En el debate político, adjetivos como “estatal”, “público”, “privado”, “subsidiario” a menudo están teñidos de ideologías y se prestan a confusión. Es necesario precisarlos.
No es lo mismo lo público que lo estatal, pues muchos privados prestan servicios públicos. Un taxi es privado, en cuanto pertenece a una persona, pero “público” porque sirve a la comunidad. La educación escolar y la superior estatal y privada son un servicio público.
Cuando los privados prestan un servicio público, el Estado tiene obligación de intervenir velando por que ese servicio responda al bien común. Debe poner normas y hacerlas cumplir.
Esto obliga a precisar el concepto de Estado subsidiario. En la visión neoliberal existe el peligro de pensar que el Estado no debe intervenir en el mercado, que los particulares deben buscar sus intereses y que una mano invisible va a equilibrar las cosas. Para esa visión, el Estado subsidiario solo hace lo que los privados no pueden hacer y ayuda a los privados en su acción.
Hay que dejar en claro que la vida social no se limita a lo económico. Creemos que el Estado no debe intervenir en la vida íntima de los sujetos, pero debe intervenir prestando servicios en los ámbitos donde está en juego el bien común. Es fácil que la “mano invisible” sin control sea la mano del poderoso. No es realista la anomia para el correcto funcionamiento de los mercados. Es necesario que el Estado no solo dicte normas, sino que tenga instituciones de servicio según las necesidades de cada país.
Finalmente, la cultura moderna es profundamente individualista. Las personas solo piensan en sí mismas. Sorprende que en Chile en la elaboración de la nueva Constitución únicamente se hable de los derechos y nadie hable de las responsabilidades que los seres verdaderamente libres tienen frente a su patria, frente al prójimo y frente a los más débiles. MSJ
Fuente: Columna publicada en Revista Mensaje N° 708, mayo de 2022.