El empoderamiento de las mujeres se consigue mediante la educación y, sin esta, la sociedad en su conjunto se convierte en un castillo construido sobre la arena.
Hace unos años, no había escuelas de secundaria para refugiados en Pagirinya, y aunque las póliticas ugandesas hacia los refugiados permiten a los niños y niñas asistir a cualquier colegio en cualquier parte del país, la mayoría de los padres refugiados no pueden costear las tasas de matriculación. Muchas niñas y niños en edad de cursar la secundaria pasaban sus días sin hacer nada en los asentamientos, lo que aumentaba la amenaza de la delincuencia juvenil. Por eso, los padres sintieron la necesidad de encontrar una solución.
La solución, la Escuela de Secundaria de Pagirinya, nació hace dos años como una iniciativa comunitaria dirigida por padres y unos pocos y entusiastas profesores. Al no tener ni siquiera un espacio para la escuela, los padres comenzaron por negociar compartir las instalaciones de un centro de primaria de la zona. Más tarde, la comunidad local donó un terreno adyacente al asentamiento y allí construyeron algunas aulas con fondos del ACNUR. Por ahora, solo el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) apoya a la escuela. Los padres contribuyen con todo lo que pueden, pero esto es como una gota en el océano. Desde enero de 2018, el JRS ha ayudado a la comunidad pagando algunos de los salarios de los docentes.
La comunidad asume la mayor parte de la responsabilidad en cuanto a la dirección de la escuela; sin embargo, está claro que esta es una carga demasiado pesada. Joyce dice que no hay tierra para cultivar en el asentamiento y que los padres están luchando por alimentar a sus familias. Tampoco tienen dinero porque las oportunidades de trabajo son escasas. Así que administrar una escuela es una tarea hercúlea. Los maestros trabajan duro con la esperanza de que su esfuerzo y determinación convenzan al gobierno local para que intervenga y les brinde más apoyo. Pero hasta entonces, la comunidad está sola y el poco apoyo que actualmente puede brindar el JRS no basta.
Actualmente, la escuela cuenta con más de 800 estudiantes y se espera que esta cifra llegué el próximo año al millar, debido a la continua llegada de refugiados de Sudán del Sur. “No podemos admitir más estudiantes porque no tenemos espacio”, dice Geoffrey, subdirector de la escuela.
“Pero si no los aceptamos, ¿a dónde irán?”. Luego, señalando apesadumbrado a una pequeña caja de cartón del tamaño de un archivador en la sala de profesores, que contiene una docena de libros de texto, dice: “¡Esa es nuestra biblioteca!”.
La lista de necesidades es interminable: Necesitan más espacio para acomodar al creciente número de matrículas de la gente de Sudán del Sur; necesitan una biblioteca adecuada con suficientes libros de texto y un laboratorio de ciencias porque la práctica es obligatoria para aprobar el examen nacional; y los maestros necesitan sus sueldos. Aunque la comunidad ha mostrado un ingenio increíble hasta el momento, se necesita mucho más apoyo para mantener la escuela a flote y garantizar que satisfaga las necesidades de la comunidad de una forma razonable.
Para mantener a niñas como Joyce en la escuela, es necesario enfrentarse a los prejuicios culturales que sostienen la exclusión de las mujeres. Sin embargo, no es probable tener éxito en esta área a menos que estos esfuerzos se complementen con inversiones en educación dirigidas a incrementar el acceso a la educación y mejorar la calidad. Sin educación, estas chicas no tienen futuro.
“Si abandonas la escuela antes de terminar los estudios, vas a sufrir mucho”. Con esta sabiduría simple e indiscutible, Joyce lo resume todo. El empoderamiento de las mujeres se consigue mediante la educación y, sin esta, la sociedad en su conjunto se convierte en un castillo construido sobre la arena.
* Este es el segundo artículo de una serie de dos partes sobre la escuela de secundaria Pagirinya en el norteño distrito de Adjumani en Uganda. Lee aquí la primera parte: “Quiero seguir en la escuela” (parte I).
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Fuente: http://es.jrs.net