Pablo d’Ors: «La renovación del cristianismo, o pasa por la espiritualidad, o no será»

En su último libro, Biografía de la luz, el sacerdote, teólogo y escritor español hace una lectura posmoderna de los evangelios. Asegura que el gran problema del hombre contemporáneo no es el mal, sino habernos enamorado de este. “Nos hemos enamorado de la sombra, nos instalamos en ella”. Revisa también el video de la conversación al final de la entrevista.

Durante una década fue capellán hospitalario y acompañó a cientos de moribundos y enfermos terminales. Tras conocer al jesuita Franz Jalics, en 2014 fundó la asociación Amigos del Desierto, cuya finalidad es profundizar y difundir la dimensión contemplativa de la vida cristiana. Su aclamada Trilogía del silencio, conformada por El amigo del desierto, Biografía del silencio y El olvido de sí, ha vendido más de doscientos mil ejemplares en todo el mundo y da cuenta de su recorrido tras la huella de los llamados “padres y madres del desierto”. Actualmente es consejero del Pontificio Consejo de la Cultura por designación del papa Francisco.

Con ocasión de los 70 años de Revista Mensaje, entrevistamos a este sacerdote y escritor que se define a sí mismo como un entusiasta melancólico, y que, con su aguda mirada sobre el cristianismo, recuerda aquella célebre frase de Chesterton: “Cuando entro en una iglesia me saco el sombrero, pero no la cabeza”.

“Yo creo que el cristianismo, que en Europa y en buena parte del planeta ha sido el paradigma predominante, quizás ahora ya no lo sea, o empiece a no serlo tanto”, sostiene. “Esta no es necesariamente una mala noticia, sino que el momento de renovar su manera de entenderse, su manera de presentarse a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. A lo mejor, no podemos ser ya el paradigma hegemónico, pero sí un paradigma que ayude a la configuración del nuevo, y creo que eso es muy bonito”.

SU EXPERIENCIA CON LA MUERTE

En su libro Sendino se muere usted relata su experiencia con la muerte, un tema que ha cobrado vigencia durante esta pandemia.

Sendino se muere es un libro que escribí en 2010, el único libro de los doce que he publicado que hice por un encargo. Yo trabajé durante una década como capellán en el Hospital Universitario Ramón y Cajal, donde conocí a la médico África Sendino, una mujer extraordinaria y muy culta, que quería escribir sobre cómo ve un médico la enfermedad. No pudo, porque la muerte fue más rápida y en pocos meses se la llevó. Me pidió expresamente que terminara su libro, que es, en ese sentido, testimonial. En el hospital tuve el privilegio y la responsabilidad de acompañar a muchos enfermos, también a muchos-muchos moribundos o llamados “terminales”, entre ellos a África, quien quizás fue el caso más emblemático, por su nivel espiritual y su calidad humana. Aprendí tantas cosas en ese trabajo, que siempre digo que me quedaba muy grande, porque requiere una entereza y una conciencia enormes, y una gran vocación hospitalaria, no solamente humanista y cristiana, porque el hospital consume mucho, cansa mucho.

Aprendí algunas lecciones fundamentales del contacto con la muerte, quizás las puedo resumir en dos. La primera, es que morimos como vivimos. Es decir, la muerte nos sorprende en nuestra manera de vivir y si uno es una persona profunda, pues aguardará la muerte de manera profunda; pero si es superficial, no puede improvisar una profundidad en ese momento. De alguna manera, la muerte te sorprende así como tú has vivido y por eso conviene prepararse, porque no sabemos si estamos lejos o muy cerca.

Lo segundo y más importante, es que lo que nos da miedo de morir es no haber vivido. Si realmente nosotros vivimos con intensidad y con dignidad —elijo esas dos palabras—, cuando llega la hora, entregamos la vida. No se nos arrebata. Se nos arrebata cuando sentimos que la vida no la hemos vivido y que nos queda un tramo por recorrer. Yo suelo poner el ejemplo de la carrera: cuando un corredor llega a la meta, no quiere seguir corriendo. Si quiere seguir corriendo, es porque piensa que no ha hecho una buena carrera. Si ha hecho buena carrera, quiere descansar.

Tengo que decir que la inmensa mayoría de las personas que he visto morir, que son muchas, más de un centenar que han muerto en mis brazos o yo junto a ellas, conscientes o inconscientes, con opiáceos o barbitúricos, lo han hecho sin querer irse. Pocos han entregado la vida. Pero esos pocos llevan a darse cuenta que se puede, se puede vivir una muerte hermosa, incluso en algunos casos hasta con sentido del humor, que es algo extraordinario.

Al comienzo de la pandemia pareció que como humanidad habíamos tomado conciencia de nuestra fragilidad. Pero ahora, da la sensación de que estamos de vuelta a un sinsentido, o más bien a un decir: ¡bueno, ya…, la muerte que más da!

Eso era de esperar, porque la inmensa mayoría de la humanidad no ha hecho el viaje interior. Se abrió un paréntesis, pero ahora seguimos como antes. Yo he insistido mucho en que no se trataba simplemente de quedarnos en casa por el confinamiento, sino de entrar en la casa interior. Era la ocasión de oro, pero es la minoría la que ha hecho esto, de aprovechar para vivir con mayor conciencia, para hacer la experiencia interior. La mayoría ha quedado subyugada con los entretenimientos, las películas, las series y tantas cosas que se han brindado para vivir en la exterioridad. Pero también tengo una visión esperanzada, porque esa minoría es significativa. Aunque sean pocos, si han entrado y han empezado a conocerse más a fondo y a ver la realidad, eso ya merece mucho la pena. Bastan pocos justos para que el mundo cambie; no podemos esperar un cambio espiritual mayoritario, pero sí que esas minorías vayan arrastrando poco a poco a esos muchos más. En este sentido, sí tengo esperanza.

Uno de sus libros lleva por título Entusiasmo. ¿Por qué eligió esa palabra?

La palabra entusiasmo viene del griego y significa “posesión de los dioses”, estar encendido por dentro, tener una llama interior. Creo que el proceso espiritual y moral, como yo lo entiendo, tiene tres fases: una primera de silencio, una segunda de palabra y una tercera de comunidad. El silencio quiere decir que, si tú entras en ti mismo, el gran descubrimiento es tu propia fragilidad, de la que estamos permanentemente escapando. Solamente cuando la descubrimos, puede entrar en nosotros el viento del espíritu. Es decir, mientras nos creamos fuertes, poderosos, el espíritu no va a entrar. Evidentemente yo manejo una visión creyente, pero creo que esto también puede ser válido para una visión no religiosa, aunque sí espiritual. Esa es la primera fase, reconocimiento de la fragilidad y la entrada del espíritu.

Cuando entra el espíritu, es cuando saca de nosotros una melodía, porque nos hemos vaciado y somos una caña vacía. Ese sonido, esa música que sale de nosotros, de nuestra fragilidad reconocida, es lo que podemos llamar “la palabra”, por decirlo en lenguaje religioso. Cuando la palabra es genuina, necesariamente enciende, nos hace comprender las cosas. Esa sería la segunda fase y con esa palabra encendida, vas a la comunidad, compartes y te llenas de entusiasmo porque tu vida se hace fecunda. Así, el verdadero entusiasmo se genera porque has escuchado tu voz interior, porque eso te ha encendido y porque la has compartido con otros. Entonces tiene que ver con el descubrimiento de la propia fecundidad, de que tu vida tiene sentido, que sirve para algo.

Hay quienes dicen que no estamos viviendo un tiempo de cambio, sino un cambio de era. ¿Estaremos realmente dando ese salto como humanidad?

Yo creo que sí. Mi visión es limitadísima, ¡como de cualquiera! Pero observo, por ejemplo, que ha habido un cambio en el paradigma. Hay palabras que antes no se mencionaban, o poco; en cambio, ahora van adquiriendo un protagonismo mayor. Por ejemplo, la palabra Conciencia. Quizá lo que en el medioevo se construyó con la palabra Dios, y quizá lo que en la modernidad se construyó con la palabra Hombre, ahora se está construyendo con la palabra Conciencia. Otra palabra es Conexión, la conciencia de estar interconectados.

Creo que este paradigma emergente se ha hecho más evidente por la pandemia, que nos ha traído un doble mensaje a toda la humanidad. Por una parte, un mensaje ético y, por otra, un mensaje místico. El mensaje ético, que de alguna manera inaugura este nuevo paradigma del cual estamos hablando, es “no podemos seguir viviendo así”: estamos consumiendo todos los recursos y destruyendo el planeta, viajando como locos, viviendo en un frenesí que nos aniquila como humanidad y como planeta Tierra. Este es el mensaje ético: tenemos que cambiar de estilo de vida. Y el menaje místico es “estamos interconectados”, somos una humanidad. Nunca hemos sido tan conscientes de que, si tú en Shanghái no te pones la mascarilla, me puedes estar afectando a mí, que estoy en Madrid, porque estamos compartiendo un mismo aire, una misma vida. Entonces, yo diría que sí, que estamos entrando en una nueva era.

¿Qué debería preocuparnos como cristianos?

Yo lo tengo muy claro. Yo creo que la renovación del cristianismo, o pasa por la espiritualidad, o no será. Creo que el cristianismo se ha articulado en estos veinte siglos fundamentalmente desde el pensamiento y desde la acción, es decir, hemos elaborado una teología muy hermosa y muy poderosa también, que trata de dar respuestas a muchas cosas. Hemos desplegado una acción tanto evangelizadora como social, también extraordinaria, pero pienso que, siendo muy importantes el pensamiento y la acción, hay algo prioritario, que es la contemplación y la pasión. Antes de pensar la realidad, hay que mirarla. Y antes de actuar, hay que recibir; porque antes de la acción, viene la pasión. Cuando hablo de pasión, hablo de pasividad y de padecimiento. Dejar que la realidad nos llegue, nos toque, nos haga daño, nos estigmatice.

Yo creo que el cristianismo será lo que tiene que ser, cuando deje…; cuando los que nos llamamos cristianos dejemos al espíritu actuar. El problema del pensamiento y la acción, es que somos los protagonistas de lo que pensamos y actuamos, y por eso el pensamiento y la acción están siempre bañados de un cierto carácter prometeico, de ego, mientras que en la contemplación casi no debe haber ego. El silencio es humilde y eso lo hace muy poderoso espiritualmente.

En sus últimas entrevistas se ha referido mucho a los evangelios. ¿Qué nos aportan en este tiempo, tienen algo nuevo que decirnos?

He publicado un libro hace poco, Biografía de la luz, que es una lectura mística o interior del evangelio. Creo que cada generación de creyentes está en la obligación espiritual, o religiosa o moral, de leer la Palabra según su sensibilidad, según su lenguaje. El evangelio se ha leído desde la mentalidad moderna, pero desde la mentalidad posmoderna es una tarea pendiente y es lo que he intentado hacer en Biografía de la luz. Cuando digo moderno, digo el sueño de la razón; cuando digo posmoderno digo descartar a la razón pues esta tiene sus límites. No todo puede ser razón y técnica, hay más que eso. He intentado una lectura no histórico crítica; tampoco literal o mítica, ni siquiera confesional o teológica a la que estamos acostumbrados los creyentes, sino arquetípica o existencial. Es un libro para ser leído con independencia de que uno sea confesionalmente cristiano, como es mi caso. He tratado de hacer esta lectura valida para cristianos y no cristianos.

¿Qué puede aportar el evangelio? Muchísimo, es decir, no sé si hay algo que pueda aportar más. Así de rotundamente lo digo, en el sentido de que los grandes libros sagrados, de las tradiciones del Corán, Torá, Cánones del Budismo y tantos otros, también pueden aportar mucho, pero no los conozco tan bien. Repito mucho últimamente que no hay dilema humano —enfermedad, muerte, miedo…—, que no se encuentre en el Evangelio. No da respuestas, pero sí una propuesta de trabajo. Eso es lo extraordinario, porque muchas veces estamos desvalidos ante la realidad y no sabemos cómo responder: ahí tenemos el Evangelio que nos ofrece mapas o pistas para trabajar la vida.

¿Sobre qué es usted optimista?

¡Sobre muy pocas cosas! Tiendo, por carácter, a ver la botella medio vacía, no puedo evitarlo. No soy optimista sobre casi nada, pero tengo esperanza sobre casi todo. Yo soy un entusiasta melancólico; así es como me defino a mí mismo. No soy optimista por carácter. Más bien tiendo al pesimismo, pero suelo decir que la esperanza es una virtud, no es algo caracterológico, sino que puedes cultivar fundamentalmente a base de esperanza.

¿Qué autores lo inspiran o sostienen?

Entre los autores espirituales, por nombrar algunos, Anthony de Mello, jesuita indio cuyo legado conforme pasa el tiempo va creciendo. De él recomiendo Una llamada al amor y Despierta. Luego, Simone Weil, gran pensadora espiritual, me gusta especialmente A la espera de Dios. Y de Mahatma Gandhi, me gusta mucho su autobiografía Mis experimentos con la verdad.

Literariamente, cito mucho a un autor, John Williams, cuya novela Stoner releo frecuentemente. Me acompaña y está siempre en mi mesita de noche. También me gusta leer a János Székely, autor húngaro, en especial su novela La tentación. Y también nombraría en esta brevísima selección a Stefan Zweig, el famoso narrador austriaco, autor de El mundo de ayer, Veinticuatro horas en la vida de una mujer o Los ojos del hermano eterno.

Si pudiera dejar un mensaje desde el año 2021 a las generaciones que vienen, ¿qué les diría?

(Tras un largo silencio) Me estaba recordando cuando me has preguntado esto, cuando yo trabajaba de capellán hospitalario y entraba a la habitación de un moribundo, al que le quedaba poco tiempo para expirar y me decían: “Padre, dígale algo, díganos algo…”. Y siempre para mí era un dilema, porque creo que las palabras solamente son eficaces cuando nacen del corazón, de la cepa del silencio. Si no, podrían ser hasta contraproducentes. Digo esto como preámbulo o justificación, porque creo que, más que la palabra, lo importante es la compañía afectuosa, no dejar un mensaje y marcharse, sino quedarse acompañando amorosamente a las personas.

Mi mensaje sería, en todo caso, que lo oscuro nunca tiene la última palabra. Podemos exorcizar o redimir el mal y la oscuridad, y el camino es la mirada amorosa o la mirada contemplativa. Creo firmemente, porque además lo he experimentado en mí y lo predico continuamente, que nuestro gran problema no es el mal, sino que nos hemos enamorado del mal. Nos hemos enamorado de la sombra, nos instalamos en ella, no encendemos la luz y por eso estamos en la oscuridad. Pero podemos encender una luz. Y hay caminos, para vencer lo oscuro, vencer el mal; son fundamentalmente no huir (que es lo que sabemos hacer) ni racionalizar (para resolver, que solemos hacer también), sino abrazar amorosamente y atravesar. Esto no es más que una traducción laica del mensaje de Jesús, que nos dejó no una respuesta teórica al problema del dolor, porque no fue un intelectual; tampoco una respuesta pragmática, porque no resolvió el mal del mundo y este sigue presente. Pero sí nos entregó una respuesta solidaria: abrazó el mal y nos dijo que Dios estaba ahí, que se podía redimir. Este sería el mensaje. MSJ

REVISA LA ENTREVISTA EN VIDEO AQUÍ

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Pablo d’Ors, sacerdote, teólogo y escritor español. / Fotografía de Amaya Aznar.

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