Adriana Valdés Budge: «En Chile existen muchas lenguas fantasmas y los fantasmas, como sabemos, penan»

“En Chile no hemos cuidado esa variedad de lenguajes que nos permite visibilizar culturas, compartirlas y hacerlas coexistir”, señala la directora de la Academia Chilena de la Lengua y presidenta del Instituto de Chile.

“No me cuezo al primer hervor”. Es uno de los tantos dichos y refranes de campo con que matiza su conversación Adriana Valdés Budge, directora de la Academia Chilena de la Lengua y presidenta del Instituto de Chile, refiriéndose a la piel dura que la ha ido blindando para asumir trabajos y desafíos. Es la primera mujer en ocupar estos cargos; ensayista y escritora prolífera; co-fundadora de varias iniciativas culturales contestatarias en los setenta, como la Revista de Crítica Cultural y la Academia Imaginaria; académica de la Universidad Católica y funcionaria internacional; madre y abuela; y hoy, tuitera activa.

Adriana Valdés también tiene un pasado con Revista Mensaje: “Eran tiempos muy difíciles. El primer artículo mío en Mensaje se publicó en 1979. La revista acogía muchos trabajos sobre literatura y nosotros a través de lo que escribíamos estábamos también pensando el país. Un artículo mío de esa época, que me gusta mucho, es sobre literatura y silenciamiento. Imagínate los tiempos que se vivían”. (DESCARGA EL CITADO ARTÍCULO PINCHANDO AQUÍ).

LENGUAJE E IDENTIDAD

“No es obvio ni fácil definir qué es el lenguaje”, responde antes de ir desgranando una respuesta que, como ensayista que es, abre frase tras frase a nuevas interrogantes:

—El lenguaje es un mosaico. Nos diferencia como especie en la complejidad de nuestro ser; nos permite pensar, ya que uno no piensa lo que quiere, sino que lo que puede, lo que el lenguaje que sabe le permite pensar. El lenguaje también es un espacio de juego y de libertad, que hace saltar el pensamiento de un lado hacia el otro. Y es, entre tantas facetas más, una capacidad de expresar convicciones e ideas en sociedad, de manera de compartir con otros, de convencerse unos a otros. Ese es justamente el desafío que tenemos por delante en la Convención Constituyente, ¿podremos lograrlo?

Con humor, una característica muy presente en su personalidad, explica que en nuestro país hablamos castellano, en la “variante chilena”. Un lenguaje que hunde sus raíces en España, pero se expande a través de la memoria campesina y nutre de otras lenguas que existían a la llegada de los conquistadores.

—El lenguaje guarda nuestros recuerdos y lamentablemente en Chile no hemos cuidado esa variedad de lenguajes que nos permite visibilizar culturas, compartirlas y hacerlas coexistir. Es muy dramático entender lo que ocurre cuando una lengua se extingue, se pierden junto a sus hablantes sus historias y sus recuerdos. En Chile existen muchas lenguas fantasmas y los fantasmas, como sabemos, penan.

LENGUAJE Y FEMINISMO

Adriana Valdés explica que no es militante en ninguna parte, “así no me pueden echar tampoco de ningún lado… Y tampoco me interesa explicarle a la gente ignorante que ser feminista no significa quemar sostenes en la plaza pública ni nada por el estilo. Esas son imágenes del pasado, ¿por qué tú vas a cargar con esa cantidad de prejuicios de otros?”. Pero celebra que hoy se ha dado un paso importante en la causa de las mujeres:

—Se dio visibilidad social masiva a un movimiento muy fuerte, de carácter mundial. En mi generación, el feminismo era algo académico, de centros de estudios, muy intelectual… y tengo la impresión que la generación que vino después, nos encontraba bastante lateras y bastante viejas. El feminismo que salió ahora a la luz es extraordinariamente innovador; es todo menos viejo y latero.

Escribe en twitter casi a diario. “Mi padre era muy bueno para las frases ingeniosas y concisas. A él todo le parecía largo y a nosotros nos cortaba la palabra diciendo: ‘Largo y sin interés’. Lo que me gusta de twitter es que es cortito; hay gente que se las arregla para dar la lata incluso cuando tuitea, pero eso es ya un problema en la naturaleza humana, qué le vamos a hacer. Para mí, el desafío es dominar las capacidades del lenguaje, saber escribir, conocer la palabra precisa en el momento preciso para contestar algo, o para plantear una reflexión importante. Yo lo vivo como una tarea relacionada con el lenguaje, con el lenguaje como juego, con ampliación de léxico, y con recomendación y comentario de lecturas, cine, teatro y música. Y creo que mucha gente lo siente así.

Muchos sostienen que la violencia se ha apoderado de nuestro lenguaje. ¿Cómo percibe eso?

Voy a citar a Humberto Maturana. Al escribir sobre la relación entre lenguaje y ciudadanía, sobre la necesidad de entendernos mutuamente como ciudadanos con los mismos derechos y las mismas dignidades, recordé lo que decía. El lenguaje no solo tiene que ver con una comunicación intelectual y lógica, sino que el acto del habla es también una comunicación afectiva, para que uno se pueda sentir humanamente acogido por el otro; si no las conversaciones son desastrosas. Si se habla con violencia, y es ahí donde cito a Maturana, tú empiezas a perder contacto con el otro. Si hablas con violencia, tienes vocación de minoría. Eso se dice mucho en twitter. En la situación que vivimos, necesitamos una vocación de mayoría y una mayoría en la que nadie deje a nadie sin oír.

En su opinión, ¿qué debería preocuparnos del presente?

Yo creo que verlo, porque en general recorremos la vida con los ojos vendados. Hay un psicoanalista norteamericano que dice que el inconsciente no está en las profundidades de la mente y el alma, sino que en todo lo que me rodea y no soy capaz de ver por las anteojeras que tengo. En una ocasión escribí una columna que me salió muy dura y por eso nunca la publiqué; ahí yo recordaba cómo a los siete años de edad yo vivía frente al Parque Forestal, en la misma época, los cincuenta, en que Sergio Larraín fotografiaba a los niños que el Padre Hurtado recogía bajo los puentes del Mapocho. Yo cruzaba el río todos los días y nunca registré lo que mi mirada veía: no tenía edad para desarrollar un tratado filosófico al respecto, pero sí para tomar una conciencia fuerte de esa desigualdad que estaba ahí y que simplemente no entraba en las conversaciones de mi entorno. Hay muchas cosas que tenemos alrededor y que estamos viendo, y que no somos capaces de incorporar al lenguaje. Entonces yo diría que el presente, hay que verlo, intentando ampliar la mirada. Creo que además de ver bien poco, hoy intentamos analizar el presente basándonos en experiencias del pasado. Eso lleva a muchos errores, porque hoy estamos inmersos en una enorme revolución del conocimiento.

En esa revolución del conocimiento, ¿qué ha sido clave?

Estoy leyendo un libro fascinante de Alessandro Baricco, titulado The Game. Él señala que, para muchos, la tecnología, especialmente las nuevas formas de comunicación, ha provocado el cambio. Sin embargo, afirma que son los desastres del SXX, las dos guerras mundiales, la guerra fría, las amenazas nucleares, y tantos acontecimientos trágicos que hemos vivido como humanidad, lo que nos ha llevado hacia una huida hacia adelante. Nuestra crisis como civilización occidental tiene que ver con la necesidad de superar y sanar el pasado. Es una idea muy interesante que Baricco desarrolla.

¿Qué pensadores y qué poetas, a su juicio, están aportando a nuestro futuro?

Esa es la pregunta más difícil de todas. Porque yo soy muy poco de afiliarme… Hay autores que para mí siempre marcan futuro: creo que Giuseppe Ungaretti es un poeta impresionante, y Virginia Wolff, como ensayista y como mujer, ha sido una inspiración permanente para mí. En este minuto alguien que encuentro sobresaliente y desafiante es Rosabetty Muñoz; me parece que ha hecho del lenguaje y de la experiencia algo que no se había visto en Chile, su obra es la más dura y la más tierna a la vez, esa mezcla me produce a mí bastante fascinación. Pero me es difícil optar por solo algunos pensadores y poetas porque estoy rodeada de mis libros y todos son importantes para mí.

¿Es optimista con respecto al futuro?

En el taller de mi amiga Roser Bru hay una frase pegada en la pared que dice: “Dar la batalla como si sirviera”. Otro gran amigo mío, Alfredo Jaar, cita siempre a Gramsci, que dice que hay un pesimismo del intelecto, pero un optimismo de la voluntad. Mi conclusión es que la esperanza es, además de todo eso, una opción ética. El pesimismo paraliza y yo no puedo ni quiero paralizarme, por mi familia, mi trabajo, mi país. Tengo esperanza en que la Constitución va a ser una salida a contraposiciones que parecen irreductibles.

¿Qué palabras le gustarían que estuvieran presentes en la nueva Constitución?

Hace muy poco en la Academia de la Lengua preguntamos al público exactamente eso. Y la palabra que más a menudo se nombró es equidad; luego, empatía y dignidad. Curiosamente, se mencionó menos la palabra democracia, lo que nos tiene muy preocupados. En lo personal, me gusta la palabra “pertenencia”, que la gente sintiera frente al texto constitucional que es propio, no de otros, y diga “aquí está mi pertenencia”.

¿Qué mensaje le daría a la humanidad del SXXI?

Creo que somos una suma de falibilidades y ojalá nos combinemos bien para salir adelante. Por eso me parecería presuntuoso intentar “dar un mensaje…”.

Pero a sus nietos, en la intimidad, ¿qué testimonio busca entregar?

Cuando se es madre y abuela, le toca mucho más entregar un mensaje que tiene que ver con el arropar y el tocar; ese es un testimonio muy lindo que va de generación en generación, de acoger al otro con el tacto, con la mirada, con esto que necesitamos todos, aunque seamos adultos y viejos. Tengo la impresión de que, si reconocemos esa necesidad en los otros, si somos acogidos y acogemos, sobre todo en la diversidad, habremos dado un gran paso. Especialmente los que fuimos educados en la cautela respecto de la diversidad. MSJ

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Adriana Valdés Budge es la directora de la Academia Chilena de la Lengua y presidenta del Instituto de Chile.

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