Una esperanza que está en medio de nosotros

El ser humano está siempre en un estado de espera. No podemos vivir sin esperar lo que está por venir, puesto que esto implicaría vivir sin horizonte.

La inseguridad que de por sí nos genera el futuro se transforma en seguridad cuando la historia esclarece los enigmas del origen y el final de los tiempos. O dicho de otro modo, el no tener respuesta a las clásicas preguntas del dónde venimos y a dónde vamos, nos genera una gran inseguridad. Para responder a la primera de ellas podemos recurrir a la filosofía, mientras que para la segunda necesitamos la fe.

En esta segunda respuesta, hay una diferencia entre aquellos que antecedieron a Jesús y los que venimos detrás de él. De hecho, sus contemporáneos esperaban su venida inminente y lo condensaron en la expresión del Maranatha que solemos repetir en Adviento. Nosotros, sin embargo, siglos después, no esperamos esta venida de un modo repentino, sino que tratamos de discernir su presencia en la Iglesia por medio de su Espíritu. Con todo, podemos decir que ambos grupos encontramos un punto común en la espera de la consumación de una promesa. Para aquellos del Antiguo Testamento, el cumplimiento de la primera promesa tuvo lugar en la persona de Jesús. Para los que convivieron con Jesús y con nosotros, esa promesa es la que él nos hizo: su Reino. Pero, Jesús nos promete un Reino que viene y, a la vez, está ya aquí. Por tanto, ¿no será que nuestra espera tiene que ver con acoger algo que ya se está cumpliendo?

Sea como sea, lo cierto es que el ser humano está siempre en un estado de espera. No podemos vivir sin esperar lo que está por venir, puesto que esto implicaría vivir sin horizonte. Es por ello que la liturgia quiso marcar desde hace siglos el ritmo de los tiempos de espera y preparación y los de plenitud. Gracias a esto, durante generaciones no necesitaron de grandes campañas ni de luces en las ciudades para saber que, con la llegada del Adviento, el Dios luz de luz estaba por llegar.

Sin embargo, en nuestra época todo ello parece haber cambiado, y da la impresión de que hemos relegado la esperanza a un plano intimista e individualista que nos dificulta vivir y proponer el Adviento. ¿Qué nos pasa para que la esperanza cristiana no sea el motor de nuestra fe? Quizá es porque seguimos pensando que se trata de algo que se cumplirá en el más allá (como si no pudiéramos encontrar plenitud en el más acá). O que tenemos que esperar que todo venga de fuera, y no de nuestra respuesta responsable.

En nuestra época todo ello parece haber cambiado, y da la impresión de que hemos relegado la esperanza a un plano intimista e individualista que nos dificulta vivir y proponer el Adviento.

Pero no, la esperanza cristiana está llamada a comprometerse con la realidad, con esa realidad donde el Reino de Dios viene, como rezamos en el padrenuestro. Por ello, ojalá que en este Adviento en el que estamos preparando (y esperando) la venida del Hijo de Dios, sepamos también descubrir (y vivir) desde la esperanza de una promesa que, por haberse cumplido, está ya en medio de nosotros.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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