Para muchos —me incluyo— el otoño es una de las épocas más lindas del año. Hay algo en el otoño que abre espacios simbólicos y poéticos que hacen que podamos ir mirando desde perspectivas más profundas lo que ocurre a nuestro alrededor. Por ello quisiera proponer pensar, dibujar, soñar y conversar sobre qué podría ser la humanidad otoñal. Utilizando la expresión del poeta chileno Jorge Teillier, existe un “Otoño secreto”, es decir, un espacio y un tiempo que invita a que los ojos humanos aprendan a mirar de modos nuevos, a sentir de modos nuevos, a pensar de modos nuevos. Así lo canta Teillier al comienzo del poema:
“Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar”.
(Jorge Teillier, “Otoño secreto”)
En el otoño de Teillier se inaugura un nuevo lenguaje, un nuevo modo de nombrar las cosas y, al nombrarlas, poder dotarlas de sentido. Las manzanas y el licor toman un sabor distinto cuando se disponen para el momento adecuado. El otoño es el comienzo de la transición hacia la nueva primavera. El otoño con sus colores, sus días un poco más fríos que exigen abrigarse un poco más, la proximidad de la Semana Santa, son un espacio en donde vamos mirando la humanidad desde otra manera, desde una perspectiva otoñal.
Somos otoñales en varios aspectos. Quisiera pensar en las hojas que de los árboles caducos mueren y renacen en primavera se esconde una metáfora de lo que es nuestra existencia: un ciclo, un proceso, un proyecto, algo dinámico y no estático. Nuestra vida, así como la vida de la naturaleza otoñal posee instantes de muerte y renovación. Tenemos instantes donde estamos bien afirmados de nuestras ramas, pero también instantes donde nos desprendemos y caemos por la fuerza del tiempo, el cansancio y el dolor. Creo que las hojas otoñales nos hablan de la importancia de evitar un exceso de creencia en el mito del progreso, de que el ser humano se crea y nos creamos eternos o autosuficientes.
En las ramas de los árboles que comienzan a volverse amarillos y a quedarse sin follaje, reconocemos la bondad de la vulnerabilidad, la belleza paradójica de la vulnerabilidad. La humanidad otoñal es un canto al tiempo, a la paciencia, al aprender a desprenderse de cosas que nos atan, a entrar en contacto con el suelo, con el humus, con nuestra propia humanidad, interna y externa. Los ciclos de los árboles deben ser respetados, literalmente: ser mirados nuevamente. Hemos de aprender a escuchar la sabiduría de la tierra, esa que Dios pensó amorosamente, porque Dios en su infinito amor y gracia creó los ciclos del tiempo y las estaciones (Cf. Gn 1,14). Humanidad otoñal en diálogo con el Dios creador que se manifiesta en los equilibrios de su creación (Cf. Rm 1,19-20). MSJ