En la actual situación de trastorno general de la vida, se nos da la posibilidad de mirar con atención para ver qué queremos más, qué queremos menos, e invertir toda la energía en seguir cada uno su estrella.
Lo que ocurre se parece a un juego de naipes. Terminó una mano. Todo de nuevo. El mismo mazo. La misma posibilidad de ganar. Pero las cartas serán otras, otro el modo de jugarlas. Se barajan las cartas. Se reparten. Esta vez puede irnos mejor.
¿Qué sucede, qué sucederá dentro de poco? En lo inmediato se sienten los efectos de la catástrofe sanitaria y social del covid-19. Enfermos, muertos. Hambre. Crisis psicológicas varias. Parejas que terminarán odiándose. Niños pobres que no pueden seguir las clases por internet, evidencian la desigualdad de la sociedad en que viven, y que renuevan. Penas de todo tipo. Muchos de los que han salido de la pobreza volverán a ella. Se acabó el sueño de las vacaciones en el sur, del ranchito en la playa. Los hombres sin trabajo difícilmente se reconvertirán. Se quebrarán. La historia es conocida, basta volver a los ochenta. Las mujeres tendrán que parar la olla. Pero seguirán acumulando depresiones. Es un dato que las chilenas hoy suman una depresión tras otra.
A algunos, empero, les está yendo bien. Los vendedores de máscaras no se quejan. Se arreglaron los bigotes. Los especuladores seguramente están ganando. Son expertos en ríos revueltos. El narcotráfico está complicado, pero su resiliencia es envidiable.
Hay cosas que no cambiarán. A grandes y a niños les seguirán gustando las papas fritas. Sería extraño que alguno no haga pucheros con una película romántica. Será muy difícil controlar al capitalismo que lleva al planeta al colapso. Volveremos a una competencia feroz por la sobrevivencia y por aparentar. Nos harán comprar lo que quieran que compremos. Nos vigilarán para saber si efectivamente lo hacemos. Los algoritmos, el big data, adivinarán cada vez más los movimientos que puedan poner en peligro los intereses de la sociedad de consumo.
Pero hay también cosas que pueden cambiar para bien. En las grandes agitaciones de la historia hay algunos fuera de serie que “miran” y “ven”. Se adelantan. Abandonan lo conocido para incursionar en otros territorios. Le abren el camino a los que siguen detrás. Aunque no es necesario ser geniales para inventar nuevos y mejores modos de vivir la vida. Talvez no se podrá cambiar el “qué”, pero sí el “como”.
Es de esperar que de esta tragedia surja una humanidad de más calidad. No será posible sin una especie de conversión del corazón. ¿En qué consistirá? Es impredecible. Será preciso, en todo caso, reconocer lo principal para poner lo secundario en su lugar. Nuestras vidas se han llenado de superficialidades. Es cosa de abrir los roperos. Sobra de todo. ¿Qué es lo que de verdad nos falta?
La revoltura que experimentamos es ocasión para meditar acerca del tiempo que damos a esto y a aquello, y qué ajustes podemos hacer para aprovechar mejor las horas. Las horas son pocas. ¿De quiénes queremos encargarnos y de quiénes no podremos hacerlo? Somos limitados. Hay que reconocer que no nos dan las fuerzas para asumir cualquier responsabilidad. Un asunto de primera importancia será revisar a quiénes queremos “dar” y cómo hemos de “recibir”, porque dar es difícil, pero para recibir se requiere todavía más ojo.
El mismo juego, las mismas cartas. La ilusión de ganar, también la misma. Ojalá en esta mano nos concentremos en vez de chacharear.
En la actual situación de trastorno general de la vida, se nos da la posibilidad de mirar con atención para ver qué queremos más, qué queremos menos, e invertir toda la energía en seguir cada uno su estrella.
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