Lautaro Núñez: La ética de la resistencia

¿Por qué hoy debiéramos vivir tiempos de denuncias lejos de todo ocultamiento? Según este destacado arqueólogo chileno, premio nacional de Historia 2002, el futuro se construye con colectivos conscientes del presente y sus pasados, al margen de recetas cortoplacistas.

En su juventud se encontró con un libro que se inicia con la pregunta: “Papá, explícame para qué sirve la historia”… Hoy, esa primera línea de Marc Bloch, en su Introducción a la historia, no puede ser más pertinente. Porque, según atestigua este destacado arqueólogo chileno, es el pasado el que nos deja lecciones irrefutables y nos vuelve capaces de situarnos a la altura de los conflictos sociales contemporáneos.

Lautaro Núñez ve el presente “entre el verde y seco”… Afirma que el modo de organizarnos como sociedad ha profundizado la desigualdad social, cuando se habría esperado lo contrario; y, además, ha alterado el equilibrio ambiental, poniendo en riesgo los recursos vitales, terrestres, marinos y atmosféricos. Por todo lo anterior, a su juicio, desde las buenas ciencias duras y finas, más la gobernanza racional del planeta, además de las convicciones de todos, deberíamos ser capaces de luchar por la vida humana más allá de sobrevivencia.

Al responder esta entrevista con Revista Mensaje, aclara que la responde “como si estuviera junto a alumnos que se inician en el oficio de arqueólogos. Me es difícil salirme del universo en que vivo rodeado de desiertos, con los tiempos moviéndose entre el pasado y el presente. Por ello, prefiero este lenguaje coloquial”. También aclara que le gusta el lenguaje inclusivo, aunque a veces no lo utilice, pero que, por cierto, apoya el movimiento feminista.

EL MERO EXTRACTIVISMO VS. UN CAMBIO INNOVADOR

¿Por qué es importante en el siglo XXI conocer nuestro pasado y saber cuáles fueron las preocupaciones y preguntas del ser humano de varios siglos atrás?

Existe cierta tendencia a aceptar que todo aquello que nos rodea, desde el paisaje construido al mundo natural y cultural, siempre ha sido así; y nos asombramos ahora por las súbitas innovaciones tecnológicas y digitales. Es como si hoy el asomarnos al pasado reciente o profundo resultara un ejercicio poco práctico o simplemente desenfocado y anacrónico. Como si el pasado no fuera más allá de nuestros padres… Sin embargo, la evolución de la especie humana es el mejor ejemplo de cómo los homos, aun “casi” sapiens de hoy, somos segmentos en tránsito de una secuencia de cerca de 200 mil años, en que tratamos de entendernos entre nosotros y nuestro planeta. Pero ahora nunca estuvimos tan cerca de un colapso global derivado de nuestras propias culpas mayores. Olvidamos, a sabiendas que las ciencias no dejan de refregarnos en la cara, que desde los primates prehumanos hasta ahora hemos enfrentado desafíos existenciales desde aprender a caminar erectos hasta crear acciones para sustentar la vida, desde el manejo del fuego, de las herramientas, hasta las primeras prácticas neolíticas agrícolas y pecuarias, desde el surgimiento de civilizaciones e invasiones colonizadoras para luego recién crear nuestras repúblicas libertarias. En cada uno de estos segmentos nos enfrentamos a resolver nuestras existencias entre el silencio, intentos, fracasos, errores y éxitos. Aunque la historia no se repite, hay eventos que se parecen y hay que volver a reconocerlos y evaluarlos con la distancia crítica adecuada para entender nuestras respuestas actuales en torno, por ejemplo, a qué causas nos han llevado a profundizar la desigualdad social, cuando se esperaría que este límite pudo atenuarse o superarse durante el desarrollo de las sociedades complejas, cercanas a las actuales.

Las continuidades conducen a los cambios, es cierto, y hubo mineros trabajando en galerías provistos de martillos para extraer el mineral de cobre precisamente en Chuquicamata, por los 2.500 años antes de nosotros. Hoy se hace lo mismo, aunque en escalas enormes junto a procesos tecnológicos e industriales prodigiosos. La pregunta es: ¿Cuándo surgirán el talento suficiente y las modernas políticas de Estado para terminar con el mero extractivismo y reemplazarlo por cambios más innovadores?

LA IMPORTANCIA DE UNA MIRADA PROPIA Y DESDE “ADENTRO”

Usted ha sido crítico de tener solo una mirada europea de nuestro pasado, ¿cuál debiera ser nuestra propia mirada?

Primero fueron los historiadores europeos que nos indicaron que la historia había comenzado en Grecia y Roma. Otros reconocieron focos civilizatorios más allá, como en Egipto y así… pero lo sucedido aquí en las Américas era un proceso desconocido en términos de orígenes y desarrollo cultural del poblamiento, aunque, claro, los Aztecas, Mayas e Incas eran sociedades civilizadas dignas de admiración. Sin embargo, los humanos ya estaban a lo largo del actual Chile por los 33.000/14.800 a los 11.000 años atrás. Hubo un largo tiempo de ocupación que desde la arqueología de las últimas décadas ha sido posible reconstituir cómo se construyó y culturalizó este territorio más conocido solo por sus recientes 200 años. En eso estamos.

Se suma el hecho que la invasión española y portuguesa del siglo XVI, a raíz del mal llamado “descubrimiento” de un continente perdido en el mapamundi, terminó por dominarlo a lo largo de tres siglos, uno más de nuestro periodo republicano. Se logró no solo el dominio de los europeos sobre la sociedad indígena y sus trascendentes logros milenarios, sino que con ello se integraron grandes trasformaciones como el mestizaje y la introducción de innovaciones en términos de culturas, tecnologías, idiomas, productividad, religiosidad, fauna y cultivos, entre otras imposiciones y adaptaciones locales. Todo esto al interior de un régimen colonial mercantilista, entre vencedores y vencidos, hasta los momentos de la liberación, cuando precisamente desde la otra Europa surgían los idearios de resistencia al colonialismo. Sin embargo, los discursos históricos conservadores y elitistas post coloniales continuaron gradualmente hasta desdibujarse por la acción de los historiadores que percibieron y conciben nuestro pasado y presente desde sus nuevas concepciones sociales, donde todos los estamentos tienen cabida. Mientras que arqueólogos, antropólogos y etnohistoriadores aportamos desde el pasado al presente a la valoración del rol de los pueblos originarios a lo largo del proceso fundacional. La propia mirada inclusiva viene de aquellos que antes de nosotros y con nosotros logramos desde adentro, con enfoques teóricos y metodológicos opcionales para tratar de comprender qué ha sucedido durante la compleja construcción de un país hecho por todos, no exento de auges, conflictos y crisis existenciales, desde el remoto pasado al breve presente histórico.

¿Qué nos enseña el pasado acerca de nuestra identidad como latinoamericanos y chilenos?

Existieron y hay diversas identidades latinoamericanas y chilenas porque son dinámicas y varían en sus tiempos, culturas y espacios. Del pasado es posible identificar atributos identitarios prehispánicos compartidos desde los primeros poblamientos de caza y recolección, que cubrieron todo el continente hasta Magallanes. Se observa ese aire creador mancomunado, capaz de ocupar todos los espacios donde hoy vivimos entre el Atlántico y el Pacífico. Compartimos, luego, en tiempos arcaicos y formativos, los ideales más complejos para vivir junto a los mares, selvas, ríos, lagos y vertientes, bosques y planicies forrajeras, trasformando los minerales, amansando la fauna, más los cultivos silvestres. Se crearon diversos lenguajes y culturas, modos de producir y vivir en campamentos, aldeas, urbes y centros ceremoniales con una espiritualidad propia. Descendemos también de ellos, con sus identidades comunes que nos dan ese aire de antiguas prehistorias compartidas, inesperadamente invadidas por otras identidades traídas desde España durante los tres siglos de coloniaje. Los colonizados nos liberamos y fundamos las primeras repúblicas con identidades de la “Patria Grande” Latinoamericana, en la medida que crecían nuevas expresiones nacionales, paralelo a las identidades urbanas, rurales y mestizas, aunque recién se desocultan y valorizan las identidades de los pueblos originarios sobrevivientes.

A lo largo del país se identifican también las manifestaciones culturales de las tempranas y actuales migraciones y las tradiciones regionales. Podríamos entrever los marcadores horizontales de la chilenidad, por ejemplo, su música y bailes simbólicos, literatura, creatividad, lenguaje coloquial, religiosidad popular y otros… pero si vivimos en las ciudades de Punta Arenas y Concepción, o entre espacios rurales, étnicos, cordilleranos, australes, desérticos y costeros, las identidades se advierten verticales y diferenciadas, ya que provienen de gentes con prehistorias, historias y antropologías derivadas de diferentes orígenes regionales. No es lo mismo alojar, cantar, bailar, comer, relatar y querer en Chiloé que en Tarapacá… en un país donde aún se nota esa “Loca geografía” de Benjamín Subercaseaux.

EL MOMENTO DE ADVERTIR CUANDO EL MAL SUPERA AL BIEN

¿Qué debería preocuparnos del presente?

La poca capacidad para crear modos de vida más humanistas, acordes con tantos milenios de praxis acumuladas, para intentar alcanzar desde ahora sociedades más igualitarias y dignas, capaces de participar en la construcción de un mundo más acogedor y hacer realidad los ideales del progreso social. Terminar con los prejuicios racistas, étnicos, migratorios, excesos nacionalistas, la pobreza oculta o expuesta, el mal trato a nuestros semejantes, a la ecología de nuestra Madre Tierra, el exceso del individualismo y el acumulamiento irracional de tanta riqueza carente de acciones sociales. Con los excesos del mercado y falta de derechos y políticas solidarias de Estado hacia la salud, educación, previsión, alimentación, habitación, organizaciones sociales y culturales, incluyendo el déficit de autonomías regionales descentralizadas. De la misma manera como nos conducen a admirar qué bien vivimos…, deberíamos reconocer por fin que los cambios de modelos de gobernanza y las políticas sociales nos muestren un país de verdad, donde todos tendríamos roles críticos y constructivos que cumplir, si es cierto que todos alcanzamos ese carácter de homo “sapiens”. La lista anterior es más larga, pero la paciencia podría ser corta…

¿Qué cree usted que lo está cambiando todo, para bien o para mal?

Ahora los cambios tecnológicos y sus complejas respuestas artificiales, mecanicistas y reemplazantes podrían apurar la deshumanización y el aislamiento de la sociedad de no mediar el surgimiento de paradigmas capaces de ponerlos al servicio del bienestar social, más cerca de la vida y de los ideales compartidos o más lejos del cautiverio individualista. Cuando la técnica inglesa valoró el nitrato salitrero como fertilizante, surgió la riqueza con su pobreza en nuestro desierto, mientras que otros procedimientos en Europa descubrieron los abonos sintéticos y entre nosotros quedaron solo ruinas y cementerios de asentamientos, hoy útiles para una arqueología industrial del desamparo… ¿Ayudaron estos logros protocapitalistas a disminuir la pobreza y el abandono? Somos todos los que deberíamos a tiempo advertir cuando el mal supera al bien en el marco de las resistencias, junto con empujar por las políticas proteccionistas.

EL HOY, ENTRE VERDE Y SECO

¿Sobre qué es usted optimista?

En el pasado nos hemos enfrentado con diversos escollos aparentemente insuperables: crear lenguajes, herramientas, habitaciones, alimentos, explorar espacios desconocidos, crear energías artificiales, superar colapsos terrestres, mortandades bélicas y sanitarias… Y, sin embargo, los humanos fuimos reincidentes en superar los amagos de extinción. Desde el pasado aspirábamos a darle continuidad a la vida misma, sin siquiera imaginarnos las consecuencias de los logros iniciales. En efecto, cuando los neolíticos de la antigua Siria domesticaron el trigo hace 10.500 años y aquellos del antiguo México y Perú el maíz, por los 6.500, no imaginaron que creaban el pan y más alimentos hoy plenamente vigentes. Al respecto, nuestros biólogos marinos han iniciado con éxito la domesticación del mar a través de la acuicultura, ahora con la certeza que en el futuro será un logro tan importante como lo fue la agricultura neolítica. Visto lo anterior, nos surge un optimismo moderado porque aun es posible sostener esta larga epopeya junto a trasformaciones favorables que nacerán de la propia condición humana.

¿Qué pensadores cree usted que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad hoy?

Esta visión nos conduce a entender el hoy “entre verde y seco”. De modo que he optado por un ensayista argentino cercano para compartir su mirada desde el borde. Me refiero a Ernesto Sábato, autor de La resistencia, libro publicado en el año 2000. Allí se resiste a las deformaciones de la sociedad moderna: individualismo, exceso de globalización, ausencia de valores espirituales, desconocimiento de la otredad, la competencia extrema, tecnologías al servicio de la deshumanización y de la soledad. Destaca la ausencia de honestidad, respeto, solidaridad, meritocracia, trascendencia religiosa, educación, maltrato a la naturaleza, y los excesos desmedidos del capitalismo entre tanta pobreza. Aprendí de su epílogo cuando nos recuerda, ante nuestras vidas tan cortas, y, sí, que los arqueólogos sabemos de esto…, observar cómo se ha organizado la sociedad para alejar la vida de la sobrevivencia.

HOY DEBIÉRAMOS VIVIR UN TIEMPO DE DENUNCIA

¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y qué considera clave para el futuro?

Si la humanidad estuviera sentada a mi lado, le diría que ya no es un misterio que su pasar está envuelto en una trayectoria de altísimo riesgo, hasta el punto que se siente un aire de fuga hacia la colonización de otros planetas por no ser capaz de salvaguardar su biodiversidad, incluida en ello la propia extinción de todo cuanto vive a su alrededor. Mientras se busca agua en el universo que, por cierto, es importante: ¿qué sabemos del futuro social de este recurso fundacional en nuestra propia tierra? ¿Qué hacer para entender que no solo podemos estallar por un accidente en los depósitos de las armas nucleares o por los impactos de asteroides? Se suma esa otra destrucción, antes lenta y ahora muy veloz: la alteración de los recursos vitales, ambientes terrestres, marinos y atmosféricos, con la consecuente crisis global derivada de los dramáticos cambios climáticos.

Cómo crear movimientos sociales y políticos anticolapsos en profundidad, puesto que no basta poner en uso las energías limpias sin considerar que necesitamos educar en todos los frentes posibles sobre un conjunto de innovaciones para aceptar que, siendo terrícolas, aspiramos a salvaguardar nuestra única habitación posible. Esta mirada nos conduce a aceptar que deberíamos vivir tiempos de denuncias lejos de todo ocultamiento. Desde las buenas ciencias duras y finas, aquellas de la vida social, más la gobernanza racional del planeta, además de las convicciones de todos, deberíamos ser capaces de hacer más confiable el futuro, a no ser que alguien nos insinúe de mal humor que esta no era la “Tierra Prometida”.

El futuro se construye con colectivos conscientes del presente y sus pasados al margen de recetas cortoplacistas. Por ejemplo: si la Revolución Industrial Inglesa nos cambió durante el siglo XIX el orden societario con nuevas formas de dominio y de dependencia, ahora esperaríamos una Revolución Industrial Verde, lo más circular posible, capaz de colocarse a la altura de los conflictos sociales contemporáneos, fuera del culto desmesurado al lucro y del olvido de las legítimas aspiraciones humanas. En verdad, el futuro de la humanidad cuesta visibilizarlo de inmediato y cuando ya estamos allí, en el presente, suele ser demasiado tarde para explicar en qué nos equivocamos… MSJ

_________________________
Lautaro Núñez Atencio es arqueólogo y académico titular de la Universidad Católica del Norte (UCN). Estudió Historia y Geografía en la Universidad de Chile y posteriormente realizó su Doctorado en Antropología Cultural en la Universidad de Tokio. Fue co fundador del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo R. P. Gustavo Le Paige sj, de la UCN. Recibió el Premio Nacional de Historia (2002) y el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Católica del Norte (2012).

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