Sol Serrano: La historiadora que hizo historia

La primera mujer ganadora del Premio Nacional de Historia es una intelectual relevante con un decidido compromiso por materias de importancia en el desarrollo universitario, las reformas educacionales y los derechos humanos. Con su acercamiento a actores comunes y corrientes, su obra logra entretejer las hebras sociales y culturales que conforman la sociedad chilena, sobre las cuales se asientan nuestra identidad colectiva, nuestra cohesión social y nuestras más dolorosas exclusiones.

La tarde del pasado lunes 27 de agosto se reunieron en el Ministerio de Educación la ministra Marcela Cubillos y el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi. No era el primer encuentro que ambos sostenían en torno a temas similares, aunque esta vez había tres personas que compartían por primera vez mesa con ellos. El rector de la Universidad de Playa Ancha, Patricio Sanhueza, estaba allí representando al Consejo de Rectores, mientras que el jurista Alejandro Guzmán hacía lo mismo por la Academia Chilena de la Historia. Junto al historiador Julio Pinto, completaban el jurado que dirimiría uno de los Premios Nacionales a entregar este año. La reunión estaba agendada a las 16:30 horas y, aunque partió algo atrasada, fue breve y concluyó con una decisión unánime. Cuando los cinco dejaron esa sala de reuniones, la historiadora Sol Serrano se había convertido en la nueva Premio Nacional de Historia 2018.

El Premio Nacional de Historia fue creado en 1974, y es el tercero más antiguo dentro de los galardones de este tipo, solo superado por los de Literatura (1942) y Periodismo (1954). En sus 48 años de existencia, ninguna historiadora lo había obtenido hasta ahora y no precisamente por falta de candidatas (de las doce postulaciones presentadas a sus tres últimas versiones, el 75% ha correspondido a mujeres). Que este hecho inédito haya ocurrido en un año marcado por las demandas del movimiento feminista es una «afortunada coincidencia», por el «encuentro entre una trayectoria que lo justifica plenamente y un momento histórico que lo vuelve todavía más simbólico», como acertadamente señaló una editorial del diario La Segunda. Y es que la ganadora de este año, Sol Anunziata Serrano Pérez, es, sin duda, una de las académicas más relevantes y de mayor peso intelectual de nuestro país. Siendo hija del ensayista Horacio Serrano y la novelista Elisa Pérez, no es de extrañar que forme parte de un clan de hermanas que ha dado que hablar en distintas áreas de las humanidades y las ciencias sociales. Licenciada en Historia por la Pontificia Universidad Católica el año 1977, partió a realizar un Master of Arts en la Universidad de Yale en 1982, volviendo luego a Chile y a su alma mater. Allí obtendría su Doctorado el año 1993 y desarrollaría gran parte de su carrera académica y docente, formando innumerables estudiantes y llegando a ocupar el cargo de Vicerrectora de Investigación.

La ley que regula los Premios Nacionales señala que están «destinados a reconocer la obra de chilenos que, por su excelencia, creatividad, aporte trascendente a la cultura nacional y al desarrollo de dichos campos y áreas del saber y de las artes, se hagan acreedores a estos galardones». ¿Cuál es, entonces, la obra de Serrano que la ha hecho merecedora de este premio? Esta pregunta tiene dos respuestas, complementarias entre sí y que deben ir de la mano para reconocer no solo el «aporte trascendente» de esta académica, sino también el sentido social que debería tener la labor de todo historiador.

PRODUCCIÓN HISTORIOGRÁFICA

La primera respuesta —la más tradicional también— es que su obra está compuesta por su producción historiográfica. Serrano se autodenomina como una «historiadora política», un título que parte del gremio tiende a malinterpretar como signo de tradicionalismo disciplinar y de énfasis institucional, pero que ella reivindica a partir de sentidos más profundos. Es cierto que en sus textos ocupan un lugar importante instituciones como la Universidad de Chile —Universidad y Nación. Chile en el siglo XIX (Editorial Universitaria, 1994)—, la Iglesia católica —¿Qué hacer con Dios en la República? Política y secularización en Chile, 1845-1885 (Fondo de Cultura Económica, 2008)— y la escuela pública —Historia de la Educación en Chile (1810-2010), obra colectiva bajo su dirección y cuyo tercer tomo acaba de llegar a librerías—. Sin embargo, y a diferencia de la tradicional “historia institucional”, Serrano reconoce la importancia de estas instituciones en la conformación del Estado moderno sin convertirlas en fuerzas impersonales que determinan la vida de los individuos. Por el contrario, quienes hacen acto de presencia en sus trabajos son los actores de carne y hueso que les dieron vida: los académicos de la universidad decimonónica, los visitadores de escuelas que recorrían el país, los párrocos de pueblo. También lo hacen los actores que interactuaron con estas instituciones a lo largo y ancho del territorio nacional: los estudiantes de primaria, los liceanos y los universitarios, los feligreses e incluso los muertos, tanto los enterrados en cementerios como los que yacen en tumbas sin marcar. A través de estos actores, de sus encuentros y las huellas que nos dejaron, Serrano va entretejiendo las hebras sociales y culturales que conformaron y conforman a la sociedad chilena, sobre las cuales se asientan nuestra identidad colectiva, nuestra cohesión social y nuestras más dolorosas exclusiones. La política no es aquí aquella de la lucha partidista o la compuesta por leyes y decretos, sino la de actores históricos que buscan, a través del diálogo y el conflicto, dar forma, sustento y sentido, al proyecto de país y de sociedad que anhelan.

SU COMPROMISO CIUDADANO

Hasta ahí y por sí sola, la obra de Serrano bastaría para hacerla merecedora de ¿ este premio. Sin embargo, hay una segunda dimensión de la misma, una menos comentada y ciertamente menos puesta en relieve al interior del mundo académico, que es importante destacar. Una de las quejas más comunes hacia los académicos es que su foco está en escribir textos en exceso complejos y que muchas veces solo leen ellos mismos y sus colegas. No se trata de una crítica injusta, aunque debiese hacerse extensiva a un sistema universitario cada vez más preocupado de que sus miembros publiquen mucho y en los journals científicos más prestigiosos, no importando que el público muchas veces no pueda acceder a estos, sea por costos o limitaciones de idioma. En este contexto, se hace necesario preguntarnos por el impacto social de académicos e investigadores, las formas en que se vinculan con el medio y el rol que juegan en la esfera pública. Sol Serrano ha combinado una producción académica de alta calidad con una presencia constante en estos espacios. Entre sus tiempos universitarios —cuando fuera columnista de la revista Hoy— hasta el presente donde es asesora del Programa de Investigación Asociativa de CONICYT y forma parte del Consejo Superior de la Universidad de Aysén— ha sido además miembro del Consejo Asesor Presidencial para la Educación, la Comisión de Formación Ciudadana y el Comité de Expertos de la Unidad de Currículum del Ministerio de Educación, la Mesa de Diálogo en Derechos Humanos y el Consejo Nacional de Televisión, entre otros. Serrano rompe así con la imagen tradicional del historiador, encerrado en el archivo y rodeado de volúmenes polvorientos y milenarios, sin salir a la luz del día más que para entregar el fruto de su trabajo.

Tales participaciones y membresías conforman también su obra, no tanto porque compartan con los libros mencionados el nombre de su autora, sino porque su aporte como ciudadana en estas ha sido iluminado por su análisis crítico sobre la constitución de nuestra sociedad e identidad cultural en el tiempo largo.

El Programa de Archivos Escolares del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica (PAE UC) es un ejemplo. Se trata de una de las iniciativas más interesantes de vinculación entre la academia y el medio. Desde sus inicios el año 2010, ha estado dedicado a recuperar y poner en valor el patrimonio histórico de los liceos públicos, con especial énfasis en el rescate de los archivos escolares. El programa nació al alero de un Proyecto Anillos CONICYT sobre historia de la educación dirigido por Sol Serrano, siendo su objetivo inicial el dar acceso a fuentes que les permitieran estudiar actores tan esquivos como son los estudiantes que asistieron a la escuela pública. A casi diez años de su nacimiento y bajo la dirección de los académicos María José Vial y Rodrigo Sandoval, PAE UC ha superado con creces este objetivo. Ha incorporado actores escolares al trabajo con su propio patrimonio, y ha hecho que estudiantes y docentes sean partícipes de la creación de conocimiento sobre sus propias comunidades, impactando sus aprendizajes y sus sentidos de identidad y pertenencia. Pocos días antes de la entrega del Premio Nacional de Historia 2018, PAE UC organizó el Tercer Congreso de Educación y Patrimonio, junto al Liceo Abate Molina de Talca. Duró tres días y contó con estudiantes y docentes de más de veinte liceos y escuelas desde Copiapó a Concepción, además de investigadores, gestores patrimoniales y artistas. Sol Serrano estuvo allí también. Ella relató la historia de PAE UC a un teatro repleto, de un modo similar a como en estas líneas se acaba de hacer. La diferencia es que, para esos estudiantes y profesores, el programa cuyos orígenes estaban siendo discutidos no era cualquiera: era uno del cual ellos formaban parte. El libro que Serrano presentaba entonces —El liceo: Relato, memoria, política (Taurus, 2018)— examina cómo el liceo público construyó una identidad y un relato histórico esenciales para la vida de quienes pasaron por sus aulas y también para comprender la sociedad a que dieron vida. A través de su participación en PAE UC y por medio del trabajo con la historia de sus propias comunidades, los allí presentes estaban también reconociéndose en tanto constructores de sus propias identidades individuales y colectivas, y como sujetos históricos activos y responsables del mañana.

En esa tarde de agosto y en ese teatro liceano, estaban ambas caras de la obra de Serrano. Porque el valor de la labor de un historiador no puede medirse en la cantidad de páginas que ha escrito, el ranking que ocupan los journals científicos que publica o las veces que es citado. Debe medirse en su capacidad de impactar a esos mismos actores que serán objeto de estudio de los historiadores del futuro. Debe medirse también en su capacidad de inspirarnos, con palabras y acciones, a construir un mundo más cercano al que queremos habitar. La obra de Sol Serrano, sin duda lo ha logrado. La historiadora, además de escribirla, ha terminado por hacer Historia. MSJ

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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 673, octubre de 2018.

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