Juan Cristóbal Romero Buccicardi: «Nunca pensé hacer poesía política»

Los pobres y vulnerables cuya dignidad y derechos se dedica a promover el Hogar de Cristo está cargo de este ingeniero que, además, es poeta. Afirma que esa ciencia es muy amplia y que la suya consiste en modelar en simple problemas complejos, cuya causa es la pobreza. Esa desafiante tarea es mucho más atractiva y desafiante que producir salsa en tarros, que pudo ser su destino como ingeniero en alimentos, afirma, risueño. Mira la entrevista también en video.

“Quiero que sea extenso, que valga la pena”, dice el ingeniero y director ejecutivo del Hogar de Cristo, Juan Cristóbal Romero Buccicardi (47), respecto del proyecto poético que llena por ahora cada minuto y cada hora que le sobra de su intenso y apremiante trabajo a la cabeza de la obra fundada hace 75 años por el padre Hurtado.

Porque Juan Cristóbal es además poeta. Un creador muy original y reconocido —ha obtenido el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 2009, el Premio de la Academia Chilena de la Lengua y el Premio Pablo Neruda, ambos en 2013, y su libro más reciente, Apuntes para una historia de la dictadura cívico-militar, se ha vendido como pan caliente—. También es “un hombre desintegrado”, al que le resulta complejo acomodarse a un único modelo de ser. Dice: “En mi vida personal, vivo en compartimentos que me cuesta conciliar: el de la vocación social, el de la familia, el del arte. Los tres son experiencias positivas en mi vida. Los tres me interesan. Los tres me enriquecen, pero no es fácil integrarlos en un único sistema. Por eso, no necesariamente mis motivaciones sociales son las que me llevan a escribir”.

Aunque ahora ese proyecto poético que quiere que sea importante, trata sobre un poco conocido conflicto vinculado a la usurpación de tierras en La Araucanía: la masacre de Ránquil, que equipara a la de la Escuela de Santa María de Iquique, contada por Luis Advis y cantada por Quilapayún en los 70. El interés por esta matanza de 500 campesinos pehuenches, ocurrida en 1934, en la zona de Lonquimay, se le activó junto con el “estallido social” de octubre de 2019.

Cuenta que existen un par de novelas en torno al tema, incluida una muy alegórica de Patricio Manns, y varias tesis y memorias de título. La historiadora rusa Olga Ulianova escribió en su momento: “Levantamiento campesino de Lonquimay y la Internacional Comunista”, que vincula el alzamiento de los campesinos indígenas contra los colonos con una acción digitada por el PC. Ahora, gracias a Juan Cristóbal Romero, la matanza tendrá una versión lírica, con métrica tradicional.

“Nunca pensé hacer poesía política, pero supe de esa masacre acontecida en un lugar que conozco bien. Me interesó el caso, que concluyó con 500 campesinos asesinados, y he investigado mucho. Siento que el estallido social de octubre de 2019 tiene mucho que ver con esto, con la impotencia y la rabia, causas legítimas, pero no quiero que se interprete como una historia de malos contra los buenos, sino que se lea la complejidad que hay detrás de estas explosiones sociales”.

—¿Cómo un ingeniero logra ser poeta y viceversa?

La ingeniería es una disciplina muy amplia. La ingeniería que aprendí consiste en tratar de modelar en simple problemas complejos; creo que hago eso todos los días en el Hogar de Cristo. Organizar, sistematizar, reducir a modelos, problemas cuya causa es vasta y profunda, como los es la pobreza. Por cierto que generar esos modelos es harto más estimulante que producir tarros de salsa de tomates, porque esa es mi especialidad, ingeniería civil en alimentos, y quizás hoy podría estar haciendo tucco en tarro —dice, soltando su clásica carcajada.

Colaborando en Techo, en sus años de estudiante, se encontró con el sacerdote Felipe Berríos, quien lo invitó a organizar el voluntariado universitario en el Hogar de Cristo. “Así fue como me enamoré de la institución, de la causa y de las personas que atendemos”, dice, con sencillez. Eso fue hace 23 años. En 1998, entró a trabajar como jefe social territorial de la institución y se fue a Chiloé, donde estuvo dos años. Al volver, fundó y se hizo cargo de Fondo Esperanza, una exitosa iniciativa que apoya financieramente pequeños emprendimientos de mujeres. Ahí estuvo durante 14 años, para volver, en 2014, como director ejecutivo de lo que algunos llaman “el milagro cotidiano del padre Hurtado”, el Hogar de Cristo.

CUANDO SE ACABE LA POBREZA, ¿SE ACABA EL HOGAR DE CRISTO?

Desde ese rol, le preguntamos:

¿Qué debería preocuparnos del presente?

Creo que viviremos tiempos muy difíciles en el futuro próximo, mucho más graves que los actuales. Temo que se va a acentuar una crisis migratoria importante, tanto en Chile como en muchos otros países latinoamericanos, provocada por una crisis económica, a la que hay que agregar la ambiental. No sé cuál es el orden de los factores, pero sé que todo esto hoy está medio detenido, medio submarineado a causa de la emergencia sanitaria que vivimos. También temo que habrá conflictos bélicos, terrorismo, narcotráfico. Todo eso va a acentuar la desigualdad y tampoco creo que las soluciones que se están pensando vayan en lo inmediato a solucionar el panorama. Hablo de la inteligencia artificial, el trabajo telemático, la digitalización, que posiblemente en el largo plazo generarán bienestar, pero en lo próximo van a dejar a muchas personas sin trabajo, aumentando la pobreza y la desigualdad. Desde el punto de vista político, creo que se van a exacerbar los populismos, el caudillismo, que son soluciones fáciles a los problemas complejos, lo mismo pasará respecto de los fanatismos religiosos. Es un contexto difícil, donde la pobreza será la gran consecuencia y los pobres, las mayores víctimas, porque como siempre no tendrán voz y las ayudas se irán a la clase media empobrecida, que tiene mayor educación, herramientas para defenderse y recursos para hacerse oír. No sé si estoy muy dramático, pero es lo que creo.

¿Qué es lo que está a la base de este cuadro tan oscuro que anticipas?

Son los efectos de un sistema que entró en crisis, que concentró el poder en pocos, que confió excesivamente en el capital y en la riqueza como medio para generar bienestar y que desprotegió ciertos derechos básicos mínimos que se necesitaban para consolidar los frutos de ese desarrollo, un progreso que no supo incorporar a toda la población.

¿Tú intuías que el desarrollo no estaba llegando a todos, que había una insatisfacción latente? ¿Cuándo te cayó el “alcachofazo” de lo que estaba pasando?

En lo personal, hace 5 o 6 años, yo no distinguía las correlaciones que había entre desigualdad y pobreza, que son cosas distintas. En general, creía que la misión del país y del Hogar de Cristo se debía concentrar en la superación de la pobreza. Ahora estoy absolutamente convencido de que la superación de la pobreza no se puede lograr sin la disminución de la desigualdad, porque finalmente la pobreza es una medida relativa que funciona en comparación con ciertos niveles de bienestar. La comparación somete a la persona a una sensación de injusticia y desigualdad, porque los derechos son progresivos, son históricos. Hoy no son los que se exigían hace 100 o 200 años. De alguna forma, cuando hablamos de pobreza, desigualdad, marginalidad, hablamos siempre de medidas relativas, que son sentidas como legítimas conforme al periodo en que corresponden. Los desafíos van evolucionando, porque la población se hace más exigente, es mucho más educada, y eso agudiza las demandas.

¿Tienes en la memoria alguna imagen o el recuerdo de un momento en que tomaste conciencia de que la desigualdad era escandalosa en Chile?

La desigualdad no es únicamente económica. Está en todos los aspectos de la vida. Compara las penas entre una persona que es pillada con un paquete de marihuana en una población y otra que es acusada por defraudar al Fisco en miles de millones de pesos. Una se va a la cárcel, mientras la segunda no pasa ni un día detenida. Cuando supe que en Las Condes había un carabinero por cada 500 personas y en Renca uno por cada 1.500, o que una persona que vive en La Pintana duerme 40 minutos menos diarios que uno que trabaja en Providencia por el tiempo que dedica a trasladarse a su trabajo, me di cuenta de que la pobreza no se supera solo con mejores ingresos, sino que requiere avances en igualdad.

¿Hay algo dentro de todo este cuadro tan deprimente que te infunda optimismo respecto del futuro?

Yo me sostengo en varias cosas. Hoy el país está mucho más consciente de todo esto, hay un diagnóstico mucho más claro y similar en los distintos ámbitos del espectro político, aunque las soluciones sean distintas. Tengo esperanzas en la sociedad civil, en fundaciones, empresas, instituciones que no forman parte del Estado y que, como nunca, hoy están conscientes de que no basta con cumplir con la ley, que hay que involucrarse y ampliar el radio de acción más allá de lo que la legislación obliga para avanzar en mayor justicia social. He visto iniciativas donde se ha dado una colaboración público-privada muy impresionante, espacios como Compromiso País y alianzas que el propio Hogar de Cristo ha desarrollado con familias, que se han comprometido con distintos proyectos sociales. No se trata de filantropía tradicional, sino de gente que apoya proyectos técnicos, desde la incidencia, en un aporte muy profesional. No es algo masivo, pero ojalá se transforme en una buena moda.

Otra esperanza tiene que ver con la sensibilidad ecológica en relación al cambio climático y la utilización de energías limpias y renovables. “Esa es una cuestión incipiente que se alinea con un pensamiento del papa Francisco cuando dice que los más afectados por el cambio climático son los pobres, y las nuevas pobrezas tienen que ver con esto”. También se siente optimista respecto del proceso constituyente. “Si logramos incluir en la nueva Constitución ciertos derechos mínimos, va a ser un buen pie para empezar a hacernos cargo y cubrir las necesidades de los más pobres. Pienso en los dos extremos de la vida, que son los más frágiles: el de la infancia y en de los adultos mayores, donde se requiere de ciertos mínimos en materia de ingresos, de pensiones”, enumera el ingeniero.

¿Qué pensadores crees que están aportando puntos de vista interesantes a la humanidad hoy?

No sigo a pensadores económicos ni políticos, sí he leído siempre a los que aportan sentido a la reflexión. Nombraría a dos chilenos: Claudio Naranjo y el recientemente fallecido Humberto Maturana. De Maturana destaco su idea antidarwiniana, de que la evolución se logra de manera grupal y no por la ley del más fuerte, sino incorporando a todos. Y que el amor, el afecto, es la gran fuerza vital del crecimiento humano.

¿Qué mensaje de futuro transmitirías a quienes nos leen y qué consideras clave para el futuro?

Yo creo en el amor, el afecto y la amistad como fuerza vital, y la experiencia estética y el arte. Y aquí hago un link con el padre Hurtado, quien sostenía que el ser humano viene al mundo a amar y ser amado; yo creo que ese es el sentido de nuestra existencia. Entiendo el amor como generar experiencias positivas para uno mismo y para el resto; y creo que para eso venimos. Si como humanidad, país, familias, individuos nos enfocamos en eso vamos a construir juntos un mejor mundo.

Para terminar, ¿cómo ves el presente y el futuro del Hogar de Cristo?

En lo inmediato, me refiero a los próximos diez años, el Hogar de Cristo va a seguir teniendo un papel preponderante en la restitución de derechos, el desarrollo de servicios y de soluciones de vanguardia para las personas más pobres. Las pobrezas del futuro serán cada vez más complejas, duras y específicas, y yo dudo que el Estado pueda llegar a darles solución oportunamente. Veo ahí al Hogar de Cristo desarrollando, sistematizando y compartiendo esas políticas sociales con otras organizaciones como un actor muy relevante. La pregunta es qué pasará cuando se solucione el problema de la pobreza en Chile: ¿el Hogar de Cristo debe desaparecer? No, porque creo que el Hogar de Cristo tiene una segunda misión, establecida por su fundador, que es crear una cultura de amor y respeto al pobre. Eso significa convocar a la comunidad, invitarla a participar, a sumar y sobre todo a mantener la solidaridad como un valor dentro del país. Y eso es muy necesario en las naciones; en esta crisis hemos visto sociedades desarrolladas donde el Estado era el garante del bienestar social y los ciudadanos se desligaron de su corresponsabilidad con el otro. Yo no aspiraría a una sociedad como esa: yo quisiera un estado de bienestar, pero sin que se pierda la solidaridad entre las personas comunes, el sentido de comunidad, la corresponsabilidad social. En esta tarea, el Hogar de Cristo está eminentemente activo. Trabajando por terminar con los prejuicios, combatiendo la aporofobia, que es la fobia a los pobres, que hoy está muy presente. MSJ

REVISA LA ENTREVISTA EN VIDEO AQUÍ

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Juan Cristóbal Romero Buccicardi es ingeniero civil en alimentos, director ejecutivo del Hogar de Cristo y además es poeta.

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