El arzobispo de San Salvador, mártir en 1980, fue uno de los protagonistas de la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá. Nueva York le acaba de dedicar una calle. Su figura se abre brecha en todo el continente.
Se acaba de difundir la noticia de que la ciudad de Nueva York le ha dedicado una calle a monseñor Óscar Arnulfo Romero. La Avenida 170, en el Alto Manhattan del barrio Washington Heights, en el norte de la metrópolis estadounidense, a partir de este momento será la Calle San Romero de América, en memoria del mártir de El Salvador canonizado por el Papa Francisco en octubre pasado. Y no solo. Hemos podido corroborar que la iniciativa de dedicar a Romero la calle de la más famosa ciudad estadounidense fue promovida por un asesor del décimo distrito de Nueva York, Ydanis Rodríguez, que también es miembro de la Iglesia de Holy Rood fundada por una congregación episcopal protestante en 1893 y que en la actualidad forma parte de la comunión anglicana del mundo.
Iniciativas como la neoyorquina también han invadido otras grandes ciudades y no solo en El Salvador o de los países centroamericanos que tienen mayor cercanía con el obispo salvadoreño asesinado en 1980. Plazas, monumentos, edificios públicos, centros comerciales, llevan el nombre de Romero en muchos países del mundo. A San Romero, o simplemente monseñor Romero, han sido dedicados centros profesionales, escuelas superiores, colegios, centros de estudio y de investigación, universidades. La bibliografía dedicada a Romero ha crecido enormemente en los últimos años y cuenta con cientos de títulos en casi todas las lenguas habladas por los seres humanos. El repertorio musical se ha ampliado, así como el repertorio cinematográfico, que ahora cuenta con más títulos después de la famosa película de 1989 de John Duigan. Se han escrito obras de teatro, musicales y, en diferentes países latinoamericanos (pero también en Estados Unidos), se han inaugurado cátedras para estudiar el pensamiento del obispo salvadoreño.
Hemos visto el busto de Romero que se encuentra en la entrada de la Universidad Católica de Managua, en Nicaragua, desde donde partieron varias manifestaciones de protesta contra el presidente Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo. Es demasiado pronto para decir si se le otorgará el título de “Doctor de la Iglesia”, como pidió formalmente el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, en nombre de los obispos salvadoreños, un día después de la canonización en la Plaza San Pedro. El 15 de octubre pasado, el sucesor de Romero se dirigió directamente al Papa «de manera deferente, humilde y respetuosa» para pedir que autorizara «la apertura del debido proceso para que Romero se convierta en un doctor de la Iglesia, puesto que estamos seguros de que su testimonio de vida y de enseñanza será un faro de luz en el mundo de hoy».
La de Romero, indican los cercanos colaboradores de Escobar Alas, es una teología estrechamente relacionada con la pastoral, como le gusta al Papa Francisco. Algunos notan que monseñor Romero no fue un académico y que no frecuentó aulas universitarias en calidad de docente, pero el profesor Michael E. Lee, profesor asociado de Teología afiliado a la Universidad Fordham latinoamericana y al Latino Studies Institute, explicó en un artículo publicado por la prensa salvadoreña que «esto no significa que no haya tenido un gran impacto en la teología»; aunque no poseía «un doctorado, no tenía puestos en una universidad y nunca publicó un libro o un artículo académico», insistió, «dejó una rica herencia teológica». Según el profesor, y otros como él, en el caso de Romero, «su predicación y su ministerio han servido a fundar una sólida pastoral de inspiración teológica».
Al papa Ratzinger se debe la caída del velo que impedía que avanzara el proceso que habría conducido poco tiempo después a monseñor Romero a los altares; al Papa Francisco se debe el impulso final que superó los últimos “obstáculos” internos. Que en el Santo salvadoreño el Pontífice argentino encuentra lo mejor de la Iglesia que desea quedó claro durante la semana pasada en Panamá. El nombre de monseñor Romero fue pronunciado por Francisco dieciséis veces en los diferentes momentos de la 34ª Jornada Mundial de la Juventud. Se podía imaginar que lo hiciera en el discurso a los obispos de la América Central, y así fue. El Papa concentró todo su discurso en ese «sentir con la Iglesia» asumido por Romero como lema episcopal, argumentando que: «Su vida y su enseñanza son fuente de inspiración para las Iglesias» de América Latina.
También usó las palabras del cardenal argentino Antonio Quarracino, «cuando decía que [Romero] era candidato al Premio Nobel de la fidelidad». Pero ofreció la espiritualidad del obispo salvadoreño como una herencia para todos los jóvenes que llegaron a Panamá, con delegaciones más o menos numerosas, de todos los países de América Latina y del Caribe. Fue muy bella la cita que utilizó en esa circunstancia de una homilía que Romero pronunció el 6 de noviembre de 1977: «El cristianismo no es un conjunto de verdades en las que hay que creer, de leyes que observar, o de prohibiciones. El cristianismo visto así no es para nada atractivo. El cristianismo es una Persona que me ha amado tanto, que desea y pide mi amor. El cristianismo es Cristo».
El Papa Francisco pidió que los jóvenes presentes repitieran y gritaran tres veces esta misma frase, para después resumir con las palabras del mismo santo de El Salvador la tarea que se les encomienda: «sacar adelante el sueño por el que Él ha dado la vida: amar con el mismo amor con el que nos ha amado. No nos ha amado a medias, no nos ha amado un poquito. Nos ha amado totalmente, nos ha colmado de ternura, de amor, ha dado su vida».
Alver Metalli
Vatican Insider
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Fuente: www.vaticaninsider.es