Revista Mensaje N° 707. «Una nueva mesa compartida»

Un nuevo gobierno, que busca profundas transformaciones, inicia su período. Tanto ese proceso como el diálogo constituyente requieren una invitación que convoque a profundizar la democracia en un Chile que ya no será el mismo. Nuestro problema es que existe un diálogo homogéneo, cuando lo que realmente necesitamos es una conversación entre distintos que se atrevan a llegar a acuerdos.

Han sido tiempos difíciles para todas las personas en Chile. Constatarlo no tiene ninguna novedad, pero parece saludable, o al menos realista, considerar desde dónde nos situamos. Un estallido social, que nos recordó de la manera más cruel nuestras deficiencias como sociedad, terminó alterando la cotidianidad de todos, en distintas medidas. Lo anterior fue seguido, o más bien superpuesto, de una pandemia jamás imaginada. Muchas de las personas que leen esta revista deben haber perdido a algún ser querido producto del Covid-19 o pueden conocer a alguien que lo perdió. Otros deben haber sentido el dolor de la soledad, la fragilidad de los ingresos económicos y la angustia que genera el no lograr los ingresos suficientes para subsistir, o bien la imposibilidad de equilibrar los desafíos profesionales con el cuidado y educación de los niños y niñas de la casa, siendo esto último especialmente adverso para las mujeres de nuestra sociedad.

Solo para dimensionar lo que ha sucedido estos años, el estudio longitudinal “Termómetro de Salud Mental en Chile” realizado por la Universidad Católica de Chile y la Asociación Chilena de Seguridad ha mostrado que, si bien los problemas de salud mental disminuyeron en comparación a los peores momentos de la pandemia —cuando la gran mayoría del país estaba con medidas de encierro—, la publicación de septiembre de 2021 demostró que los niveles de depresión moderada a severa, consumo de riesgo de alcohol y soledad siguen en niveles similares a los presentados durante la cuarentena. Lo anterior, en un contexto de bajos niveles de consultas a médicos o psicólogos (solo 15,1% declaró haber asistido). Las cifras de Chile están en sintonía con lo que ha ocurrido a nivel mundial. De hecho, la prestigiosa revista internacional de medicina Lancet publicó un estudio a finales del año pasado sobre la prevalencia y carga mundial de trastornos depresivos y ansiedad en 204 países en 2020 por la pandemia, en el cual demostró que los lugares con mayor disminución de movilidad y tasas de infección diaria de Covid-19 fueron los con mayor aumento de prevalencia de trastorno depresivo mayor y de ansiedad. La investigación estimó que los trastornos depresivos aumentaron un 27,6%; y los de ansiedad, un 25,6%.

A todo lo señalado con anterioridad, se suma un momento nacional de incertidumbre, en el cual se inserta el inicio de un nuevo gobierno y un proceso constituyente en curso. Estamos ante una mezcla de factores, al menos, profundamente desafiante.

ESCENARIO DESAFIANTE

En una rápida mirada por nuestros últimos dos años como país, cabe recordar siempre que el momento político actual tiene mucho de novedad.

En primer lugar, hay nuevos actores en la discusión pública, y en esto hay que considerar la composición de la Convención Constitucional, en la cual la excepcionalidad de las reglas electorales de dicha elección permitieron no solo una composición paritaria y con escaños reservados, sino que también el ingreso masivo de personas independientes. Del mismo modo, otro ejemplo de esta novedad de actores es la composición del nuevo Congreso; sobre todo, si consideramos el ingreso de nuevas fuerzas políticas, como el Partido de la Gente con seis diputados y el Partido Republicano con once.

En segundo término, estamos en medio de las semanas más relevantes de la discusión de normas constitucionales, las que conformarán un texto que, de ser aprobado, generará un nuevo marco institucional para Chile.

De hecho, esta columna la escribo en medio de las negociaciones que se llevan a cabo en la Comisión de Sistema Político, en donde todos los y las convencionales de dicha comisión, sin exclusión política, llevan días negociando un sistema político coherente y armónico, que logre ser una verdadera “sala de máquinas” —como lo ha definido Roberto Gargarella— que profundice nuestra democracia y distribuya el poder. Para varios especialistas, en la discusión y necesidad de acuerdo de dicha comisión se juega el corazón e incluso la existencia de la nueva Constitución.

Como tercera cuestión, cabría indicar que hay temas profundos y largamente evitados que hoy son empujados con fuerza por diversos grupos, respecto de los cuales ya no hay margen para seguir evitando. Uno de los grandes fracasos que nos enrostró el estallido social fue la incapacidad de nuestro sistema político de procesar a tiempo demandas muy sentidas, además de haber dejado un nocivo precedente para nuestra democracia. Sin la pretensión de avalar jamás la violencia, es posible concluir que hubo espacios de discusión que se abrieron luego de haber visto arder nuestras ciudades.

CHILE YA NO SERÁ EL MISMO

Describo la novedad del escenario solo para reforzar el reto que significan estos tiempos. Pero, así como lo nuevo no tiene el valor de ser intrínsecamente bueno, tampoco tiene por qué ser el despeñadero. Y así como habrá que gastar energías en reflexionar y trabajar por aquello que viene, no podemos olvidar la importancia de deliberar sobre aquello que hemos sido. Y, si bien no es tiempo de certezas, hay algunas claridades que parece relevante destacar.

Una de ellas es que hay transformaciones inevitables.

En primer lugar, Chile no será el mismo y hay transformaciones que deben ocurrir. Lo anterior no asume que todo lo realizado es terrible, sino que reconoce que nuestro futuro como país tendrá nuevos marcos, los cuales están en construcción. Por lo mismo, estamos en medio de un proceso con pocas claridades del destino.

Necesitamos mejorar la distribución del poder y con ello profundizar nuestra democracia. Entonces es esperable y deseable que las regiones comiencen a tener mayores herramientas para afrontar sus problemas. Cuesta imaginar un mejor camino para lograr un desarrollo territorial equitativo que un país más descentralizado, en el cual los problemas de cada territorio puedan ser enfrentados por las autoridades locales y no sea necesario que estos lleguen a Santiago para recién ahí tener alguna chance de cambio. El Informe de Desigualdad Regional del PNUD (2018) muestra que siguen existiendo importantes brechas interregionales en indicadores más complejos de desarrollo, tales como prevalencia de salarios bajos y oferta educativa terciaria, entre otros.

Al mismo tiempo, se hace cada vez más evidente que se requieren mecanismos que confronten la desigualdad de género. Si bien existen avances culturales importantes en los últimos años, la realidad de las mujeres sigue siendo profundamente adversa y desigual en comparación a los hombres.

El informe “Igualdad de género en Chile” (OCDE, 2021) profundiza en algunas de las importantes brechas que siguen existiendo en nuestro país: la tasa de empleo femenino es casi veinte puntos porcentuales inferior a la masculina (brecha mucho mayor que la media OCDE), la proporción de mujeres que ganan un salario bajo es 1,6 veces mayor a la de los hombres y tenemos menos probabilidades de ascender a puestos directivos. Además, las mujeres dedican 21 horas más al trabajo no remunerado que los hombres, lo que afecta directamente sus posibilidades de emplearse.

Otra dimensión de lo anterior es la violencia de la que son víctimas las mujeres, lo cual quedó de manifiesto con claridad durante las cuarentenas de la pandemia: mientras que las denuncias de violencia hacia la mujer bajaron un 9,6%, las llamadas de auxilio a los teléfonos de Carabineros aumentaron un 43,8%.

EL PROTAGONISMO DEL CAMBIO CLIMÁTICO

Del mismo modo, la crisis climática ha tomado protagonismo. La evidencia científica sobre la emergencia que significa el cambio climático para la humanidad es incontrarrestable. El segundo semestre de 2021 fue publicado el Informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), documento que es el informe mundial más exhaustivo y actualizado sobre la evidencia disponible de cambio climático y fue realizado por más de doscientos expertos de todo el mundo. Las conclusiones fueron devastadoras: el cambio climático que estamos experimentando es resultado de la acción del ser humano, lo que estamos viviendo es sin precedentes y hay cambios que son irreversibles. Sin embargo, tal como diversos expertos han destacado, una acción enérgica, coordinada y sostenida permitiría limitar alguno de los cambios que estamos experimentando. En esta dimensión hay que reconocer que Chile ha venido realizando avances importantes y los logros han concitado el apoyo y trabajo de comunidades científicas transversales más allá del gobierno de turno. De hecho, hace algunos días atrás fue promulgada la Ley sobre Cambio Climático, la cual permitirá regular la institucionalidad de cambio climático y los instrumentos que permitirán la gestión de esta, con el objetivo de cumplir con la meta de carbono neutralidad para el año 2050.

Por otro lado, en su primera semana como Presidente de la República, Gabriel Boric firmó el Acuerdo Regional Sobre el acceso a la información, la participación pública y el acceso a la justicia en asuntos ambientales en América Latina y el Caribe, más conocido como Acuerdo de Escazú. Si bien el acuerdo aún debe ser aprobado en el Congreso y luego de ello depositado ante Naciones Unidas, haber enfrentado esta deuda es una gran oportunidad para avanzar en el acceso a la información ambiental. Nuestros avances son destacables, pero en esto no se puede olvidar lo señalado por la ministra de Medio Ambiente Maisa Rojas, en el contexto de la publicación del informe de IPCC del cual fue redactora: “El cambio climático es el telón de fondo del siglo XXI y es un tema transversal a todas las discusiones que enfrentemos”.

PUEBLOS INDÍGENAS

Otro cambio sustantivo y en construcción es nuestra relación con los pueblos indígenas y, en esto, un primer paso fundamental fue la existencia de los escaños reservados para pueblos originarios en la Convención Constitucional. Por primera vez, los pueblos originarios son parte de los espacios de poder en igualdad de condiciones y, con ello, se abre una oportunidad de diálogo, dentro de la institucionalidad, sin precedentes.

La participación de los pueblos indígenas ha permitido que hoy todos escuchemos con mayor frecuencia la importancia de la plurinacionalidad, lo que para muchas personas —dentro de las que me incluyo— ha requerido estar disponibles para aprender.

Una explicación muy clara y pedagógica es la que la actual Subsecretaria de Educación Superior, Verónica Figueroa Huenchu ha realizado en varias de sus publicaciones como académica de la Universidad de Chile. En palabras de Figueroa Huenchu, la gobernanza plurinacional está definida por reglas del juego delineadas bajo criterios interculturales, los cuales se expresan en “reglas, normas e instituciones que buscan asegurar el desarrollo equitativo de todas ellas, favoreciendo el enriquecimiento mutuo, promoviendo instancias permanentes que aseguren la dignidad de todas y todos sus integrantes”.

FORMAS DE ENFRENTAR LOS CAMBIOS

Los cambios o énfasis anteriormente señalados abren constantemente la pregunta sobre cómo lograr que todo esto se realice de la mejor manera. Sin embargo, aquello no niega que los cambios deben ocurrir ni mucho menos asume que se materializarán a la medida de deseos personales.

En este contexto, una dimensión apremiante para los tiempos que vivimos es la necesidad de conversaciones amplias y diversas. Nuestro problema es que existe un diálogo homogéneo, cuando lo que realmente necesitamos es una conversación entre distintos que se atrevan a llegar a acuerdos. Por mucho tiempo, la imposibilidad de poner objetivos comunes ha ido en desmedro de la calidad de vida de las personas que habitan Chile y ha contribuido activamente a la deslegitimidad de nuestro sistema político y a su deficiente capacidad de representar a la ciudadanía.

Me es imposible imaginar un nuevo pacto tributario o una reforma de pensiones —siendo ambos enormes y urgentes desafíos para Chile— donde no estén en la mesa todos los actores y sus distintas visiones (trabajadoras y trabajadores, gremios, mundo técnico y político).

Contrario a lo que muchas veces se pretende instalar en la discusión pública, la ciudadanía ha mostrado de forma contundente su preferencia por el diálogo y los acuerdos. En esa línea, el estudio publicado en enero de este año por Espacio Público e IPSOS: “¿Cómo vemos el proceso constituyente?” evidenció que el 81% de las personas prefiere que la actitud de los convencionales sea negociar acuerdos, aunque implique ceder o renunciar en algunos temas. Estas cifras están en sintonía con los resultados que ha mostrado el proyecto “Tenemos que hablar de Chile” de la Universidad Católica y la Universidad de Chile.

Los desafíos de Chile requieren visión técnica, pero no puramente técnica. Quien quiera conversar desde la superioridad y la comodidad que da estar entre los conocidos está destinado a la irrelevancia, además de hacer una renuncia intelectual a desafiar sus propios paradigmas. No deja de sorprender la pulsión de abordar el debate como si siguiéramos viviendo en los años noventa. Quien quiera mover la aguja tiene que arremangarse la camisa y entrar a la cancha del debate, no dar instrucciones desde la superioridad.

La importancia de acuerdos amplios también tiene una dimensión estratégica, pues si queremos que aquellos cambios sean duraderos es necesario que sean respaldados por mayorías que excedan con creces a quienes tenemos cerca nuestro. De eso se trata la legitimidad, de lograr lo mejor para el largo plazo.

Convivir con la incertidumbre puede ser desafiante y es saludable reconocer que estamos inmersos en un proceso político en pleno desarrollo. Tenemos bastantes más preguntas que respuestas. Mi invitación es a contribuir buscando el éxito de estos cambios, desafiando las propias visiones e intentando dejar de lado la actitud de estar constantemente afirmando los muebles. MSJ

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Fuente: Comentario Nacional publicado en Revista Mensaje N° 707, marzo-abril de 2022.

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