciones relacionadas con supuestos efectos adversos e incluso muertes.

El caso más dramático es el de la vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford con el laboratorio AstraZeneca, a mediados de marzo de este año, en buena parte de la Unión Europea. El alto a la vacunación fue precipitado luego que algunos inoculados sufrieran coágulos. A menudo, es muy difícil establecer las causas de una disfunción. Muchos de los inoculados padecen de males subyacentes, por lo cual es complejo establecer una relación entre causa y efecto. La OMS abogó por la continuación de las vacunaciones. Señaló que no hacerlo era un peligro mayor, pues más personas quedaban expuestas a contraer el virus. Ello significaba riesgos mayores a los que potencialmente representaba la vacuna.

La suspensión de la vacunación se produjo cuando el viejo continente enfrenta una nueva ola de infecciones. Varios países están bajo diversos niveles de cuarentena, el más severo en Italia. El origen británico de la vacuna despertó sospechas de que la medida estaba inspirada por algún grado de nacionalismo. Lo más probable, sin embargo, es que las diversas autoridades, ante la posibilidad de ser acusadas de negligencia, han optado por el principio precautorio. Además, el grueso de los gobiernos enfrenta un cuadro difícil. Ello, porque grandes sectores ciudadanos manifiestan una fatiga creciente ante las restricciones a las libertades públicas. Además, pese a que existen ayudas económicas para muchas personas, la situación es cada vez más precaria y el futuro se percibe duro.

Las desinformaciones sobre las vacunas, al igual que en otros temas, tiene efectos nocivos en la medida que aumenta las dudas de las personas sobre si vacunarse, lo cual repercute en el retardo de la llamada “inmunización de rebaño”, que permitirá dejar atrás las medidas de distanciamiento social y prevención. Más caustica aún es la idea de que la Covid-19 es una mentira y no es más que una estrategia para mantener controlada a la población. En Brasil, por ejemplo, circularon imágenes y videos sobre supuestos hospitales y ataúdes vacíos. El mensaje era que se exageraba la gravedad de la situación. Es claro que la pandemia ataca tanto la salud física como la mental. MSJ

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Fuente: Comentario internacional publicado en Revista Mensaje N° 697, marzo-abril de 2021.

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