Revista Mensaje N° 705. «Tragedias migratorias»

El actual aumento de los flujos de migrantes se da en tensión con la incapacidad, e incluso la incomprensión, de las autoridades frente a su deber de ofrecer asilo ante situaciones de opresión, hambruna o catástrofes naturales.

Mohamed Isa Omar fue rescatado de las aguas del Canal de la Mancha. Formaba parte de una partida de veintinueve inmigrantes que intentaban cruzar desde Francia a Inglaterra. Solo Mohamed y otro joven sobrevivieron cuando la precaria embarcación inflable zozobró el 24 de noviembre. “Vi gente morir justo frente a mí… aquellos de nosotros que no sabían nadar se ahogaron y murieron en pocos minutos… el agua era tan fría… tan fría”, narró Mohamed. Era una tragedia esperando ocurrir. En lo que va corrido de 2021, han arribado más 26.500 inmigrantes aventurándose a cruzar el Canal, que es una de las rutas marítimas más transitadas del mundo. Es sorprendente que, en la oscuridad nocturna o en las frecuentes y espesas nieblas, algunos de los botes o balsas ligeras no resultaran arrollados por los grandes cargueros que, cual caravana, navegan las veinticuatro horas del día.

En Londres, Priti Patel, la ministra del Interior (Home Office), no bien supo de la tragedia, reiteró su determinación de “destruir las bandas criminales” responsables de los cruces clandestinos. Su reacción reitera la narrativa de numerosas autoridades a lo largo del mundo que ponen la carreta delante de los bueyes. Sin duda, hay bandas especializadas en el tráfico de personas. Pero ellas son las facilitadoras, no las causantes de los millones que anualmente abandonan sus hogares para buscar asilo en otros países o bien son forzados a desplazarse a otras regiones. Se estima que en 2019 unos 271 millones de personas, lo que equivale al 3,5 por ciento de la población mundial, abandonaron su tierra natal por una variedad de motivos económicos y políticos. Estudios realizados entre inmigrantes que cruzan el Canal muestran que la mayoría de las iniciativas son resultantes de la asociación de grupos familiares. Ellos adquieren las embarcaciones inflables en tiendas deportivas y se lanzan a la navegación con el objetivo de pedir asilo en Inglaterra. En muchos casos se trata de intentos de reunificación de familias. Entre los ahogados figuraba Maryam Nuri Mohamed Amin, una mujer kurda de 24 años del norte de Irak que, luego de reiterados e infructuosos pedidos de visa en un consulado británico, aspiraba a reunirse con su prometido. Maryam llamó a su novio cuando observó que la balsa se desinflaba e intentaban achicar el agua que les hundía. Sus últimas palabras fueron de esperanza: lo tranquilizaba asegurándole que serían rescatados.

La ministra Patel, al igual que varios gobiernos en otras latitudes, buscó desacreditar las motivaciones de los inmigrantes que desembarcan en las costas del Reino Unido. Ello, pese a que dos tercios de los que arribaron en pequeñas embarcaciones, entre enero del 2020 y mayo 2021, provienen de Irán, Irak, Sudán y Siria. Todos, países en que existe amplia evidencia de persecución política y religiosa. La narrativa de Patel, al igual que la de otros gobiernos, como el estadounidense, es culpar a “mafias” o “coyotes”. Frente a estas organizaciones delictuales que manipulan a inocentes, las autoridades se yerguen para impedir que los embaucadores induzcan a los inmigrantes al cruce de fronteras despojándolos de sus haberes. Es, en realidad, un discurso que pretende tender una cortina de humo ante un hecho fundamental: muchos países niegan el derecho de asilo a quienes lo solicitan. Es la negación de rutas de acceso legales a los que requieren refugio, negación que contribuye al lucrativo comercio de los traficantes. Es el bloqueo impuesto por las propias autoridades lo que estimula las transgresiones fronterizas con los riesgos que ellas conllevan. Al poner el acento en la ilegalidad de los ingresos de los que claman por protección, sindicándolos como una amenaza, eluden la obligación de garantizar un justificado asilo contra la opresión, así como una ruta ancestral para huir de la pobreza.

La muerte acecha a los millones de migrantes que cada año cruzan fronteras. Algunos huyen de conflictos, otros buscan dejar atrás condiciones de vida paupérrimas en busca de futuros mejores. Cada cierto tiempo la conciencia pública es sacudida por imágenes que golpean: la conmovedora foto de Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años ahogado en una playa turca en 2015, recorrió el mundo. Naufragios, asesinatos, secuestros e incluso la esclavización son riegos que corren inmigrantes centroamericanos, norafricanos y asiáticos. Los motivos que impulsan a millones de individuos varían según cada región. En algunas, como Centroamérica, el cambio climático, que además es la causa de huracanes más frecuentes y violentos, ha bajado el rendimiento de las tierras. En el Medio Oriente los conflictos bélicos generan grandes oleadas humanas. Hay una causal, sin embargo, que está presente en todas las regiones y ella es el crecimiento demográfico, un fenómeno particularmente agudo en África.

MIGRACIONES AL ALZA

Las previsiones apuntan a que las olas humanas aumentarán en forma exponencial, pudiendo alcanzar varios cientos de millones de personas que emigrarán tras mejores condiciones económicas o para dejar atrás desastres ambientales, en especial los causados por el calentamiento global, pandemias, conflictos sociales, entre otras desgracias. Es lo que se denomina la dinámica push-pull. El empuje, o push, a salir de los países proviene de las condiciones desfavorables, como los desastres naturales, el desempleo, la corrupción y la violencia política. La atracción, o pull, a viajar a otros países proviene de la expectativa de conseguir mejores salarios y mayor bienestar al tener acceso a sistemas de seguridad social.

En Estados Unidos la inmigración de latinoamericanos, con los mexicanos a la cabeza, constituye un asunto político candente. El tema fue situado al tope de su agenda por el presidente Donald Trump y ganó especial notoriedad con la construcción de un formidable muro a lo largo de parte de la frontera mexicano estadounidense. Trump explotó las aprensiones de un sector del electorado sureño frente a los cruces no autorizados de la frontera. Hacia el final de su gobierno, la inmigración pasó a segundo plano, en parte por el efecto del Covid-19, que dificultó los desplazamientos. Pero este año se han batido los niveles previos de migración a Estados Unidos: desde octubre de 2020 a septiembre de 2021 se registraron 1,7 millones de detenciones a lo largo de la frontera entre ambos países. Es un récor absoluto. La gran mayoría de los arrestos correspondió a mexicanos (608.000), seguidos de ciudadanos del Triángulo Norte de Centroamérica: 309.000 hondureños detenidos, 279.000 guatemaltecos y 96.000 salvadoreños. A ellos se suman otros 367.000 inmigrantes de varios países de la región, encabezados por Haití y Venezuela.

El 61 por ciento de estos migrantes fue expulsado en caliente, merced al llamado Título 42, una medida de emergencia que Trump instauró en marzo de 2020, al inicio de la pandemia, que permite deportar en forma expedita a quienes arriban sin la documentación exigida. Los demócratas han dejado vigente la disposición. Biden había prometido regularizar la situación de cerca de once millones de inmigrantes, muchos de los cuales han sido considerados trabajadores esenciales durante la pandemia.

QUÉDATE EN MÉXICO

Durante mucho tiempo se especuló que el efecto más explosivo de un freno radical a la inmigración latina no recaería sobre Estados Unidos. El impacto reverberaría aun con más fuerza de México a Ecuador, y en el Caribe. Para algunos países, como Nicaragua, Haití, El Salvador y la República Dominicana, la mayor fuente de ingresos son las remesas de dinero que envían los familiares que trabajan en el país del norte.

Los inmigrantes de América Latina y el Caribe remitieron del orden de 100 mil millones dólares a sus familias en sus países de origen. Al inicio de las cuarentenas impuestas por el avance del COVID-19, el Banco Mundial anticipó una caída de hasta un 20 por ciento del dinero enviado a sus familiares por latinoamericanos residentes en Estados Unidos. Pero, tras una pequeña baja inicial de las remesas, para sorpresa de muchos, el año pasado estas incluso subieron en todas las regiones del mundo, situándose Latinoamérica y el Caribe a la cabeza con un alza de 6,5 por ciento. La parte del león corresponde a México, con 38 mil millones de dólares. En México unos 11 millones de personas reciben dinero enviado desde Estados Unidos. En promedio son despachadas siete remesas anuales de 340 dólares.

Apenas electo, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en julio de 2018, prometió un mejor trato a los migrantes que llegaban o estaban de paso por México, que es ruta ineludible hacia Estados Unidos. En concreto, habló de una política de “puertas y brazos abiertos” que garantizaba el libre tránsito para los migrantes que marchaban al norte, además de un trato humanitario por parte de su gobierno. Trump reaccionó con agresividad ante tales políticas permisivas de AMLO, denunciando una “invasión de inmigrantes” y conminó al gobierno mexicano a “ordenar” los flujos. Finalmente, Trump jugó su carta favorita: a través de uno de sus consabidos tuits, amenazó con fijar aranceles a una serie de productos mexicanos si continuaba el alto flujo de migrantes hacia el río Grande. A poco andar, México se comprometió a desplegar efectivos de la recién formada Guardia Nacional para asegurar la contención. Washington bajó el tono y desistió de aplicar aranceles. Las políticas represivas de las autoridades mexicanas incluyeron retenes carreteros y redadas a albergues. Numerosos defensores legales de los migrantes han sufrido acosos mediante vigilancia de sus locales. Quien transporte a un migrante indocumentado en su vehículo particular, puede ser detenido bajo el cargo de “introducción de personas al territorio nacional sin la documentación correspondiente”. La hostilidad oficialista ha fomentado el rechazo contra los inmigrantes. En especial, ocurre en las ciudades fronterizas que carecen de infraestructura para albergar a los vulnerables y desposeídos inmigrantes, entre los que se cuentan numerosas mujeres y menores.

La ilusión de que el presidente Joe Biden crearía un sistema migratorio radicalmente distinto al de Trump ha de ser postergada hasta nuevo aviso. Recién, a inicios de diciembre, la Casa Blanca informó que reactivará la aplicación del programa de control fronterizo “Quédate en México”, creado durante el gobierno de Trump y mediante el cual los solicitantes de asilo deben permanecer en México mientras el pedido de refugio es procesado por las autoridades migratorias estadounidenses.

Conocido formalmente como programa de Protocolos de Protección a Migrantes, esta política fue duramente cuestionada por organizaciones de derechos humanos debido a las condiciones precarias en las que los migrantes debían permanecer en México. Con frecuencia, los solicitantes esperaban meses en México y, en ocasiones, eran víctimas de bandas criminales. Según la ONG Human Rights First, se han reportado más de 1.500 casos de violaciones, secuestros y torturas en contra de estos inmigrantes que aguardaban ser admitidos en Estados Unidos.

Poco después de su llegada a la presidencia en enero, Biden puso fin a esta iniciativa, a la que calificaba como «inhumana», pero en agosto pasado una corte federal ordenó el restablecimiento de este programa, tras concluir que su cierre no fue realizado de la forma correcta. Entonces, la Casa Blanca informó que acataría la decisión judicial, pero que antes necesitaba contar con el visto bueno de México. Verónica Escobar, congresista demócrata por Texas, declaró que la medida “erosiona nuestros valores nacionales… y es una violación al derecho al asilo”.

Este 2 de diciembre, la cancillería mexicana confirmó la reactivación del programa. Ello, luego de que la semana anterior el gobierno de AMLO presentó a Washington varias condiciones para dar este paso, incluyendo acelerar la aplicación de las iniciativas de cooperación para el desarrollo en el sur de México y en Centroamérica, así como establecer asesorías legales para los inmigrantes, de suerte de facilitar el procesamiento de sus solicitudes.

Todo indica que tanto en América Latina como el resto del mundo aumentarán los flujos migratorios. Así como los vientos soplan desde las zonas de las altas presiones a las bajas, los humanos suelen desplazarse en búsqueda de mejores condiciones económicas o abandonar sus pagos a causa de desastres ambientales, epidemias, conflictos sociales, étnicos o entre naciones amén de otras calamidades, como las hambrunas. MSJ

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Fuente: Comentario internacional publicado en Revista Mensaje N° 705, diciembre de 2021.

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